Estos
dos relatos míticos algo macabros han servido para un nuevo tipo de turismo
patrimonial. En el primer caso, por el colectivo Quito Eterno y en el segundo
lo que se oferta en Querétaro, mientras un actor, vestido a la usanza del siglo
XVIII, lleva a los viajeros a conocer las entrañas de las casas antiguas mexicanas.
Lo
importante de estas propuestas está en que de esta manera los espectadores
pueden conocer los sitios emblemáticos, como es el caso de la iglesia de San
Francisco y su atrio, donde el astuto Cantuña burló al mismísimo diablo.
A
propósito, hay narraciones europeas de pactos del diablo para la construcción
de puentes de arco medievales que van desde Tarragona a Cardona, Pedrosa
(España); Valentré o Olargues (Francia), Lazio o Torcello (Italia); Vila Nova o
Misarela (Portugal); Ceredigion o Cumbria (Reino Unido); Sajonia (Alemania) o
el famoso Paso de San Gotardo (Suiza). En muchos de ellos, los turistas pueden
conocer de primera mano estas historias y hasta llevarse un souvenir.
Volviendo
al país, quién quita que nuestro Juan de Velasco se inspiró también en estos
relatos para legarnos su escrito de Cantuña, aunque hay otro autor de la misma
época, Juan de Santa Gertrudis, quien nos muestra al personaje histórico que
fue un prominente herrero (su marca está a la entrada del convento).
Es
importante que esas versiones nuestras estén presentes en este tipo de turismo
cultural que debería estar en otras ciudades del país. Ojalá la nueva
administración en Quito tome nota de estos asuntos: la mitología es la otra
historia. La tradicional ya la sabemos: trajes de militares recién salidos de
la tintorería, como refiere Eduardo Galeano, en el prólogo de Memorias del Fuego.
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