sábado, 13 de mayo de 2017

La leyenda del Judío Errante, 2017/05/11


Ecuador es tierra de relatos fantásticos. Aquí uno, que aún cuentan nuestros mayores. Corrían los tranquilos años cincuenta del siglo pasado. A Huaca, en Carchi, apenas habían llegado los comentarios de la guerra. El pueblo, enclavado en la colina, era un reguero de casas blanqueadas con cal y techumbre de paja.

Los chiquillos fueron los primeros en advertir la presencia de un hombre extraño. Desde lejos, observaron que iba montado en una bicicleta de manubrios, que parecían de plata, y llevaba una suerte de sombrilla para protegerse del clima. Era enjuto y vestía un abrigo negro, sombrero de copa y lentes gruesos. En la parrilla de artilugio iba instalado un baúl forrado de cuero, desde donde salían unas correas herrumbradas.

Pasó raudo por donde estaban los muchachos. Al poco rato, debido al mal estado del camino, se estrelló en el sector de Monte Oscuro. No se había levantado aún, cuando tenía alrededor a toda la chiquillada condolida por el percance, y curiosa, sobre todo porque el baúl quedó destrozado, descubriéndose entonces un tesoro de novedades: espejos, cuchillas de afeitar, jabones de olores de sándalo, pañuelos  de seda, hilos de colores, agujas para zurcir, dedales y telas brillantes.

Al sacarse los lentes para limpiarlos, unos ojos negros penetrantes miraron a los niños. Tenía una nariz ganchuda y pequeños rizos le colgaban de las orejas cansadas. No había duda, se trataba del Judío Errante.

-¡No tengo ninguna parte a dónde ir!- alcanzó a decir. Eso no impidió que los niños salieran disparados a dar aviso a sus padres. Habían escuchado que el Judío Errante vagaba por el mundo en castigo por no haber ayudado a Cristo a cargar la cruz, camino del Gólgota. Se sabía que, tras la maldición, se había convertido en un errante impertinente, que no le faltaban unos centavos para pagar su austera comida. Los chicos recién  habían salido del catecismo, así que se acordaron de eso, de dar de comer al hambriento, como hace tiempo dijo el profeta que caminaba por las aguas y multiplicaba panes y peces.

No se les ocurrió mejor cosa que llevarlo con el cura del pueblo, mientras los más fornidos arrastraban, casi a cuestas, la destartalada bicicleta. El párroco lo recibió con una metralla de preguntas y después de comprobar que no era el mentado personaje de leyenda, le ofreció posada por un día.

Pero los mozuelos no se equivocaron en algo: era judío y se llamaba Samuel Kindermann. Al otro día, un poco repuesto y después de haber recuperado sus pertenencias, apareció con una vitrola para pregonar sus baratijas. A la salida de misa inició un canto: “Con real y medio me compré una chiva / esa chiva me parió un chivito /  ese chivito lo vendí  y me compré un puerquito”.

No tardó mucho en prestar dinero en usura, sin importar si fueran necesitados. Pasaron los años y amasó una buena fortuna, merced de la explotación de sus altísimos intereses. Un día, apareció muerto. Al poco, apareció alguien con similares características. Dijo que era su hermano y se llevó todo lo acumulado, cantando una canción: “Con real y medio me compré una chiva”… (O)



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La Casa y el poeta maldito, 2017/05/04

En estos días, el tema de la cultura está en debate, debido a las elecciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en sus diversos núcleos. En nuestro país, aún persisten las visiones de las Bellas Artes, legado del siglo XIX, donde la pintura -al óleo, de preferencia-, la danza -clásica, de ser posible- y la música -al menos, música nacional-, como parte de un imaginario falso. Todo bajo el canon europeizante, como si siempre nos negáramos a reconocer lo que somos.

También es una antigua disputa desde Aristóteles cuando se separan las ciencias duras -física, matemáticas- frente a las ciencias blandas, que vendrían a ser las expresiones culturales. Aún creemos -como lo suponían los románticos- que los escritores debían vivir en áticos y beber ajenjo, como todo un poeta maldito.

En Ecuador, a esas visiones, se suma el desprecio del otro, con altas dosis de racismo y, aunque no se dice, una ignorancia de lo que sucede en el mundo. Eso nos vuelve hacia una lógica casi costumbrista en lugar de interrogar lo contemporáneo.

No hay un plan de lectura, para poner solo como ejemplo, porque vivimos la desolación de no entender que precisamente el cambio de la matriz productiva tiene profunda relación con el cambio de la matriz cultural. En otras palabras, el cambio de chip, que significa estar orgullosos de quienes somos y eso pasa por el tema de la identidad.

¿Cómo vamos a ser emprendedores o innovadores si no reconocemos de dónde venimos ni apreciamos nuestros productos?

Los diagnósticos culturales son de espanto: 1. Conocimiento fragmentario de la realidad cultural territorial. 2. La cultura coyuntural y de eventos. 3. Indiferencia a la memoria y el patrimonio. 4. Insuficientes (o casi nada) incentivos a las artes y la creatividad. 5. El deterioro físico y social del espacio público. 6. La participación ciudadana sin empoderamiento y acción. 7. Falta de visiones contemporáneas y referentes. 8. Aislamiento y falta de trabajo en redes. 9. Agenda cultural ausente. 10. Qué mismo son las industrias culturales. La lista es larga…

Fabián Saltos Coloma lo dice: “Entendido lo cultural como proceso, este posibilita el  fortalecimiento de las identidades, la decolonialidad, la autoestima, la cohesión social y la integración simbólica. Tarea que debe ser vigorizada desde una educación con carácter emancipatorio”.

También señala: “Desde el campo político, lo cultural debe considerar que las expresiones y representaciones de la cultura no son bienes, servicios o productos, sino procesos, interacciones incesantes, que se producen y reproducen continua y situacionalmente generados por distintos sujetos sociales que pugnan por la construcción y legitimación de sentidos y significados”.

La Casa de la Cultura representa una parte de esta realidad, lo otro está en los colectivos culturales que requieren apoyo, como muestra de la diversidad. Es una construcción en conjunto. Porque podremos tener las mejores carreteras, pero nunca sabremos hacia dónde nos conducen. Y eso porque la cultura es el alma de un país, aunque nadie la vea. (O)


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Judas y los libros

Se lee que fue Judas quien llevó a Jesús hacia el desierto para enfrentarse a la disyuntiva de adorar al becerro de oro o al dios nacido en el desierto. En el capítulo XVIII se dice su nombre: Judas de Kerioth (un pueblo situado a poca distancia de Hebrón), quien habría frecuentado el negocio de los romanos.

Está en el libro Rey Jesús de Robert Graves (famoso por su Yo, Claudio, donde el emperador tiene un sirviente que le recuerda que es inmortal, para que eluda la vanidad). Está el libro de Guía de la Biblia, de Isaac Asimov, quien hurga los orígenes del nombre: Iscariote que se sabe es ‘habitante de Cariot’, pero sugiere que tal vez la palabra sea Sicariote, es decir Judas el ‘terrorista’ (acaso de la secta de los zelotes). En otras palabras, que miró a un Jesús más proclive a pactar con el César que con una rebelión.

En Mateo están las palabras fatales de Judas, quien lo iba a entregar: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, dijo. Hay el cuento ‘Tres versiones de Judas’, de Borges: “Judas, único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se apaga”. En el recientemente descubierto apócrifo Evangelio de Judas se sabe que Jesús le dijo: “Aléjate de los demás y te diré los misterios del reino”.

Hay un cuento de César Dávila Andrade sobre el tema. Y está, no podía faltar, el terrible canto XXXIV, de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, donde habla de los traidores al amigo: Judas, Bruto, Casio, enfrentados a la boca de Satanás.

El poema ‘Cristo en la cruz’, de Borges, proclama: “Los pies tocan la tierra. / Los tres maderos son de igual altura… El hombre quebrantado sufre y calla. / La corona de espinas lo lastima. / ¿De qué puede servirme que aquel hombre / haya sufrido, si yo sufro ahora?”.

Tengo en mis manos -para mi propia salvación- el libro Así hablaba Zaratustra, de Friedrich Nietzsche: “Ahí están sacerdotes: y aun cuando son mis enemigos, os pido pasar junto a ellos sin decir nada y con la espada envainada”. Algo parecido, siglos antes, lo dijo el Quijote: “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”, a lo que el escudero en asno replicó: “Ya lo veo -respondió Sancho-, y ruega a Dios que no demos con nuestra sepultura…”. Volviendo al tema de los amigos, William Shakespeare nos legó una frase: “Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba / engánchalos a tu alma con ganchos de acero”.

Tuve que realizar este ejercicio para entender las palabras de Borges, a propósito del olvidado objeto: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo. Solo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”.

El libro es eso, la posibilidad de convocar a grandes amigos, incluido Judas, que hablan en páginas y que nos muestran que no hay verdad absoluta. Hasta Jojen Reed lo sabía: “Un lector vive mil vidas antes de morir, el que no lee solo vive una”. Este día, tal vez llame a mi puerta Scheherazade, subida en su alfombra mágica. (O)

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La Esquina del Coco, en Ibarra

En estos días, la capital de Imbabura conmemora los 145 años del regreso de los ibarreños tras el terremoto de 1868. Tuvieron que esperar cuatro años, en 1872 y en abril, para refundar la ciudad porque en aquella época operaba el olvido hacia las provincias. La fiesta se llama El Retorno y es una algarabía de música, pero también de una llamativa representación con teatro en vivo, además de propuestas artísticas en el Centro Cultural El Cuartel.

Sin embargo, en lo histórico, hay muchos elementos que configuran esos sucesos, como la Esquina del Coco, un ícono de finales del siglo XIX. Ahora en las calles Sucre y Oviedo ostenta una pequeña plazoleta, que incluye una escultura del entonces presidente Gabriel García Moreno, artífice de la reconstrucción de la urbe. En sus labradas bancas, los turistas pueden apreciar uno de los emblemas de la ciudad en forma de palmera.

Los hechos acontecieron de esta manera. Es el 15 de agosto de 1868, día de fiesta. En Ibarra se realiza una celebración religiosa que deriva en una algarabía de danzantes, saraos, pólvora y polleras al aire. A la una y cuarto de la madrugada, del domingo 16 de agosto, se escucha el tremolar de la tierra. En tres segundos, según refieren los cronistas, la bellísima Villa, como la conocían en la Colonia, es arrasada por uno de los terremotos más violentos de que se tenga noticia.

Fernando Pérez, jefe político de Ibarra, en comunicación al Gobierno, con fecha de 1 de octubre de 1868, daba los siguientes datos: de los 7.200 habitantes de la ciudad han fallecido 4.458, están heridos 2.289 y quedan ilesos solamente 553. Se sabe que cerca de 550 personas se refugiaron en Santa María de la Esperanza, donde aguardaron durante cuatro largos años para reconstruir la urbe. En la provincia perecieron más de 20.000 personas, aproximadamente.

La ciudad, tras el sismo, quedó devastada. La hermosísima iglesia barroca de los jesuitas, La Compañía, fue afectada. Los tejados estaban enterrados. Sin embargo, una palmera -como si fuera el sobreviviente de un naufragio- permanecía airosa en medio del polvo. Desde allí se trazaron los cordeles para la nueva urbe. Fue el ingeniero Arturo Rodgers, con la dirección de Luis Felipe Lara y algunos entusiastas jóvenes ibarreños enviados a Quito durante 30 días para aprender de topografía, quienes trazaron la nueva ciudad. César y Luis Lara, Rodolfo y Carlos Monge, Alejandro Pérez, Moisés Almeida y Miguel Herrería recibieron lecciones del ingeniero francés Adolfo Géhin.


El cocotero (Cocos nucifera) es una especie de palmera de la familia Arecaceae. Aunque puede crecer hasta unos 30 metros, los cocoteros en Ibarra -de los cuales hay muchos- tienen sus cocos más pequeños, debido al clima. En tiempos pasados, los niños jugaban con ellos y, en algún momento, fueron hasta moneda: cale con coco. El coco histórico ahora tiene incluso un geranio y una malva. Las palmeras de Ibarra les recuerdan a sus ciudadanos su destino de mar, y la ruta a San Lorenzo, objeto de la fundación en 1606. (O)

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Primeros 100 años de Juan Rulfo

Gabriel García Márquez -quien aún no había imaginado a Remedios la Bella de las mariposas amarillas- acababa de llegar a México DF, después de un periplo en auto desde Nueva York para sentir los ambientes sureños que tanto amaba en las novelas de los escritores gringos tipo William Faulkner.

En México estaba su compadre Álvaro Mutis, quien le había provisto de pequeños depósitos durante el viaje y aún le ataba la pesadilla de una de las peores cárceles del mundo que está presente en Diario de Lecumberri, donde había padecido 15 meses por culpa de su generosidad con la plata ajena de una transnacional, donde era su relacionista público.

En fin, aún eran jóvenes y el compadre del Gabo aún le faltaban muchos años para sugerirle al futuro Premio Nobel de Literatura que contara el último viaje del Libertador de regreso por el río Magdalena para morir en Santa Marta, descrito en El general en su laberinto.

Como sea, un día el Gabo le preguntó cuáles eran los escritores que debía leer de México. En la biografía El viaje a la semilla, de Dasso Saldívar, se lee el momento: “Mutis le dijo que no leyera nada hasta que él no volviera y al poco tiempo regresó con un paquete de libros, separó los más delgados y le dijo: ‘Léase esta vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe’.

Eran Pedro Páramo y El llano en llamas, de Juan Rulfo. Esa noche no se acostó hasta agotar la segunda lectura… García Márquez se volvió loco con Rulfo, se lo aprendió de memoria y lo recitaba a todo el que quisiera escucharlo”. Tras escribir un último relato, El mar del tiempo perdido, de clara influencia del creador de la fantasmagórica Comala, no intentaría nada hasta cuatro años después cuando inició Cien años de soledad. El escritor de Aracataca recordaría en sus memorias: “Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá -casi diez años atrás- había sufrido una conmoción semejante”.

Esto a propósito de que el próximo 16 de mayo se conmemorarán los 100 años del nacimiento de Rulfo, que abandonó la escritura después de esos dos pequeños libros justificándose porque su tío Celerino había muerto y él era “quien le platicaba todo”.

“Emily Dickinson creía que publicar no es parte esencial del destino de un escritor. Juan Rulfo parece compartir ese parecer. Devoto de la lectura, de la soledad y de la escritura de manuscritos, que revisaba, corregía y destruía, no publicó su primer libro -El llano en llamas, 1953- hasta casi cumplidos los cuarenta años. Un terco amigo, Efrén Hernández, le arrancó los originales y los llevó a la imprenta”, refiere Borges, quien aseguraba que, pese a los análisis, nadie ha podido destejer el arco iris, citando a Kets.


Borges, que no era dado al elogio, escribió: “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura”. El inicio dice así: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera…”. (O)

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Posverdad: el secreto fuera de las urnas


León Tolstói nos recordaba que para hablar del universo solo se precisaba hablar de nuestra aldea. Los recientes hechos ocurridos en Ecuador así lo demuestran: un candidato y parte de sus seguidores ante una derrota electoral se instalan en lo que ahora se ha llamado ‘hechos alternativos’ como si fueran una realidad paralela (esto recuerda la teoría de las supercuerdas formulada por Stephen Hawking, el genio más grande después de Albert Einstein, quien por cierto está en silla de ruedas).

El término apareció cuando la vocera de Donald Trump afirmó que el secretario de prensa de la Casa Blanca dio ‘hechos alternativos’ cuando describió erróneamente a los asistentes a la toma de posesión como “la más grande de todas”, como si se tratara del gobierno mesiánico descrito por George Orwell en su famoso libro 1984.

Hay otra palabra. Se lee en el diccionario libre: “Posverdad o mentira emotiva es un neologismo que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales”. Estos sucesos que son ignorados se resume como la idea en la que “algo que aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad”.

Sí, porque en este caso una dirigencia, a la brava como se dice, cree que los resultados electorales deben ‘coincidir’ con sus aspiraciones electorales, si no es ‘fraude’, que por cierto ya venía cocinándose desde la primera vuelta. Esto -hay que decirlo- aupados por encuestadoras y medios privados que construyeron esos ‘hechos alternativos’, por hablar eufemísticamente. Y eso porque esa ‘desconexión’ con la realidad en verdad ocultaría otros intereses.

¿Deberían estar los supuestos afectados frente al CNE o subir por la calle Bosmediano y protestar contra quienes ciertamente los engañaron? Porque la posverdad, aunque se trate también de una ficción tiene sus consecuencias, porque inflaman las calles y, en definitiva, crean una ilusión que se desvanece con el tiempo.

Así, la propia OEA -a quienes pretenden denunciar- y decenas de presidentes de la región, de Evo a Macri, han aceptado la verdad auténtica, esto es que Lenín Moreno es el nuevo Presidente de Ecuador, junto a su binomio Jorge Glas.

¿Cómo salvarnos de esto? El diario El País, en el artículo ‘Números contra la posverdad’, señala que las matemáticas son el lenguaje de la ciencia y, en teoría, representan un antídoto ante los ‘hechos alternativos’ (están allí los números palpables de las votaciones, aunque muchos no estén de acuerdo).

Sin embargo, a veces las certezas tienen más que ver con la fe que con la realidad, dice la publicación. “La misma eficacia de las palabras para expresar la verdad las convierte en un medio óptimo para la propagación de la mentira”.


Al final, los seguidores de la posverdad -donde como la fe prima el dogmatismo- están más proclives a juntarse en torno a una hoguera que entrelazar las manos para construir puentes hacia el futuro. (O)

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La autocrítica desde Frei Betto


Así como -qué duda cabe- hay una iglesia para los ricos, las hay para los pobres. Esto a propósito de la reciente visita de Frei Betto (fraile en portugués) a la tumba de monseñor Leonidas Proaño, en Pucahuiaco (Quebrada Roja), en San Antonio de Ibarra. Asistí a ese acto litúrgico, primero porque era en homenaje al obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado por defender los derechos de su pueblo en contra de los sanguinarios de su país de aquella época.

No soy de los que acuden a misa, pero era una suerte de memoria también al recientemente fallecido cura de a pie, Patricio Cabezas, que era un duro crítico de esa otra Iglesia que más recuerda los entretelones de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Además, Frei Betto había escrito hace décadas el libro Fidel y la religión, que leíamos unos universitarios más seguidores del barbudo Marx.

Al momento del abrazo entre estos cristianos, Betto -a cada uno- decía una frase: “Paz en la lucha”. Quizá eso sea la clave para entender el compromiso que estos leales con ese Jesús que expulsaba mercaderes, pero que también salvaba Magdalenas, tienen en su trajinar por este ancho mundo. Porque hay que decirlo, los seguidores de oscuras legiones con poderes en el Vaticano nunca se han preocupado por la justicia social. La historia, en esto, es amplia y los santos milagreros funcionaban desde la colonia.

Sus palabras acaso nos sirvan para entender mejor la geopolítica regional, precisamente porque llaman a la autocrítica. Habla de Brasil, pero podría ser Ecuador. “Los últimos 13 años fueron mejores para 45 millones de brasileños que, beneficiados por los programas sociales, salieron de la miseria; para quien recibe el salario mínimo, revisado anualmente por encima del nivel de la inflación; para quienes tuvieron acceso a la universidad… A pesar de todo nos equivocamos. El golpe fue posible también debido a nuestros errores. En 13 años no promovimos la alfabetización política de la población. No tratamos de organizar las bases populares. No valoramos los medios de comunicación que apoyaban al Gobierno ni tuvimos iniciativas eficaces para democratizar los medios. No adoptamos una política económica orientada hacia el mercado interno.

En los momentos de dificultad llamamos a los incendiarios para apagar el fuego, o sea a los economistas neoliberales, que piensan con la cabeza de los pudientes. No realizamos ninguna reforma estructural, como la agraria, la fiscal y la previsional. Ahora somos víctimas de la omisión en cuanto a la reforma política… Fuimos contaminados por la derecha. Aceptamos la adulación de sus empresarios; usufructuamos sus regalías; hicimos del poder un trampolín para el ascenso social”.

Quedan, también en esta línea, los poemas de Ernesto Cardenal: “Escucha mis palabras, oh Señor / Oye mis gemidos… / Sus radios mentirosos rugen toda la noche… Al que no cree en la mentira de sus anuncios comerciales / ni en sus campañas publicitarias, ni en sus campañas políticas / tú lo bendices / lo rodeas con tu amor / como con tanques blindados”. (O)


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Poderoso caballero es don Dinero

“Madre, yo al oro me humillo, / Él es mi amante y mi amado,  / Pues de puro enamorado  / Anda continuo amarillo.  / Que pues doblón o sencillo / Hace todo cuanto quiero,  / Poderoso caballero  / Es don Dinero”. Con esta frase don Francisco de Quevedo y Villegas, allá por el año del Señor -como se decía hace más de 400 años- inicia su famoso verso.

Otra parte dice: “Es tanta su majestad,  / Aunque son sus duelos hartos,  / Que aun con estar hecho cuartos  / No pierde su calidad.  / Pero pues da autoridad  / Al gañán y al jornalero,  / Poderoso caballero  / Es don Dinero”. Este hijo de hidalgos nació cojo, con ambos pies deformes y una miopía que, incluso, lo dio cierta fama por esos extraños lentes llamados precisamente ‘quevedos’. De familia de abolengo fue el secretario de la hermana del rey Felipe II, María de Austria.

Pero para entender este poema hay que rastrear -no he leído en ninguna parte esto- la poesía del Arcipreste de Hita, en el poema ‘Lo que puede el dinero’: “Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar; / al torpe hace discreto y hombre de respetar; / hace correr al cojo y al mudo le hace hablar; / el que no tiene manos bien lo quiere tomar”.

Juan Ruiz, que así se llamaba, nació en Madrid en 1281, así que debieron de pasar sus buenos tres siglos para que la poesía de Quevedo retomara estos asuntos. Cosa curiosa, los dos estuvieron presos por culpa de sus versos. El satírico clérigo Ruiz era rebelde para su época: “Y si tienes dinero tendrás consolación, / placeres y alegrías y del Papa ración, / comprarás Paraíso, ganarás la salvación; / donde hay mucho dinero hay mucha bendición”.

Por su parte, Quevedo nos legó también ‘Es amarga la verdad’: “¿Quién hace al ciego galán / y prudente al sin consejo? / ¿Quién al avariento viejo / le sirve de río Jordán? / ¿Quién hace de piedras pan, / sin ser el Dios verdadero? / El dinero”.

Esto viene a cuento porque uno de los hombres más ricos del planeta acaba de morir a sus 101 años. Se trataba de David Rockefeller, cuya fortuna ascendía a 3.300 millones de dólares. Un banquero que se doctoró en economía en la Universidad de Chicago, aunque también estudió en Harvard. Amante de viajar a Marruecos, era filántropo y dueño del Chase Manhattan Bank. En su colección de arte tenía obras de Picasso, Monet, Matisse y Rothko. A lo largo de su vida donó 150 millones de dólares al Museo de Arte Moderno (el famoso MOMA), además de la universidad con su apellido y el edificio de las extintas Torres Gemelas.

Se puede leer: “Los presidentes Jimmy Carter, demócrata, y Richard Nixon, republicano, le tantearon para el cargo de secretario del Tesoro, que declinó. Los Rockefeller se guiaban por el principio de que había que devolver a la sociedad todo lo que les había dado”. Su abuelo John dijo: “Si tu única meta es ser rico, nunca lo conseguirás”. Uno de los Rockefeller, Nelson, en su visita a Quito en 1942, compró varios cuadros al joven Oswaldo Guayasamín, que tenía 23 años. Eran banqueros amantes del arte aunque, en este caso, no precisaran de Quevedo. Ya lo decía Mahatma Gandhi: “El capital no es un mal en sí mismo. El mal radica en su mal uso”. (O)

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Cartografía de un país telúrico



 “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida/ por diez lugares suyos, / ciertas gentes, / puertos, bosques de pinos, fortalezas, / una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia / montañas / (y tres o cuatro ríos)”, dice el poema del mexicano José Emilio Pacheco.

En una entrevista el escritor nos da pistas: “Hoy sabemos que todo texto nace de otro texto. Los orígenes de ‘Alta traición’ están por partes iguales en mi experiencia íntima e insustituible (los ‘puertos’ son Veracruz, Coatzacoalcos, Campeche; los ‘bosques de pinos’ los que rodeaban en mi infancia a la ciudad de México y ahora han desaparecido o se hallan en agonía; las ‘fortalezas’, Chapultepec, San Juan de Ulúa, los baluartes de Campeche; etcétera, y en los poemas que había leído”.

Acaso, el poema que habla de un Ecuador telúrico sea ‘Catedral salvaje’, de César Dávila Andrade: “¡Y vi toda la tierra de Tomebamba, florecida! / ¡Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura!... ¿Qué profundos centauros pacen sobre tu corteza embrujada?”.

Y es del ‘Fakir’ también ese vendaval de ‘Boletín y elegía de las mitas’: “Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña, / Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal y Tanlagua, / Si, mucho agonicé / Sudor de sangre tuve en mis venas / Añadí así más dolor y blancura a la cruz que trajeron mis verdugos”.

En el artículo también disponible en la red Cartografía mínima para un país telúrico, de Valeria Guzmán, en Ecuador Infinito, se habla precisamente de los diversos momentos en que los poetas han nombrado al país. Allí está Gonzalo Escudero: “La línea ecuatorial es un columpio / Tejido con estrellas / Para que los volcanes se cuelguen sobre el mundo”.

Y suenan las voces de la negritud, como la de Antonio Preciado: “Junto al mar / Como almohada que le aliviana el cansancio / Reverdece mi tierra / La generosa y ciega / Entre el agua y el mar / Y el agua coloquial de un río manso”.

Los ecuatorianos tenemos el placer de esta otra geografía que se vuelve visible, palpable, audible, que se muerde y huele a través de la palabra, dice la poeta radicada en México y remarca: “Los versos de estos poetas muestran los contornos íntimos de un Ecuador al que nos convoca la subjetividad que transforma el espacio físico en una creación simbólica del espíritu humano y, si cabe, del espíritu ecuatoriano. Eso que está más allá, lo que tanto andaban buscando los primeros cartógrafos separados de la pura representación.

De entre los tantos que en la antigüedad hicieron mapas, un tal Crates, allá por el siglo II a.C., dibujó un orbe esférico y lo dividió en hemisferios. El Ecuador se ubicaría en lo que él llamó “Terra incognita –Antoeci” y creo que en gran parte seguimos siendo esa tierra desconocida. Al ser ibarreños, es inevitable rememorar el texto de Carlos Suárez Veintimilla: “Tierra mía / la de los días claros de la infancia. / Les dio tu cielo la lección primera / de azul a mis pupilas asombradas, / los primeros anhelos a mis labios / y los primeros sueños a mi alma”. (O)

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El síndrome de Doña Florinda II



Si algo aún ocurre en el país es el ninguneo. No es solo la “chusma”, como diría en el libro El síndrome de Doña Florinda, esa metáfora ideada por Rafael Ton para explicar cómo cierto segmento social –clase media arribista- pretende ser lo que no es.

La búsqueda del “blanqueamiento” lleva a despreciar al “otro”. Hay términos: “longos”, “montuvios”, “chagras”, “negros”, “música chicha” o la inocente “tripamishqui” escondida en el barrio lejos de ‘Pelucolandia’ cuyos candidatos piden más “vuelto” que cambio, sin que esto sea maniqueo.

La “chusma” es la que no tiene derecho a tener una universidad decente y peor acudir a sitios donde está simbólicamente prohibida su entrada con un eufemismo: “estricto derecho de admisión”. Es como si una mínima parte del país –para el caso de los becarios- no aceptara que también los “otros” pudieran tener el “privilegio” de estudiar afuera. Obvio, nadie lo dice directamente sino por esas cloacas que son las redes sociales (que lance la primera piedra quien no ha insultado a Delfín Quishpe, por lo demás nunca invitado como J.J. en su momento).

La “chusma” recuerda la tesis “Mestizaje, cholificación y blanqueamiento en Quito, primera mitad del siglo XX”, de Manuel Espinosa Apolo, de la Universidad Andina Simón Bolívar. “En Quito el proceso de conflictividad se expresó en el enfrentamiento social entre los de arriba y los de abajo, entre capitalistas y proletarios, o entre la oligarquía (clases propietarias) y el pueblo…

Baste recordar que en la época del presidente Ayora –también llamado “indio” al igual que Alfaro– se denominó ayora a la nueva moneda de valor de 100 centavos “porque era medio prieto y feo, mientras a la nueva moneda de 50 centavos se le llamó laurita –el nombre de la esposa del presidente Ayora– porque era de plata, blanquita y muy simpática”. Ayora, quien transformó e institucionalizó al país, estudió en Alemania como uno de los 42 becarios de Alfaro.

Justo en los años treinta, cuando era presidente el “indio” Ayora, visitó el país el norteamericano Albert Franklin y escribió:

 “El Quito de la “gente decente” quisiera separarse del otro Quito. Se burla y habla con aire de superioridad de lo anticuado y la simplicidad del Quito del pueblo... El principal criterio que guía el gusto de la “gente decente”, es si un artículo, gesto o costumbre dado es o no ecuatoriano... Para esta gente, la música ecuatoriana es un recuerdo de pobreza y, además, es ecuatoriana...”. Por eso, desde esas clases, los nuevos “inquilinos” de la urbe fueron designados como el “cholerío” y la “longocracia” (¿No son ahora los llamados “borregos” propios del ámbito rural andino?) Curioso el significado de “chusma” que es para “gente que se considera muy vulgar y despreciable”.

Es verdad, las élites latinoamericanas siempre han sido eso: alienadas, antinacionales y no contemporáneas, dice el brasileño José Honorio Rodrigues (sic). En Ecuador, hace un siglo, cuando eran los ‘Gran Cacao’ se fueron a París y nunca pusieron una fábrica de chocolates en Babahoyo. “¡Quico, no te juntes con la chusma!”, diría Doña Florinda. (O)

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