lunes, 26 de febrero de 2018

Chiga, dios de los cofanes, 2018/02/22


En lo profundo de cada pueblo subyace su mitología. Sus orígenes configuran un destino. Quién soy yo, de dónde vengo, se preguntaban los griegos hace más de dos milenios. Buscaban esas huellas de su pasado para proyectarse al futuro. Lo que encontraban era un poderoso reflejo de sus ancestros.

“Haya luz”, y hubo luz, se lee en el <em>Génesis</em>, el libro fundamental de la cultura occidental, pero también hay otras visiones del mismo momento, como los makiritare, que sueñan que los dioses los están soñando. Al igual que todos los pueblos -desde los nórdicos que nombraron a Thor que después fue el trueno o Saturno que devoraba a sus hijos- nuestro país tiene muchos mitos cosmogónicos, cuando todo era caos.

Friedrich Nietzsche, en su obra El origen de la tragedia, rescatará toda la fuerza del mito, como la única posibilidad de la existencia humana capaz de hacer superable el nihilismo y la muerte de Dios. Malinowski refiere que los mitos permiten expresar y realzar las creencias, y salvaguardar los preceptos de orden moral; gracias a ello la tradición adquiere mayor valor y prestigio, hasta lograr su fortaleza. “Permiten una evasión del tiempo real o la temporalidad existencial del ser humano con una realidad cruda y terrible: la muerte”, escribió el autor de Los argonautas del Pacífico Occidental.

La Amazonía ecuatoriana aún tiene esa memoria. Está Jempe, el colibrí que entrega el fuego a los shuar o la historia de Kujánchan, con sus alas. Aquí, una de sus mitologías del noroccidente, de un tiempo donde moran los astros:

“Más arriba de las copas de los árboles vive Chiga. No es hecho de nada. A veces, cambia a la gente en animales. Con el tiempo, el dios de los cofanes ha mirado desde lejos los asuntos de sus hijos. Sin embargo, a veces, parece que traspasa la luminosidad del follaje y llega hasta donde caminan las hormigas.

Un día, Chiga trajo una pelota de tierra. En el primer instante, de la pelota brotaron hojas de platanillo y palos. Después los arbustos se mecían. En ese tiempo, de la pelota de tierra salieron millares de pájaros que se remontaron más allá de las nubes.

Desde el vientre redondo volaron palomas de cuerpos tersos y ojos vivaces. De la pelota de tierra nacieron todas las cosas para que los cofanes pudieran vivir: plumas ceremoniales o la bebida, la danta o el paujil, que tiene la cresta como un pavo. A medida que salían los elementos la pelota de tierra se hizo más grande…”.


El regreso de las sirenas, 2018/02/15


Bajo la sombra de los volcanes, caminando por las arenas innúmeras; desde la selva –donde siempre hay alguien que mira desde la espesura-, frente a una cascada; divisando las iguanas de las islas, atrapando el primer olor del páramo en la Serranía… acabamos de vivir días de recorrer el país. Los más afortunados se han acercado a la naturaleza. Esto recuerda lo que dijo el poeta francés Henri Michaux: “El que no ame las nubes que no vaya a Ecuador”.

En Quito hay recorridos turísticos de mitos, donde los diablos y Cantuña se pasean por los aleros. Allí, en la calle de las Siete Cruces, que ahora acertadamente es peatonal, se divisa al gallito de la Catedral, otra de las mitologías de una urbe que tenía a un fraile que se escapaba por los hombros del Cristo. Ecuador está lleno de mitos: Jempe, el colibrí, que entrega el fuego a los shuar, las brujas norandinas, fray Simplón y las palomas de Guayaquil, los duendes, la escurridiza Tunda de Esmeraldas, los cañaris que conocieron a las guacamayas durante la época del diluvio, los amores de los montes y las deidades del agua…

Más, la mitología es aún una tarea pendiente, porque se ha privilegiado la historia de las batallas. Como si Occidente únicamente tuviera La Ilíada (perfidias y muertes) sin percatarse también de La Odisea (sirenas y cíclopes), las dos obras del divino Homero.

Por suerte, en el siglo XX llegó la etnología. Para Claude Lévy-Strauss los mitos son una expresión de una lógica impecable, propia de una forma de pensar distinta al racionalismo moderno, presente en culturas que tienen una lógica distinta a la lógica formal.

Estas nuevas interpretaciones, de no mirar a la historia como una situación lineal, está presente en la obra de Mircea Eliade con el concepto illo tempore, es decir, “un tiempo pasado siempre presente”. En el libro “El mito del eterno retorno”, Eliade asume que “la mayoría de los mitos constituyen una historia ejemplar para la sociedad humana”.

Eliade afirma que el mito es, pues, un elemento esencial de la civilización; lejos de ser una vana fábula, es, por el contrario, una realidad viviente a la que no se deja de recurrir… Mishel Meslin nos recuerda que merced al mito los humanos pueden hablar con los dioses y se lamenta que Homero no realizara una recopilación exhaustiva de los mitos porque –él también- pensó que su “público” era el patriarcal y guerrero. Siempre hace falta magia en el mundo.



Humboldt en el Chimborazo, 2018/02/08


En los salones parisinos a mediados del XIX el naturalista alemán Alexander von Humboldt mostraba las rocas del Chimborazo como si fueran piedras de la Luna. Era la época en que el capitán Nemo, en el libro Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, poseía las obras completas del viajero quien también inspiró a Charles Darwin, para pensar su teoría de las especies. En París, Humboldt había conocido a Simón Bolívar, de apenas 21 años, y le había dicho que las colonias estaban preparadas para la independencia, pero no veía al héroe. Años después, Bolívar, quien utilizó sus mapas para cruzar las cordilleras, dijo que el prusiano había descubierto nuestra América más que los conquistadores (cuando regresó de su viaje de cinco años llevaba 60.000 ejemplares de plantas y 6.000 especies, de las cuales 2.000 eran nuevas para los botánicos europeos).

Así relata el libro La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf, editado por Taurus, una obra que, como sugiere The Scotsman, debería incorporarse a toda prisa en los programas educativos de la Tierra. Hay varias razones: no solo que reivindica la figura de Humboldt sino que, trayendo sus propuestas, nos da pautas para el mundo en que vivimos, en medio del cambio climático y de monocultivos que destrozan el ambiente, a favor de unos pocos. ¡Algo que ya advirtió el olvidado científico hace 200 años! La idea de que es preciso que las ciencias interactúen, que existe una conexión en cada hecho, pero de manera especial el humanismo y una crítica a los imperios -que ahora podríamos llamarla poscolonial- fueron algunas de las posturas de este “hombre planetario” que encontró en el Chimborazo el motivo de su inspiración, para plantear que Planeta Azul, ahora la hipótesis de Gaia, es un organismo vivo. Allí, Humboldt pudo entender todo de un solo vistazo y lo dibujó en ese mapa famoso.

En la página 122 se lee: “Al volver del volcán, estaba listo para formular su nueva visión de la naturaleza. En las estribaciones de los Andes empezó a esbozar su Naturgemälde, una palabra alemana intraducible que puede significar ‘una pintura de la naturaleza’, pero que al mismo tiempo entraña una sensación de unidad o integridad”. Años después, Bolívar escribió su Delirio…, inspirado en el mítico viajero. “Allí, en las heladas laderas del Chimborazo, “la tremenda voz de Colombia me grita”, concluye su poema. Humboldt sigue tan campante…


Ibarra devuelve el esplendor del barroco, 2018/02/01


Corre el año 2356. Quito es una ciudad destruida, no por las predicciones de santa Marianita de Jesús. Apenas se divisan las cúpulas y las gárgolas. Hay ceniza en el aire. En esa ciudad del futuro, unos amantes de la música hurgan viejos papeles. Llevan instrumentos metálicos. En un pueblo cercano hallan partituras y la primera frase: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados…”. Como un milagro, surge  ‘Vasija de barro’, escrita por cuatro poetas en la contrasolapa del libro <em>En busca del tiempo perdido</em>, de Marcel Proust.

Esos jóvenes, por primera ocasión escuchan ese fox incaico que habla de un mundo ahora recuperado. Corre el año 2018. Ibarra, tierra de los norandinos. El retablo de la Catedral es de pan de oro y tiene al arcángel Miguel. Hay un cuadro simbolista de Mideros. Al fondo, el órgano tubular. Al frente el coro Cantus Firmus, dirigido por el maestro Gustavo Lovato y en los teclados, el maestro Miguel Juárez, quien por 12 años ha puesto en el lenguaje de nuestro tiempo el esplendor de la música barroca, encontrada en los denominados Manuscritos de Ibarra, que contiene villancicos, romances y chanzonetas, del Archivo de la Diócesis de Ibarra de los siglos XVII y XVIII: “Atención a la fragua amorosa / a donde sus yerros el hombre redime…”.

La comparación con el primer párrafo es evidente porque representa un hito histórico contra la desmemoria como país. Debieron pasar varios siglos para que esta música sonara otra vez. Es herencia del alto barroco europeo con las mixturas de nuestra América. Tuvo sus orígenes en la escuela de San Andrés, con los frailes de Flandes, quienes también trajeron el trigo.

Los folios pertenecieron a las monjas del monasterio de la Limpia Concepción, en una Ibarra destruida por el terremoto de 1868.

En 1991 el historiador Jorge Isaac Cazarlo los ubicó. Algunos prominentes músicos e investigadores se interesaron, pero fueron Mario Godoy, en 1994, junto a Pablo Guerrero, según se lee en la página 23, quienes solicitaron una transcripción a notación musical moderna a Robert Stevenson y, posteriormente, al músico sueco Peter Pontvik. Además, Godoy en 2006 recurrió a Miguel Juárez, quien culminó este proceso.

Ahora, en edición de lujo, se presentan los dos tomos, junto a tres discos compactos, el trabajo minucioso de Lovato y Juárez, con el auspicio de la Casa de la Música, además de generosos mecenas que nos devuelven nuestra historia.



'Don Nica’ llega al infierno, 2018/01/25


“Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”, inicia su soneto el poeta mexicano Enrique González Martínez ante una poesía que, aunque era el modernismo iniciado por Rubén Darío, precisaba de nuevos aires. Así como la pintura, donde una corriente interpela a la anterior y después, caso curioso, regresa a los clásicos, la literatura no es una pieza de museo. El siglo XX le debe mucho a Chile: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas y una vuelta de tuerca más a la palabra: Nicanor Parra, quien acaba de morir a los 103 años en su ley: la antipoesía, palabra subversiva. Por eso hay las voces que claman en el desierto. Son los proscritos y profetas, a quienes muchos piden sus cabezas.

En Versos de Salón escribió: “Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne. Hasta que me instalé con mi montaña rusa. Suban si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por boca y narices”.

En el prólogo de la antología Poemas para combatir la calvicie, Julio Ortega da con la clave: “Si César Vallejo para armar su dicción transformó normas de habla codificada que provenía de la liturgia, la antítesis quevediana, el arrebato del himno, y que incluía fórmulas regionales y familiares, Parra ha tenido en cuenta la canción octosilábica, la tradición métrica -especialmente el endecasílabo-, la dicción isabelina y el dialoguismo civil de la moderna poesía inglesa; por otra parte, el esquema y el diagrama propio de los lenguajes de la ciencia y la lógica”. En Manifiesto, cuando dice que los dioses bajaron del Olimpo, se lee: “Nosotros repudiamos / la poesía de gafas obscuras / la poesía de capa y espada / la poesía de sombrero alón. / Propiciamos en cambio / la poesía a ojos desnudo…”.

Leila Guerriero, en una crónica de El País, cuando lo entrevistó en su casa donde soportaba la indiferencia, escribió: “Es un hombre, pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto”. Cuenta que cuando tenía 55 años asistió a un encuentro de escritores en Washington y que, a mala hora, inesperadamente la mujer de Nixon les invitó a tomar el té. Ahí nomás llegaron las denostaciones, mientras ardía Vietnam. Así somos, no solo matamos a nuestros héroes sino también olvidamos a nuestros poetas, hasta que se cumplen 100 años de nacidos. “La derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas”, dejó como sentencia el antipoeta ‘Don Nica.


Las brujas de San Borondón, 2018/01/18


Una obra de microteatro “naif”: “El santo prepucio”. Localidad: San Borondón (en el mito canario es una isla perdida), cerca de Guayaquil de fraguas de Vulcano. Aquí la censura aupada por un comisario que no alcanza para un relato kafkiano o teatro del absurdo, de Beckett: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, / guardé silencio, / porque yo no era comunista…”

A lo sumo da para picaresca, porque el género es comedia. El cartel tiene un salchichón y en la versión anterior un chorizo y sus respectivas monjas. Toda una lectura fálica, un desmonte del sistema patriarcal. Una guerra de imágenes para citar a Serge Gruzinski. La obra regresará pero se obliga a pedir disculpas. “Con la Iglesia hemos topado, Sancho”, diría don Quijote.

Hay también tragedia, porque todo fundamentalismo es eso: la lectura de la bula Summis desiderantes afecctibus, de Inocencio VIII, que desató la persecución de las brujas en el siglo XV, como si fuera algo normal en el XXI. De allí la palabra blasfemia contra las mujeres actrices. Antes los “herejes” iban a la hoguera. Eso lo supo Giordano Bruno y aquellos que sintieron en carne propia la bula Ad extirpanda, promovida por otro Inocencio IV, para usar la tortura y sacarles a sus víctimas la confesión de herejía. Del celo religioso nace el Anticristo, decía Umberto Eco

Por acá, iniciaron con la extirpación de idolatrías en la época colonial mientras llevaban en andas al apóstol Santiago “mata indios”. En el libro De la estupidez a la locura, Eco señala que el tema de las reliquias iba con el factor económico porque eran un recurso turístico para atraer feligreses. “El prepucio de Jesús estaba expuesto en Calcata (Viterbo) hasta que en 1970 el párroco comunicó su sustracción. Ahora bien, han reivindicado la posesión de esa misma reliquia Roma, Santiago de Compostela, Chartes, Besanzón, Metz, Hildesheim, Charroux, Conques, Langres, Amberes, Fécamp, Puy-en-Velay, Auvergne”.

Modestamente, culmina Eco, esta historia la he contado en mi novela Baudolino pero no pretendo hacer creer a quienes no creen. Igual, el culto al santo prepucio fue prohibido por la Iglesia en 1900, con la amenaza de excomunión a quienes lo siguieran ante la presencia de 14 “originales pellejillos divinos”.

Queda la frase de Stanislavski “Toda lesión, toda violación de la vida creadora del teatro es un crimen.” ¡Todos al teatro! La intolerancia no se combate solo en las redes.