martes, 29 de abril de 2014

Las brujas sobrevuelan Yachay



La Ciudad del Conocimiento, Yachay, como se sabe, está ubicada en el cantón imbabureño de Urcuquí. Por suerte, el proyecto también ha tomado en consideración no solamente los estudios académicos que allí se impartirán sino el legado de esta tierra, como son sus bienes inmateriales.

Siguiendo criterios establecidos por la Unesco, considerando que el país es signatario del Acuerdo Intergubernamental sobre Patrimonio Cultural, la investigación de la Universidad Andina Simón Bolívar determinó en su inventario -entre otros temas, como fiestas o imágenes religiosas- a su mitología como los duendes, la Luterana, la mujer sin pies en Tumbabiro, pero también a las brujas voladoras de Urcuquí.

El duende, por lo general, se trata de un hombre pequeño con gran sombrero, quien se enamora de las mujeres de ojos grandes y cabellos abultados. Por medio de sortilegios, lleva a sus víctimas a las quebradas donde, para librarse del embrujo, los familiares deben procurarse una cruz de ajos.

En Tumbabiro, población olvidada y rica en mitologías, se encuentra también el mito de la mujer sin pies, una suerte de aparición que, junto a los mechayas (fuegos fatuos) y las brujas de Urcuquí, son parte sustancial de esa identidad. Las mentadas brujas, que actúan en un triángulo Urcuquí-Mira-Pimampiro, son una suerte de correos que llevan las noticias y, a diferencia de sus parientes nórdicas, no vuelan en escoba sino utilizando trajes blancos, extienden los brazos exclamando: “De viga en viga / de villa en villa / sin Dios ni Santa María”, con un similar conjuro como las brujas ibéricas.

La ficha patrimonial refiere: “Se conoce como las brujas voladoras, las buitras o simplemente voladoras, a las mujeres de una sola familia, de quienes se decía sabían volar. Esta leyenda se vincula con la lucha que mantuvieron los pobladores de Urcuquí con los hacendados por el control de la acequia denominada Los Caciques. El poder fundamental de las brujas es la permutación de seres humanos en animales (gallos) y frutas (plátanos), además de conocer oraciones, encantamientos y pociones para volar. Sus puntos de llegada principales eran en el triángulo de Mira-Pimampiro-Urcuquí”.

Entre las leyendas emblemáticas se encuentra la del padre Urcu, que refiere la disputa entre los lachas y los litas y, merced a la intervención de esa deidad, se establecieron en la planicie de Cahuasquí.

Estos temas son vitales, porque el cambio de la matriz productiva también implica el conocimiento de los saberes ancestrales.
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sábado, 19 de abril de 2014

Parranda en Macondo



Debemos a los escritores la creación de nuestra entrañable y verdadera América. A Juan Rulfo, por esa Comala donde los muertos andan por el pueblo; a Onetti, su Santa María con plaza cuadrada; a Julio Cortázar, esa añoranza del barrio latino; a Borges, el mítico Buenos Aires de parras y aljibes, y a García Márquez, un Macondo donde sus habitantes inauguran el Paraíso y la estirpe de los Buendía es leída desde los pergaminos de Melquiades.

Ahora, imaginemos a la muerte en estos lugares sorprendentes. No en el ritual griego, donde colocaban al cadáver la moneda para el pago del barquero de la laguna Estigia. No en el texto, maravilloso por cierto, de Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre: Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando… En definitiva, no pensemos en esa muerte, esa expiación de culpas, tan cara al barroco y donde los condenados esperan por siglos. No, imaginemos al Gabo de parranda en Macondo.

En el prólogo de Doce cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez relata que la primera idea para esta obra se le ocurrió después de un sueño esclarecedor que tuvo, tras vivir 5 años en Barcelona. Soñé, nos dice, que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con ánimo de fiesta. Todos parecían dichosos de estar juntos, pero de manera especial él, por esa oportunidad que le daba la muerte por encontrarse con sus amigos queridos de América Latina. Cuando, poco a poco, comenzaron a irse, Gabo relata que él también quiso acompañarlos, pero uno de ellos le advirtió severamente que para él todo se había terminado: “Eres el único que no puede irse”, me dijo. Solo entonces comprendí, dice el escritor, que morir es no estar nunca más con los amigos.

Ahora, enfundado en su traje de lino blanco –el liquiliqui- y con flores amarillas, Gabo asciende en cuerpo y alma, como Remedios La Bella, al amado pueblo de su infancia, Aracataca, donde le esperan sus mayores quienes le siguen contando cuentos. Y allí mismo está su abuelo, el verdadero coronel Márquez, para llevarlo nuevamente a conocer el hielo. Sí, porque –como se lee en el Coronel no tiene quien le escriba- también llega Rafael Escalona para irse de parranda por toda la eternidad. Porque esa es la bendita suerte de la literatura: el coronel Aureliano Buendía acaba de terminar otro pescadito de oro y la canción se vuelve interminable: Mariposas amarillas, Mauricio Babilonia  / Mariposas amarillas que vuelan liberadas…

martes, 15 de abril de 2014

Los cristos de ébano



En los barcos negreros también llegaron los cristos agónicos. En la época colonial, los jesuitas tenían 132 haciendas, 9 de las cuales estaban en el Valle del Chota, en la provincia de Imbabura. Aquiles Pérez contabilizó a 1 760 esclavos traídos del continente de ébano. Ahora, en Salinas, sus descendientes —como antes lo hicieron sus ancestros con Oxalá convertido en Santa Bárbara— trasfiguraron las simbologías. Los romanos, las verónicas, los cucuruchos, los cristos son afrodescendientes. Únicamente las imágenes de madera, que van en andas, tienen los rostros de los antiguos amos.
La Semana Santa en Salinas clama como la canción de Roberto Anglero: “Si Dios fuera negro, mi compadre, todo cambiaría”.
 



Cristo en la cruz
Jorge Luis Borges
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. 
Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro con los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.

                                           ¿De qué puede servirme que aquel hombre
                                                      haya sufrido, si yo sufro ahora?


Tras la sabiduría



Hay un libro admirable: Cultivando las raíces de la sabiduría. El texto refiere a aforismos, con énfasis en la práctica de la virtud, según las tres grandes tradiciones filosóficas de la China: taoísmo, budismo y confucianismo. Hong Yinming, un hombre sin duda cultivado y erudito, perteneciente a la época de la dinastía Ming en el período Wanli (1573-1620), nos ofrece un conjunto de sabios pensamientos y consejos que servirán de guía a aquellos que quieren vivir una vida digna y apropiada, en medio de una sociedad donde el continuo afán de competir y la búsqueda desenfrenada de bienes materiales es el pan de cada día, dice el estudio.
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Como en todos los tiempos, durante ese período la ética permanecía dormida y las falsas creencias se alzaban en boca de los charlatanes. Los filósofos, entonces, decidieron buscar en los saberes antiguos las esencias que estaban perdidas. Lo más elevado del espíritu humano está presente en estos escritos que tienen aún vigencia, pese a los siglos transcurridos.
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1. “Al conducirse en sociedad, no hay que buscar con ansia el éxito: el no cometer errores ya es meritorio. Al tratar a los demás con benevolencia no hay que esperar gratitud a cambio: el que no se conviertan en enemigos ya es gratitud”.
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2. “El mortificarse por realizar acciones virtuosas es una bella característica moral. Pero demasiados sufrimientos hacen que la tranquilidad del espíritu sea muy difícil. El despreciar el poder y la riqueza es una noble cualidad. Pero demasiadas privaciones hacen que el ayudar a otros y beneficiar a la sociedad sea muy difícil”.
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3. “Al juzgar a alguien que ha encontrado desventura y ruina se debe primero entender sus aspiraciones iniciales. Al encontrar a alguien que ha alcanzado el éxito, es necesario ver su situación final”.
4. “Aquel que tiene alto rango y riquezas debe ser generoso y oponerse a la envidia. De otra forma, actuaría como una persona pobre. ¿Cómo disfrutaría de ese modo?”.
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5. “Una persona instruida debe ocultar sus talentos y oponerse a la vana presunción. De otra forma actuaría como un tonto. ¿Cómo evitar la ruina de ese modo?”.
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6. “Después de residir en un lugar bajo se conoce el peligro de ascender a las alturas. Después de estar en la oscuridad se sabe lo deslumbrante que es la luz”.
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7. “Tras mantener la tranquilidad se conocen las preocupaciones de los que se afanan sin cesar. El que ha cultivado el silencio sabe lo enojoso que es el constante parloteo. Al sacar del corazón los pensamientos de rangos y riquezas, el hombre puede liberarse de las tentaciones del mundo”.