El
último árbol del Brasil fue desenterrado
a los diez meses de edad / único sobreviviente del Reino Vegetal. / ‘Comienza
una nueva era’, es la proclama oficial / los indios que lo cuidaban se fueron
esa noche / caminando sobre el mar… El último árbol del Brasil hacia el
extranjero partió”, canta Rubén Blades.
¿Cómo
representarán los árboles, los niños después de milenios, si aún existimos como
especie? Es lo mismo que, la semana pasada, me preguntaba: ¿Por qué los humanos
no nos quedamos pintando bisontes en las cuevas de Altamira? Ahora, podemos
palpar los árboles, pero no los bisontes. ¿Qué significaban?
En
el libro La mirada opulenta, Román
Gubern señala: “Ya Roland Barthes, poco sospechoso de tentaciones
nigrománticas, se refirió en 1964 a la imagen como una forma de resurrección de
los objetos. Y el calificativo de Barthes, que reapareció en su último libro,
estaba asentado en una convicción popular y social establecida a lo largo de
casi trescientos siglos de cultura producida por el Homo pictor.
Porque
aunque la valoración y el uso social de las imágenes hayan pasado, a lo largo
de tantos siglos, de la función ritual y mágica primigenia la función estética
o informativa, nunca han perdido del todo sus componentes mágicos,
exorcizadores o culturales que tuvieron en sus orígenes”.
Esa
mágica condición que sustituye al objeto ausente, siguiendo al texto, está
presente en las afirmaciones del origen mágico del arte primitivo, descubierto
por Salomon Reinach, donde -en definitiva- hay que entender que los pintores
primitivos dibujaban al bisonte para propiciar una buena cacería.
Todo
esto para la primera pregunta: ¿Cómo serán pintados los árboles cuando -así
como vamos de apocalípticos- destruyamos este planeta azul, los seres humanos,
verdaderos depredadores sueltos en medio del asfalto? Como los casi extintos
leones, tal vez ya no sepamos quiénes habitaban en la Tierra.
Borges
lo decía: “En la caverna cuyo nombre será Altamira / una mano sin cara traza la
curva / de un lomo de bisonte”. Y en el poema “La dicha”, para unir con la
primera frase, afirmaba: “Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan
hermosos”.