domingo, 27 de diciembre de 2015

La fortuna de Bill Gates

En la China antigua la casa de la gente rica tenía grandes puertas de color rojo, mientras que la de la gente común, es decir los pobres, las puertas eran blancas. El mundo, curiosamente, ha ido de mal en peor.

Las personas que tienen más de mil millones en sus cuentas son los billonarios. ¿Cuántos son? Apenas alcanzan a la cifra de 1.645. En África, por ejemplo, existen 16 de estos privilegiados que conviven con 358 millones de personas en situaciones de extrema pobreza. Más claro no hay: el 1% de la población es dueña de una riqueza esquilmada al otro 99%, más allá de los eufemismos.

El informe Oxfam señala: “A nivel mundial, la desigualdad en términos de riqueza individual es aún más extrema. Oxfam ha calculado que, en 2014, las 85 personas más ricas del planeta poseían la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad. Entre marzo de 2013 y marzo de 2014, estas 85 personas incrementaron su riqueza en 668 millones de dólares diarios. Si Bill Gates quisiera utilizar toda su riqueza y se gastase 1 millón de dólares al día, necesitaría 218 años para acabar con su fortuna. Aunque, en realidad nunca se quedaría sin dinero: incluso si obtuviese un rendimiento modesto por su riqueza, inferior al 2%, ganaría 4,2 millones de dólares al día solo en concepto de intereses”. Aunque el estudio reconoce que es necesario cierto grado de desigualdad para premiar el talento, lo extremo deja sin oportunidad a millones de personas. (www.oxfam.org)

Aterricemos en nuestro país. Por ejemplo, durante el auge cacaotero en que el país era el mayor exportador de la fruta, la escasa visión de los Gran Cacao hizo que, además de tener entre dos familias fincas del tamaño de la actual provincia de Los Ríos, los trabajadores explotados no tuvieran ni las condiciones ni las oportunidades para desarrollar productos derivados. Tampoco lo hicieron aquellos ricos, cuyos hijos nacían en París, para montar una fábrica de chocolates.

Aunque puede resultar un ejemplo extremo, da pistas de una realidad que no ha variado mucho. ¿Cuántos productores bananeros están pensando en una fábrica de patacones? ¿Cuál es el aporte, por ejemplo, cultural después de 60 años de exportar banano, más allá de la Reina del Banano? ¿Hay un museo del banano o recursos para que alguna universidad estudie una nueva plaga?

La mirada de algunos empresarios se parece bastante a los primeros conquistadores: oro fácil en el menor tiempo posible. Regreso al inicio. Un texto taoísta de hace milenios dice: “Asociarse con mercaderes no es tan bueno como hacerse amigo de los ermitaños. Llamar a las puertas rojas no es tan bueno como frecuentar las casas blancas…”

Sin embargo, siempre queda la pregunta de qué puede hacer una persona con tanto dinero en el mundo. Otra vez el taoísmo nos da una clave: “El Cielo hace a un hombre rico para que alivie el sufrimiento de las multitudes, pero en el mundo hay quienes usan su riqueza para abusar y maltratar a los pobres. ¡Ah, estas personas ofenden la verdadera voluntad del Cielo!” Por suerte, Bill Gates repartirá su fortuna a fundaciones sociales y dejará a sus hijos lo mínimo.




miércoles, 23 de diciembre de 2015

El secreto de la Mona Lisa

De los cuadros del mundo el más enigmático es la Mona Lisa. Se han producido versiones, desde Picasso a Basquiad, de Botero a la cultura pop (en un buscador aparecen cerca de 30 millones de referencias). No hay que olvidar a Ducham quien la pintó con bigotes.

¿En qué momento el cuadro, pintado en tabla de álamo, de 77x53 cm de la Mona Lisa, de Leonardo da Vinci, de inicios del siglo XVI, pasó de ser un retrato por encargo -con la técnica del sfumato al extremo- a convertirse, pasando por los ataques de la vanguardia, en un fetiche de la cultura popular, a inicios del siglo XXI?

Fue pintada entre 1503 a 1506 con una técnica inventada por el pintor: el sfumato, con deliberación extrema. Erns Gombrich habla del sentido de ambigüedad como la clave en la lectura de imágenes. Esas sugerencias esperan la atención del espectador. “El contorno borroso y los colores suavizados que permiten fundir una sombra con otra y que siempre dejan algo a nuestra imaginación. Si volvemos ahora a contemplar la Mona Lisa, comprenderemos algo de su misteriosa apariencia”, dice Gombrich.

El descubrimiento de Leonardo, la ‘borrosidad’, incluso en sus bocetos, y la búsqueda de lo ‘indeterminado’ -esa forma medio adivinada, siguiendo a Gombrich- permiten estimular al espíritu a nuevas invenciones.


¿Pero en qué momento esta pintura, que por cierto no constaba entre las 110 mejores obras de arte, de la corte de Francisco I, aunque Napoleón la tuviera en su habitación en el palacio de las Tullerías, pasó a ser una construcción iconográfica que pasaría de la veneración al rechazo?

En el libro Leonardo, el vuelo de la mente, de Charles Nicholl, pág. 412, refiere que la Mona Lisa pasó a convertirse en ícono cultural a mediados del siglo XIX, porque los europeos del norte sentían fascinación por el Renacimiento, y particularmente por la figura de Leonardo. “Su imagen quedó estrechamente ligada a la mórbida fantasía romántica de la femme fatale: esa exótica y cautivadora ‘bella dame sans merci’ (bella dama sin piedad) que tanto obsesionaba a la imaginación de los hombres de la época”, nos dice el autor para agregar que fue el novelista, crítico de arte y fumador de hachís Théophile Gautier quien ayudó a elevar su imagen.

Entre sus arrebatos, dice el texto, está este: “Te hace sentir como si fueras un colegial frente a una duquesa”. Jules Michelet, otro fanático del Renacimiento, escribió: “Su presencia me atrae, me subleva, me consume: acudo a ella a mi pesar, como acude un pájaro a la llamada de una serpiente”. Fue entonces que la Mona Lisa pasó a convertirse en belleza letal, como la nana de Zola, la Lulu de Wedekind o Jeanne Duval, la bella amante criolla de Baudelaire. El poeta galo Yeats escribió: Es anterior a las rocas entre las que se sienta: / al igual que el vampiro / ha muerto muchas veces…

En 1981, el empresario Leon Mekusa -enamorado de esa sonrisa- vendió todos sus bienes y entró como vigilante en el Louvre, “para mirarla todas las mañanas antes que nadie”. Ahora, en casa está una Gioconda pintada en técnica naif por Elena Terán. Igual, tiene una sonrisa enigmática.





jueves, 17 de diciembre de 2015

Haiku: rasguño de luz

Una de las formas más hermosas de la literatura son los haikus, esos mínimos poemas japoneses. En un temprano poema Borges refiere que el haiku fija en unas pocas sílabas un instante, un eco, un éxtasis. Escribió: ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga? Octavio Paz acotaba que estas extrañas perlas literarias muestran la precariedad de la existencia.

Desde el primitivo katauta del siglo VIII la poesía nipona llegaría al haiku y su esplendor en el XVII, donde se ama la sugerencia, a veces como búsqueda espiritual, en desmedro de la ornamentación tan cara a Occidente. Era una poética que buscaba lo instantáneo del satori o la iluminación con recursos mínimos. Sigue emparentada con el zen, sin olvidar al sintoísmo. Esos son sus orígenes, tras la contemplación. Como toda lírica, está en transformación incesante y nos pertenece a todos. Roland Barthes decía: “El haiku nos hace recordar aquello que jamás nos ha sucedido; en él reconocemos una repetición sin origen, un acontecimiento sin causa, una memoria sin persona, un habla sin amarras”. Observaba que esta escritura sutil posee evidentemente algo de música (música de los sentidos y no forzosamente de los sonidos). “El haiku es la rectitud del trazo, sin estelas, sin margen, sin vibración; tantos comportamientos pequeños... tiene la vocación de pintura, de miniatura. Es un rasguño de luz”. Es un navajazo ligero trazado en el tiempo, concluía. Uno de sus exponentes fue Kobayashi Issa: La lejana montaña / se destaca / en los ojos de la libélula. También escribió: De no estar tú / demasiado grande / sería el bosque. Y aquí su más famoso: Vente a jugar / conmigo / gorrión sin padres. En el Círculo de Poesía leemos: “Cuando era pequeño, los demás niños se burlaban de él por no tener a su madre, por lo que generalmente jugaba solo. Al ver a este gorrión cerca de él, Issa interpreta que se encuentran en la misma situación y lo invita a jugar, tal y como hubiera deseado que lo hicieran los niños de su edad”.


Esto a propósito de culminar una mínima obra en esta línea que obviamente ahora se llaman micropoemas, porque no siguen la regla del haiku y, acaso, buscan su contemplación. Compartiré uno que se titula ‘La muralla’: Un beso suyo / y se desmorona / todo el imperio. El verso evoca un texto borgiano que refiere “que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los libros anteriores a él”. Los historiadores nos dicen que el emperador prohibió que se mencionara a la muerte y que, entonces, la muralla sería una construcción mágica para detenerla. Acaso, un acto de amor lo habría salvado.

jueves, 10 de diciembre de 2015

La estatua de Benalcázar



Es imposible amar una ciudad sin conocer su historia. Quito, fundada entre las cenizas, evoca siempre una cartografía inconclusa. Por sus laberínticas calles, por sus emblemáticos zaguanes, por esa opresión de tener un volcán o por las populosas calles, la urbe parece cobrar más sentido cuando se camina por sus calles del Centro Histórico. Y son, precisamente estas, más allá de su nomenclatura, que nos llevan a los orígenes, a los motivos de su fundación y también de su rebeldía. Por eso comparto las historias de dos de sus arterias. La primera lleva el nombre del fundador, que en realidad se llamaba Sebastián Moyano y criaba ovejas y cerdos. El cronista Juan de Castellanos relata que tras matar a un mulo en 1507 huyó hacia las Indias Occidentales por temor a un castigo y también para escapar de la pobreza en que vivía.

Cuando Sebastián de Benalcázar llegó a Quito, en 1534, había aún un olor a ceniza en el aire de la ciudad destruida. No importaba porque ya la había fundado a lo lejos, donde después sería la antigua Riobamba, para ganarle la partida a sus compatriotas que venían apurados desde el norte. Por ordenanza, se creó la Calle Real, eje del trazado de la urbe. Se llamó también Calle Angosta, y los primeros historiadores creían que era la senda prehispánica que unía el Templo del Sol (Panecillo) con el Templo de la Luna (San Juan).

Las familias quiteñas poderosas no se contentaron con sus patios de pileta y las llamaron por sus apellidos, como si al nombrarlas así las poseyeran: calle Sáenz la denominaron, por las charreteras de un general, más tarde calle del Correo.

En la vía está la Casa del Toro, con una escultura que recuerda el séptimo trabajo de Hércules, con el toro de Creta. Al frente, la estatua de Benalcázar mira hacia lo que fue su antiguo solar. No tuvo tiempo para levantar su morada ni mirar la ciudad, que crecía en donde antes caminaban otros dueños. Andaba con un sueño insaciable y para sus encuentros con los nativos tenía un traductor para una sola palabra: oro.

Ahora, la calle Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las Vírgenes de madera. Los devotos iban a la calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados. Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus sangrientas masacres contra los indígenas.

Iban a las capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas.

En 1613, el Alguacil Mayor de Quito, don Diego Sánchez de la Carrera había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los quiteños. Acaso, quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera.

En la misma calzada, Antonio José de Sucre, patriota venezolano, construyó su casa, con indicaciones que llegaban en cartas escritas en el fragor de las batallas de independencia. Unas balas de la infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el ejército libertario de llaneros.