sábado, 30 de enero de 2021

Libro A la Sombra del nogal, 2021/01/30

 

 




 

Un encantador al acecho, 2021/01/28

 


Como se sabe, Alonso Quijano –de complexión recia y enjuto de carnes- “los ratos que se pasaba ocioso (que eran los más del año), se daba en leer libros de caballería”, lo que a la sazón lo volvió loco transformándose en el sin par cabalero Don Quijote de La Mancha, enamorado de Dulcinea. Para evitar tales desatinos, como se lee en el capítulo VI, se reunieron sus allegados, incluido el cura, para deshacerse de los “más de cien cuerpos de libros grandes” y destinarlos al fuego.

El Ama llegó con una escudilla de agua bendita y un hisopo y dijo: “Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún un encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de que les queremos dar echándoles del mundo”. Aunque el licenciado se rió de la ocurrencia, veremos cómo la Ama no estaba tan disparatada como su patrón.

 “Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados. Despiertan cuando los llamamos.”, cuenta Jorge Luis Borges. Así que, la tozuda Ama y Emerson tenían razón, porque –como bien lo dijo Umberto Eco- la lectura es la inmortalidad hacia atrás: podemos estar en el momento en la expulsión del Paraíso, cuando Hipócrates hace su juramento, cuando Ulises llega a Ítaca, cuando los genios encerrados en una botella surgen en la voz de Sherezade, cuando Dante mira por primera vez a Beatriz, cuando el detective Sherlock Holmes descubre una nueva pista, cuando Vicente Huidobro canta “te advierto que estamos cosidos a la misma estrella” o cuando nuestro César Dávila Andrade pronuncia: “Amauta poderoso / toda verdadera canción es un naufragio”.

Borges lo aclara: “¿Qué es un libro en sí mismo? Un libro es un objeto físico en un mundo de objetos físicos. Es un conjunto de símbolos muertos. Y entonces llega el lector adecuado, y las palabras –o, mejor, la poesía que ocultan las palabras, pues las palabras son meros símbolos- surgen a la vida, y asistimos a la resurrección del mundo”. Aunque Alejandro Magno tenía La Ilíada y una espada bajo la almohada, bien se sabe que la pluma perdura más que el acero.

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/un-encantador-al-acecho

 

 

sábado, 23 de enero de 2021

Cantuña y el diablo burlado, 2021/01/21

 


Hace unos siete años, según revelan las ilustraciones de Roger Ycaza, inicié el proyecto de reescritura de una de las leyendas más emblemáticas del país: Cantuña. La primera versión es del padre Juan de Velasco y la del atrio de Federico Gonzáles Suárez.

El párrafo precursor dice así: “El año de 1574 murió Cantuña, indiano nativo de la ciudad de Quito; y con su muerte se declaró el gran misterio sobre los tesoros de los incas Atahualpa y Huaynacapac, escondidos por el tirano Rumiñahui”. Obviamente, es una versión colonial, parte del proyecto criollo de construcción de un país posible donde –a los ojos del clérigo e historiador- se necesitaba de una doctrina por lo que Rumiñahui aparece como opuesto a la evangelización.

Era necesario crear un inicio utilizando las técnicas de esta época y conociendo que, como dice Borges, cada autor crea sus propios precursores. El primer párrafo tenía que ser contundente (cuento esto porque en la versión final tuve que modificar todo). Estaba el ejemplo del catalogado como el mejor inicio de novela del siglo XX: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, de Gabriel García Márquez.

Claro que no podía iniciar así, primero porque después tendría que poner a la dinastía de los Buendía, los artilugios de Melquiades y el genio del Gabo, así que preferí utilizar otro principio memorable, esta vez de Fran Kafka, porque se requería –pensando en lo que sentiría Cantuña- despertar de una horrible pesadilla, frente al caos de su mundo. Agregué un guiño de Memorias del Fuego, de Eduardo Galeano, una frase del Otoño del patriarca, sobre las naves, una evocación de la obra de Emily Brontë, un poema épico y quedó así:

“Cuando entreabrió los ojos, después de un sueño premonitorio, Francisco de Cantuña miró a la distancia las cenizas aún humeantes de Quito e imaginó que detrás de las montañas borrascosas emergían las tres carabelas. Otra vez, bramó el relámpago.

Hace poco, en Cajamarca se había oscurecido en la mitad del día”.

 

El Telégrafo - Cantuña y el diablo burlado (eltelegrafo.com.ec)