domingo, 20 de mayo de 2018

La Revolución de los Pétalos, 2018/05/17


Levanten los adoquines (pavé, en francés), debajo de los adoquines están las playas”, rezaba un grafiti del Mayo del 68, en París, hace 50 años. Después de 25 años, en los convulsos 90, en Ecuador apareció este: “Cavad, cavad, cavad, debajo de las campanas está el mar”. El uno, apostaba por la imaginación; el otro, por mostrar que en la franciscana ciudad de Quito era posible soñar por medio de la poesía. Por eso, si la una se llamó la Revolución de las Flores, llamé a la segunda la Revolución de los Pétalos, de unos jóvenes que tenían, en aquel momento, la misma edad que sus encanecidos pares ya “hamburguesados”.

En Quito, los universitarios no se unieron con los obreros, ni se tomaron los teatros, a lo sumo las blancas paredes de los vecinos: “Dame una pared, y cambiaré el mundo”, fue una de sus proclamas. Como existirán incautos en esta relación frente al parisino mensaje contra la Gran Costumbre, el Gran Consumo, el Gran Sistema, traigo a colación un papelito amarillento de 1993 que lo confirma: “A los 25 años del Mayo del 68 tomamos la bandera desde el pupo de América Latina y gritamos nuestras palomas al viento porque estamos vivos, creemos  en los sueños posibles y sabemos que la Utopía está a la vuelta de la esquina pastando con un unicornio…”.

Aparecieron los grafitis: “Pedimos para los poetas hospitales de colores”, “Más poesía, menos policía”, “Qué suerte que los pájaros se siguen cagando sobre las estatuas”. Estos códigos no estaban alejados de una actitud política, pero muchas veces desde la desesperanza: “Recordado país, ¿cómo era que te llamabas”? o “La sociedad construye abismos, hay niños vendiéndolos en la calle”, “¿Hasta cuándo seremos los pacíficos dueños de tanto absurdo?” o “La moral está por los suelos. ¡Písala!”. Al final, saber que el movimiento era distante: “Nosotros vivimos la resaca de una orgía en la que no participamos” y un agónico “Proletarios del mundo, uníos. Última llamada”, antes de colocar: “Al Marx tiempo, buena cara”. Y siempre la poesía: “La luna cayó ayer en mi jardín y hoy solo cosecho manzanas de plata.


La Revolución de las Flores, 2018/05/10


El mundo occidental recuerda los 50 años de la Revolución de las Flores. “La imaginación al poder” ha dado paso a la hiperconexión, a los telediarios que banalizan la cultura, a creer que la tecnología puede reemplazar a la conversación. Razón tenía Michel de Certeau de clamar por vivir “desconectados”, cuando ni siquiera había WhatsApp, que ha logrado lo imposible: reunir a amigos de carne y hueso en torno a un café para chatear con los “conocidos” virtuales y donde creemos que el hipertrabajo nos da libertad.

Sin caer en la nostalgia, parece que fue ayer cuando los jóvenes escribían: “Por favor, paren al mundo que me quiero bajar”. Hay una palabra clave para entender al Mayo del 68 en París: pavé. Carlos Fuentes escribía: “El pavé, el bello y humilde adoquín de las calles de París, ha adquirido hoy un rango casi fetichístico: fue la primera arma de contraataque de los estudiantes brutalizados por la Policía…

Contra la abundancia de comunicaciones inútiles, hemos enviado el mensaje imprescindible de nuestras piedras y nuestras palabras. Y quizás hay otra razón: Debajo de los adoquines están las playas. Y las palabras. Los muros de París hablan: sueños, consignas, cóleras, deseos, programas, bromas, desafíos”.

Cuenta que en el mismo lugar donde comienza Rayuela, en el pasaje que conduce hasta la calle donde Oliveira buscaba a la Maga, hay ahora un cartel azul y un texto de Julio Cortázar: “Ustedes son las guerrillas / contra la muerte climatizada / que quieren vendernos / con el nombre de porvenir”.

Aquí, algunos de los grafitis: “No puede volver a dormir tranquilo aquel que una vez abrió los ojos”, “Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre”, “Todo el poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente”, “Es necesario explorar sistemáticamente el azar”. Además, una frase del punzante Nietzsche que se estampó en el Odeón: “Es necesario llevar en sí mismo un caos para poner en el mundo una estrella danzante”. Y, claro, Nietzsche sigue tan campante…


Angochagua, el Ecuador profundo, 2018/05/03


Angochagua está de fiesta durante todo este mes. Cumple 157 años como parroquia republicana, pero tiene milenios como la tierra de los caranquis, señorío étnico norandino. Se encuentra a escasos 15 minutos de Ibarra, al sur-este, y es famosa por los bordados de Zuleta.

Un lugar de atractivo, casi secreto, es Muchanaju Rumi, que significa “Piedras que se besan”, porque literalmente se trata, al final del sendero, de divisar a dos piedras como si fueran lajas que se aproximan. El recorrido es relativamente fácil, a excepción de algo de dificultad en la mitad del trayecto, pero el viajero puede detenerse a contemplar, por ejemplo, los eucaliptos e infinidad de plantas, como los hongos, que al parecer pasan desapercibidos. El sendero de 1.000 metros fue construido por medio de mingas.

Al llegar al final se puede contemplar las extensas llanuras por el lado de La Rinconada, pero también la propia Angochagua con su iglesia. Sin embargo, desde esa altura, es importante conocer la mitología de la región, como los amores de Taita Imbabura, así como el gigante y las lagunas, precisamente divisando el Cunrro, además -con dirección a la cascada- los relatos en torno a los duendes o chuzalongos.

La parroquia de Angochagua, como la Sierra norte, tiene en el maíz la esencia de su gastronomía, un legado de la época prehispánica, que también estaba fundamentada en los tubérculos, no solamente la papa sino también la mashua, mellocos, ocas, legumbres como el berro o la nutritiva quinua. Gracias al intercambio ancestral -entre los diversos pisos ecológicos- también está presente el ají o las frutas de las tierras bajas.

Además, hace más de un año la nueva carretera ha permitido el desarrollo de locales de carne de borrego, que se expende especialmente los fines de semana. Es posible llegar a este lugar, si viene desde Quito, por el desvío a Ayora, pocos kilómetros al norte de Cayambe. El paisaje, por la vía a Olmedo, es deslumbrante. Esta es la oportunidad para que los ecuatorianos que viven en las grandes ciudades conozcan el país profundo, el país que no aparece en los noticieros.