sábado, 27 de septiembre de 2014

Ibarra: helados vs. fritadas



Ibarra tiene fama de sus helados de paila, una tradición centenaria iniciada por Rosalía Suárez. Sin embargo, raspando la superficie, nadie se puede imaginar que otro deleite de los ibarreños son las tortillas de papa, con huevo y chorizo. ¿Pero cómo llegaron? Hay que remontarse a unos 70 años, con la primera migración de los indígenas provenientes de Quinchuquí, cercano a Otavalo.
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Fueron ellos quienes se instalaron en el sector conocido como El Carretero (actual avenida Atahualpa) y en Azaya y la Calle Larga (actual avenida Eloy Alfaro). Arribaron como carniceros expertos en cerdo y sus derivados. Algunas de sus mujeres, por las tardes, vendían la deliciosa fritada con maíz tostado, en una suerte de urnas de madera y vidrio, para que el producto permanezca caliente. Esa fue la primera ola. Por eso, aún sobreviven dos vendedoras de ese estilo de fritada en cajas en la avenida Eloy Alfaro (presentes desde 1950 dice un letrero).
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Una buena parte de esos descendientes, que antes asaba tripa mishqui (tripa dulce o vísceras), ahora prefiere ofrecer chuleta con menestra, como si fueran costeños. La segunda ola del aporte gastronómico indígena a Ibarra llegó hace 30 años. De las mismas familias de Quinchuquí se encontraban Zoila Vega y Manuel Pineda, quienes comerciaban cerdos hasta Riobamba. Allí, en el centro del país, acaso en Ambato, miraron que los llapingachos, como se llaman por allá, tenían huevo y chorizo.
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Hicieron a un lado la remolacha y pusieron un chorizo más delgado, propio de las comunidades indígenas. Al inicio fue un local y ahora son 14. Fueron las sobrinas de Zoila Vega, como Lucía Lema, quienes aprendieron el oficio con un secreto: mezcla de papas, una tierna y una dura (chola y violeta). En la actualidad los locales de tortillas son más numerosos que los tradicionales de helados. Sin embargo, los turistas aún no conocen estas delicias, pero los ibarreños menores a 30 años saben de qué se está hablando. En los pequeños locales llegan sin distinción de clase, donde la segunda generación proveniente de Quinchuquí nuevamente deslumbra con sus sabores.
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Esto a propósito de conmemorar la fundación de Ibarra, acaecida el 28 de septiembre de 1606, con un propósito: ser el puerto de tierra, entre el comercio de la ruta Bogotá-Popayán-Ibarra-Quito. Mencionando a la época colonial, y otra vez en la gastronomía como parte del patrimonio de un pueblo, existen las crónicas del entonces joven jesuita italiano Mario Cicala, quien llegó a inicios del siglo XX. Cuenta de unos extraordinarios dulces que se expenden “en cajitas”. ¿Serán las nogadas?, nos preguntamos.
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Pero también habla de los viñedos y olivares que, lamentablemente por la idea del monopolio de la Corona, fueron exterminados. Como se sabe, fue Perú el que aprovechó esa ventaja y prueba de ello es su pisco, reclamado también por Chile. Ahora, la urbe es una ciudad de diversidades y aportes, que van desde afrodescendientes a migrantes colombianos (también con su gastronomía) y algo aún mayor: carchenses, que son tan numerosos que un día ponen alcalde.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Alonso Quijano, poeta



“Y el mundo a carcajadas se burla del poeta / Y le apellida loco, demente soñador, / ¡y por el mundo vaga cantando solitario, / sus sueños en la mente, sin goces en el alma, / llorando entre el recuerdo de su perdido amor!”. Cantaba el poeta nicaragüense Rubén Darío.

En el capítulo VI de El Quijote, de Miguel de Cervantes, se puede leer un hecho prodigioso. Se reúnen el cura, el barbero, el ama de casa y la sobrina con un propósito: quemar los libros de caballería que han trastornado la razón de don Alonso Quijano y lo han vuelto caballero andante en busca de deshacer entuertos. La escena se desarrolla en la biblioteca y a la pira van libros como Historia del famoso caballero Tirante el Banco, Amadís de Gaula, Espejo de Caballerías, entre otros. Hay un punto crucial. Después de apurar al fuego estas obras llegan a unas que parecen inofensivas: son tratados de poesía.
“Estos -dijo el cura- no deben ser de caballerías sino de poesía. Y abriendo uno, vio que era La Diana, de Jorge Montemayor, y dijo, creyendo que los demás eran del mesmo género:
-Estos no merecen ser quemados, como los demás, porque no hacen ni harán daño que los de caballería han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.
-¡Ay señor! -dijo la sobrina-. Bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demás; porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza”.
¿Y se quemaron estos libros? A insistencia del cura no se quemó el mentado La Diana sino que se le quitó “todo lo que trata sobre la sabia Felicia y el agua encantada”. Y otros se fueron a la propia biblioteca del cura que se negó a que fueran destruidos, como Los diez libros de Fortuna de amor, de Antonio de Lofraso.

Fue así que muchos libros de poesía fueron salvados como un homenaje a los versos. Pero queda una interrogante: ¿Cómo habría sido Alonso Quijano en lugar de leer libros de caballería sino de poesía?

Nuevamente, el poeta Rubén Darío nos dice: “Prosigue, triste poeta, cantando tus pesares; / con tu celeste numen sé siempre, siempre fiel”. Se me ocurre que, en verdad, Alonso Quijano, transfigurado en Don Quijote, algo tenía de poeta. Basta leer su amor por Dulcinea del Toboso y sus elegías. Su nombradía del Caballero de la Triste Figura que entrega como un don a su amada estos versos: “Que nada ignora, y es razón muy buena / Que un dios no sea cruel. Pues ¿quién ordena / el terrible dolor que adoro y siento?”. Don Quijote  parece un poeta que anda disfrazado de caballero andante y busca entre las aspas de los molinos los ojos de su Dulcinea.

En una de las frases del loco más famoso del mundo de la literatura está: “La poesía tal vez se realza cantando cosas humildes”. Un poema en homenaje al personaje lo trae León Felipe, en Vencidos: “¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura, / en horas de desaliento así te miro pasar! / ¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura / y llévame a tu lugar…!”.

Visitantes, Ibarra, a inicios del siglo XX



Ibarra, a inicios del siglo XX
(muestra fotográfica en gran formato)
Juan Carlos Morales Mejía
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA
LUGAR: Parque Ciudad Blanca
(antiguo aeropuerto Atahualpa)
HORA: 19h00
DÍA: Hasta domingo 28 de septiembre de 2014

Ibarra a inicios del siglo XX es una muestra fotográfica –en cajas de luz y gran formato- que se inaugurará el próximo viernes 19 de septiembre, en el parque Ciudad Blanca (antiguo aeropuerto). La investigación, realizada por Juan Carlos Morales Mejía, miembro de la Academia Nacional de Historia, pertenece a una de los momentos más interesantes de la urbe porque estaba en plena reconstrucción, tras el sismo de 1868. Esta muestra fotográfica está auspiciada por el Municipio de Ibarra, como parte de las celebraciones por los 408 años de fundación de la ciudad. Contará, además, con 8000 postales, auspiciadas por Cónika y Editorial Pegasus.



La llamada época de oro de la arquitectura republicana contó con arquitectos que impulsaron tendencias neoclásicas. La muestra que despliega también la vida cotidiana de la urbe, pone énfasis en recuperar la memoria de una ciudad fundada como puerto de tierra, en 1606, en los antiguas heredades de los caranquis.

 












A inicios del siglo XX, Ecuador vivió un momento excepcional de su vida donde el país pretendía dejar un pasado de viejas estructuras apostando a una modernidad y un cambio social que, al fin de cuentas, desembocó nuevamente en un reacomodo de fuerzas a favor del no-futuro. Pero Ibarra apostó por levantarse de las cenizas.










martes, 16 de septiembre de 2014

Ibarra: a inicios del siglo XX (exposición)



Ibarra, a inicios del siglo XX
(muestra fotográfica en gran formato)
Juan Carlos Morales Mejía
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA
LUGAR: Parque Ciudad Blanca
(antiguo aeropuerto Atahualpa)
HORA: 19h00
DÍA: Viernes 19 de septiembre de 2014



Ibarra a inicios del siglo XX es una muestra fotográfica –en cajas de luz y gran formato- que se inaugurará el próximo viernes 19 de septiembre, en el parque Ciudad Blanca (antiguo aeropuerto). La investigación, realizada por Juan Carlos Morales Mejía, miembro de la Academia Nacional de Historia, pertenece a una de los momentos más interesantes de la urbe porque estaba en plena reconstrucción, tras el sismo de 1868. Esta muestra fotográfica está auspiciada por el Municipio de Ibarra, como parte de las celebraciones por los 408 años de fundación de la ciudad. Contará, además, con 8000 postales, auspiciadas por Cónika y Editorial Pegasus, además del diseño de Centauro Creativo.
La llamada época de oro de la arquitectura republicana contó con arquitectos que impulsaron tendencias neoclásicas. La muestra que despliega también la vida cotidiana de la urbe, pone énfasis en recuperar la memoria de una ciudad fundada como puerto de tierra, en 1606, en los antiguas heredades de los caranquis.
A inicios del siglo XX, Ecuador vivió un momento excepcional de su vida donde el país pretendía dejar un pasado de viejas estructuras apostando a una modernidad y un cambio social que, al fin de cuentas, desembocó nuevamente en un reacomodo de fuerzas a favor del no-futuro. Pero Ibarra apostó por levantarse de las cenizas.

Juan Carlos Morales Mejía (Ibarra, 1967) es un escritor, con más de 30 publicaciones, especializado en Mitologías de Ecuador. Entre sus libros se destacan Fabulario del dragón, cuentos de literatura fantástica, El poeta y la luna, o la serie sobre mitos. Pertenece a la Academia Nacional de Historia y es Magíster en Cultura, además de una especialización en Historia del Arte y Fotografía, en el Centro de Imagen de la Alianza Francesa, de Quito. Su libro Graffiti: en clave azul, un recorrido por América Latina, fue su tesis de pregrado como periodista.
Es articulista del diario público El Telégrafo y miembro del Comité Editorial de Ecuador TV y la Radio Pública de Ecuador.






 PROYECTOS FOTOGRÁFICOS

Megapaís, libro y exposición antológica para el Ministerio del Ambiente de Ecuador, en el tradicional barrio La Ronda, en Quito.
Imbabura, libro de fotografías de la provincia de Imbabura. 2013. Gobierno Provincial de Imbabura.
Imágenes de Ibarra, libro para el Consejo Nacional de Cultura dentro de la serie Imágenes del siglo XX. Investigación del fotógrafo Miguel Ángel Rosales. 2013
Fiesta del Solsticio, libro antológico de investigaciones en torno a la Fiesta del Solsticio en Imbabura, 2013.
Nostalgia de luz, libro de fotografías nocturnas de iglesias y sitios emblemáticos de las provincias de Carchi, Imbabura y norte de Pichincha, Emelnorte, Editorial Pegasus. 2012.
Parte del libro Ecuador Fotografía del siglo XX, Consejo Nacional de Cultura de Ecuador.

IBARRA

Ibarra fue fundada, por el capitán quiteño y encomendero Cristóbal de Troya, el 28 de septiembre de 1606, como una de las últimas ciudades coloniales. Había un propósito que la diferencia de las urbes de conquista: el comercio. Debía convertirse en un puerto de tierra, por la salida al Océano Pacífico, para activar el intercambio de la ruta Bogotá-Quito. Antes, durante milenios, existió el señorío étnico de los caranquis, que llegaba más allá de Otavalo, y cuyo centro principal se encontraba en Angochagua. Éstos, libraron cruentas disputas con los incas, por la expansión de su imperio en el siglo XVI, y durante décadas resistieron hasta caer ultimados en Yahuarcocha. Cuando parte de ese poderío se restableció, al mando de Atahualpa, llegaron los conquistadores quienes, al amparo de la Cruz y la Espada, inauguraron la época colonial, con mitas y obrajes.
Después, llegarían las gestas libertarias, como la Batalla de Ibarra, donde el Libertador, Simón Bolívar, se enfrentó a los últimos reductos de las fuerzas realistas, en 1823. Sin embargo, la vida de la urbe estaría marcada por la tragedia, cuando en 1868 un terremoto devastó la capital de Imbabura, y varias de sus ciudades. En Ibarra murieron aproximadamente 5.000 personas de una población de 7.000 (20.000 perecieron en toda la provincia). La exposición muestra la época inmediata del terremoto, hasta el primer cuarto de siglo, donde esta ciudad renacía de las cenizas.

LA ÉPOCA

A inicios del siglo XX, Ecuador vivió un momento excepcional de su vida donde el país pretendía dejar un pasado de viejas estructuras apostando a una modernidad y un cambio social que, al fin de cuentas, desembocó nuevamente en un reacomodo de fuerzas a favor del no-futuro.
Esa es la época de esta exposición Ibarra: a inicios del siglo XX, donde un liberalismo en el Poder fue traicionado en sus orígenes hasta devolver a la naciente burguesía el control de un país en ciernes, aliada a estamentos que siguieron siendo caducos pero que campearon el temporal.
La transformación la inició la llamada Revolución Liberal Ecuatoriana, tras un golpe de Estado, en 1895, liderada por Eloy Alfaro, quien durante tres lustros gravitó la vida política hasta terminar arrastrado y asesinado en la hoguera bárbara, donde sus antiguos aliados y las fuerzas conservadores nuevamente incautaron el país.
Para el caso de Ibarra, los aires de modernidad estuvieron en una tarea: reconstruir la devastada urbe, tras el violento terremoto de 1868. Fue, de hecho, una refundación de la urbe donde se había perdido no solamente su memoria escrita sino donde muchos de sus ciudadanos la abandonaron para siempre.

LA RECONSTRUCCIÓN

Al mirar las fotografías de Ibarra, a inicios del siglo XX, que incluye el primer cuarto de siglo, da la impresión de asistir a la inauguración de una nueva urbe. Eso fue lo que sucedió: el violento terremoto del 16 de agosto de 1868 trajo enormes desgracias a la zona norte de Ecuador (solo en Imbabura murieron 20.000 personas), donde la ciudad fue devastada.
Gabriel García Moreno desplegó su ingenio en la ayuda de las víctimas y ya como Presidente del Ecuador, en 1872, solicitó la ayuda del ingeniero Arturo Rogers, y 30 entusiastas ibarreños, para el diseño de la nueva urbe. Éste, inspirado en el damero español, propuso en el mismo sitio una ciudad con cuadras exactas de 100 metros, calles espaciosas y construcciones bajas, de una sola planta. Se sabe, que fue desde la mítica Esquina del Coco desde donde se realizó el trazado de la capital de Imbabura.
Eduard André, un naturalista y viajero francés enviado por su país, llegó ocho años después del sismo, para recorrer Ecuador y Colombia. En sus crónicas escribe que –además de la desolación- la corporación municipal no omite esfuerzos para devolver a la ciudad, a falta de la perdida prosperidad muy difícil de recobrar, un renacimiento de virilidad y energía. Las calles anchurosas y bien alineadas han sido adoquinadas con cantos rodados provenientes del río Tahuando.
No es casual, entonces, que en el primer cuarto de siglo, la ciudad aún muestra la devastación pero también los nuevos bríos. Lamentablemente también su memoria visual quedó reducida a escombros y los escasos periódicos –tal como sucede en nuestros días- estaban más preocupados en el asunto político que en contar acerca de la vida cotidiana de la urbe. Hay una explicación: la historiografía tradicional entiende más de héroes y de batallas y menos de la historia de la gente que es, en definitiva, el sustento de la construcción del imaginario de una ciudad posible.

LOS FONDOS FOTOGRÁFICOS

La muestra de Ibarra a inicios del siglo XX –como la propia historia de la urbe tras el terremoto- tuvo que ser recogida a pedazos. El primer fondo pertenece a un peluquero, Manuel España, que –tras largas décadas de recopilación en su modesto cuarto- legó a su ciudad fotografías inéditas, que reposan bajo la tutela del Archivo Municipal de Ibarra.
La segunda parte está en el fondo del Archivo Nacional del Banco Central del Ecuador, de Quito, custodiado por Honorio Granja, donde reposa la memoria visual del país. Una parte sustancial de esta muestra está en el fondo Rosales-Durán, prestigiosa y filantrópica familia ibarreña, con ancestros como Rosalía Rosales Félix, quien donó los terrenos para los lasallanos, o Rafael Rosales Félix, liberal y destacado ibarreño y propulsor de la modernidad, cuya nieta, Diana María Ávila Rosales gentilmente compartió el precioso álbum de su familia.