En
la metrópoli, donde deambulan los zombis, existe la ciudad de los muertos. Se
llama necrópolis (cadáver-ciudad, siguiendo su etimología). En el cementerio,
como dice la canción, “las calaveras todas blancas son”. Siguiendo a los
griegos, es la tierra de Tánatos, que tiene su hermano Hipnos, el sueño. Su
contrario es Eros, ahora “lluchu” (desnudo en quichua).
Esto
porque el historiador Javier Gomezjurado Zevallos, después de su libro La muerte en Quito, acaba de publicar Amor y sexo en la historia de Quito. Si
en el primero los personajes terminaban tras una lápida, ahora -por sus 392
páginas- desfilan por las camas infinidad de historias de la franciscana ciudad
que tenía a un cura como Manuel de Almeida que se escapaba por los mismísimos
hombros del Crucificado para alborotar en fandangos las mejillas fúlgidas de
las damiselas.
Con
más de 300 citas bibliográficas y más de 500 citas a pie de página, la obra
seguro hará sonrojar a algunos historiadores tan proclives al pundonor,
olvidados de Jenofonte y amantes de Tucídides. Sería bueno leer el relato de un
presidente de la Audiencia que tenía “rabo de paja” (pág. 89).
El
libro inicia con una aproximación histórica de la sexualidad en las sociedades
antiguas, poniendo énfasis en las poblaciones nativas. En el segundo capítulo
aparecen muchos de los temas de la época colonial, tan proclive a realizar
procesiones y oraciones mientras que por las noches en algunos de sus conventos
la llama de la pasión ardía peor que el Cantar de los Cantares.
En
el capítulo 3 les toca el turno a nuestros héroes y heroínas, que no eran solo
de andar en batallas. Pero también la prostitución y sífilis en el período
garciano, que nos consagró al país al Sagrado Corazón de Jesús. Para el siglo
XX, en la sección 4, aparecen las chullitas y los chullas, pero también la
inolvidable Lola Vinueza y el poeta de “Mademoiselle Satán”. En el capítulo 5
se detalla arte y literatura con relación al tema, donde no se olvidan las
letras de canciones de esa picaresca despreciada por algunos mojigatos.
Un
libro para no leer en un diván.
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