lunes, 17 de junio de 2013

Imbabura, 189 años de creación

El poeta Carlos Suárez Veintimilla, andinista consumado, recorría -a mediados de los años 50 del siglo XX- los vastos paisajes de Imbabura. Cantó poemas del terruño. Escribió sobre los lagos y lagunas, a los campos, al prodigio que constituye andar en bicicleta (la misma que olvidaba frecuentemente, pero como sus paisanos lo conocían devolvían el artilugio en el colegio de Fátima, donde era su rector).

Un día escribió: Tierra mía / la de los días claros de la infancia. / Les dio tu cielo la lección primera / de azul a mis pupilas asombradas, / los primeros anhelos a mis labios / y los primeros sueños a mi alma. Ahora, la “Provincia Azul” se apresta a conmemorar sus 189 años de creación republicana, pero no hay que olivar que, curiosamente, los antiguos límites de los caranquis (500 al 1.500 de N.E.), con sus 5.000 tolas, llegaban desde el Valle del Chota hasta Guayllabamba.

A inicios del siglo XXI hay otros sueños: conectar el Pacífico con el Atlántico, que incluye vías fluviales hasta Manaos,  en línea directa hacia la Amazonía 

Cuando el Libertador Simón Bolívar creó la provincia de Imbabura, el 25 de junio de 1824, incluía la zona de El Pailón, actual San Lorenzo, y los límites con Colombia. Lo primero era estratégico: Ibarra, su capital, había sido fundada en 1606 como ruta y puerto de tierra al océano Pacífico y como enlace entre el rico comercio entre Bogotá, pasando por Popayán, hasta Quito. Pero esa vía tuvo que esperar 400 años, ante la desidia y también la complicidad de quienes no estaban interesados en abrir otro puerto, al norte de Ecuador.

A finales del siglo XIX, por los descampados caminos, el viajero debía cubrir en dos días la ruta desde Ibarra a Quito,pasando por Mojanda, donde estaban los míticos Puchos Remaches. Después, en los buses de ventanas de madera de mediados del XX, el recorrido se hacía en casi siete horas, con la respectiva parada en Cayambe. Ahora, por las flamantes carreteras se puede llegar en 10 minutos desde Ibarra a Otavalo, en una distancia de 21 kilómetros.

En el prólogo del libro “Imbabura”, que se presenta en estos días, el prefecto Diego García Pozo dice: “Ahora, a inicios del siglo XXI hay otros sueños: conectar el Pacífico con el Atlántico, que incluye vías fluviales hasta Manaos, porque estamos en línea directa hacia la Amazonía, como le ocurre a casi todas las provincias serranas. Con seis pujantes cantones -Ibarra, Otavalo, Cotacachi, Antonio Ante, Urcuquí y Pimampiro, y 36 parroquias- Imbabura, conocida como la ‘Provincia de los Lagos’, tiene todos los elementos para encontrar su propio destino”.

Tiene retos. Subirse al tren del cambio de la matriz productiva, con Yachay, la Ciudad del Conocimiento y sus propias iniciativas. Los imbabureños parecen estar listos.


http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/imbabura-189-anos-de-creacion.html

sábado, 8 de junio de 2013

Carta a mis amigos homosexuales

Cada ocasión que leo un artículo homofóbico, escrito por los supuestos machos alfa, recuerdo a mis homosexuales favoritos. El primero llegó cuando era aún niño: “Soy el Príncipe Feliz. Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la golondrina-. Me habéis empapado casi. Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor”.
 
El homosexual que escribió esto se llamaba Oscar Wilde y en su época -la victoriana donde se asustaban de los pantalones de las mujeres- fue declarado culpable de indecencia grave y encarcelado por dos años, obligado a realizar trabajos forzados. Nunca más fue el mismo. Como su personaje, murió en París a los 46 años como indigente.
Conocí otro homosexual, a los 19 años, en una biblioteca. Se llamaba Walt Whitman y me entregó memorables tardes, especialmente en el poema “Cuando supe al declinar el día”. Refiere que tuvo más emoción con su amante, en su cabaña, que cuando su nombre sonó en el Capitolio. Lo conocí por el libro traducido por Vicente Alexander, aquel prodigio que es “Hojas de hierba”, del siglo XIX. Ni qué hablar de Arthur Rimbaud.
El tercer homosexual es mi héroe: el inmortal Leonardo da Vinci. Tengo ahora en mis manos la biografía de Charles Nicholl, de aquel genio que tuvo que esconder a su amante, Andrea Salai, que -como dicen- acaso inspiró el cuadro más notable del mundo, la Mona Lisa. Recuerdo haber leído la historia de otro homosexual y genio, Miguel Ángel Buonarroti, en el libro “Agonía y éxtasis”, de Irving Stone.
Un homosexual famoso fue Platón. Es conmovedor el relato en torno de la defensa de su maestro, Sócrates, acusado de pervertir a los jóvenes y condenado a morir ingiriendo cicuta. Al filósofo, por lo demás presente por más de dos mil años, debemos la mitad de lo que es Occidente, la otra mitad es de Aristóteles, tutor de Alejandro Magno, quien por cierto también era homosexual, al igual que Julio César.
Ya que entramos en materia histórica, mi lesbiana preferida es Marguerite Yourcenar. Mi tercer libro favorito es “Memorias de Adriano”, donde el emperador hace un recuento de su vida, de sus batallas y pasiones, del arte y de la efímera gloria, pero de manera especial del dolor que le causó la muerte de su amante Antínoo. 

Un día, las taras de la homofobia serán vistas, esas sí, como una desviación del espíritu humano, como aún nos sorprenden las aberraciones contra el color de piel, religión u origen. Eso bien lo sabían los nazis.
 

Presentación Libro Imbabura, jueves 13 de junio, 19h00

La provincia de Imbabura cumple 189 años de creación a manos del Libertador Simón Bolívar (25 de junio de 1824). El Gobierno Provincial del Imbabura, presidido por el Prefecto Diego García Pozo, presenta un proyecto: Imbabura. viaje a la semilla, libro, afiches, postales y exposición de cajas luminosas en gran formato, de Juan Carlos Morales Mejía, que recorre nuestra deslumbrante geografía, donde el maíz es parte de nuestra esencia como pueblo al norte de Ecuador. 
 
La presentación del libro se realizará el jueves 13 de junio, 19h00, en el teatro del Ministerio de Cultura (calles Oviedo y Sucre), con la actuación de teatro-poemas en homenaje a Carlos Suárez Veintimilla y su lírica del terruño; el grupo de danza clásica Corpus Ballet, Escuela de Danza Shayari, con un baile tradicional que evoca la Fiesta del Solsticio de junio, agradecimiento de las cosechas, y además la agrupación del músico Carlos Gonzalón.
 
Es un homenaje a sus seis pujantes cantones Ibarra, Otavalo, Cotacachi, Antonio Ante, Urcuquí y Pimampiro y 36 parroquias rurales, con el auspicio del Gobierno Provincial de Imbabura, presidido por Diego García Pozo, Prefecto. Una imagen es un espejo que puede burlar al tiempo. Además, el autor ha decidido liberar el libro en las redes sociales como una manera de que los cibernautas conozcan la magia de la Provincia de los Lagos. La fotografía de portada es de la cascada de Peguche, tomada en velocidad lenta. El diseño es de Renato Clerque.

PRÓLOGO
 
Tierra mía
la de los días claros de la infancia.
Les dio tu cielo la lección primera
de azul a mis pupilas asombradas,
los primeros anhelos a mis labios
y los primeros sueños a mi alma.
 
Carlos Suárez Veintimilla, en Tierra mía
 
 Cuando el Libertador, Simón Bolívar, creo la provincia de Imbabura, el 25 de junio de 1824, incluía la zona de El Pailón, actual San Lorenzo, y los límites con Colombia. Lo primero era estratégico: Ibarra, su capital, había sido fundada en 1606 como ruta y puerto de tierra al Océano Pacífico y como enlace entre el rico comercio entre Bogotá, pasando por Popayán, hasta Quito. Pero esa vía tuvo que esperar 400 años, ante la desidia y también la complicidad de quienes no estaban interesados en abrir otro puerto, al norte de Ecuador.
 
A finales del siglo XIX, por los descampados caminos, el viajero debía cubrir en dos días la ruta desde Ibarra a Quito, pasando por Mojanda, donde estaban los míticos Puchos Remaches. Después, en los buses de ventanas de madera de mediados del XX, el recorrido se hacía en casi siete horas, con la respectiva parada en Cayambe. Ahora, por las flamantes carreteras se puede llegar en 10 minutos desde Ibarra a Otavalo, en una distancia de 21 kilómetros.
 
Las carreteras cambian el sentido del tiempo, del espacio y de la geopolítica: los campesinos pueden sacar sus productos pero también los viajeros pueden llegar sin inconvenientes a sitios que, como Lita, eran casi impenetrables. Ni qué decir a la zona de Íntag, también en proceso de mostrarnos sus maravillas. Esta ha sido una de las tareas vitales del Gobierno Provincial de Imbabura en esta administración: tender los puentes –entre las diversas regiones de Imbabura- no solamente con una visión turística sino básicamente con un concepto: reconocernos como imbabureños, en una tierra pródiga donde el maíz es parte de nuestra esencia.
 
Ahora, a inicios del siglo XXI hay otros sueños: conectar el Pacífico con el Atlántico, que incluye vías fluviales hasta Manaos, porque estamos en línea directa hacia la Amazonía, como le ocurre a casi todas las provincias serranas. Con seis pujantes cantones –Ibarra, Otavalo, Cotacachi, Antonio Ante, Urcuquí y Pimampiro y 36 parroquias- Imbabura, conocida como la Provincia de los Lagos, tiene todos los elementos para encontrar su propio destino.
 
Sin embargo, la principal tarea es saber quiénes somos, de dónde venimos, sin olvidar nuestro pasado caranqui, aquel señorío étnico que pobló estas tierras del 500 al 1500 de N.E., desde Guayllabamba hasta el Valle del Chota y construyeron 5000 tolas. Sin desconocer nuestra historia colonial y peor aún republicana, que hizo posible que existiéramos como provincia diversa cultural y geográficamente. A 189 años de nuestra historia de creación le proponemos un viaje por Imbabura, desde la visión contemporánea de la fotografía, de uno de nuestros cronistas que nos pone un espejo de lo que somos y nos cuenta de qué barros estamos hechos.
 
Diego García Pozo
PREFECTO DEL GOBIERNO PROVINCIAL DE IMBABURA

Puede revisar el libro,

Imbabura Scribd




domingo, 2 de junio de 2013

Trópico de Jano

Entrar a la ciudad antigua era como percibir una alucinación dominada por la cal y el abismo. Así inicia el texto Creta, del libro “Islas en la bruma”, de José Villarreal, que alude al minotauro, aquel desventurado que vaga en el eterno laberinto, donde una vez se perdió María Kodama, según el poema.

Esto, a propósito de su reciente muestra plástica Trópico de Jano, que se inaugurará el próximo 6 de junio en la Casa de la Cultura, en Quito, donde este artista -que pinta casi como un asceta en Chorlaví- logra dotar a sus lienzos de un concepto: el retorno a las raíces. Por un lado, la visión que nos llama desde la selva –como conocedor de la Amazonía, por haberla recorrido hasta sus orígenes- y por otro el legado de la pintura de Occidente, que dio un viraje desde el Renacimiento. Estas dos matrices están unidas en un solo lienzo que es la obra de toda una vida, utilizando técnicas que incluyen moler sus propios pigmentos, cosechar en su chacra el dulce maíz, y no haber pactado con el vértigo de la vanidad.

Es un pintor que lee y, además, escribe interrogando a los clásicos. Hay que decirlo: muchos de quienes manejan este oficio carecen de referentes, por lo que sus obras, coloridas sin duda y hasta costosas, carecen de conceptos hasta volverse como figurillas fabricadas en serie para los centros comerciales. Basta leer algo de la Historia del Arte, siguiendo a Ernst Gombrich, para entender que atrás de una propuesta existe una búsqueda y que el arte no está regido por el azar.

Villarreal es un virtuoso dibujante, de línea y soporte, y nos trae una pintura exenta de bordes, pero henchida de luz y de atmósfera, que es una elegía y una obra abierta. Es decir, algunas de las metáforas que rigen desde tiempos antiguos y que, por esos mismos motivos, son perdurables: la muerte, el nacimiento, el mito, el bosque… las preguntas que un día los humanos nos hicimos ante la hoguera y que, con el tiempo, devino en los altares de las deidades. Villarreal es un pintor de óleo, en un momento en que nos enfrentamos en un arte que apela a la sorpresa que trae el susto, pero también la desmemoria.

La muestra alude al latino Jano, aquel de las dos, pero también al trópico, es decir la presencia poderosa de esta parte del mundo, donde los ríos tienen aún el sabor del primer día en el Paraíso. 

El relato termina: “Cuando Ariadna regresa, Teseo murmura a su oído que él solo rozó con la punta de su lanza el hombro del minotauro, y que el agua y el aceite en el piso de mármol hicieron lo demás”. Villarreal, en silencio, construye una obra que puede burlar al tiempo.

http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/tropico-de-jano.html