domingo, 25 de noviembre de 2018

Nuevas visiones del País Caranqui, 2018/11/22


A juicio de Santiago Ontaneda Luciano, al País Caranqui -como lo ha denominado, en una de las últimas interpretaciones históricas aparecida en la revista Cultura- hay que entender a una poderosa confederación de cacicazgos o señoríos ubicados entre las cuencas de los ríos Chota-Mira y Guayllabamba, precisamente en la actual provincia de Imbabura, cuya extensión es de 4.986 kilómetros cuadrados.

El autor señala que la particularidad ecológica del País Caranqui -y de la serranía ecuatoriana en general- está vinculada con un fenómeno denominado microverticalidad, que consiste en la sucesión próxima y continua de distintos pisos ecológicos, cada uno caracterizado por un sistema de producción propio. “Esto quiere decir que los habitantes de un pueblo podían tener sus campos de cultivo en distintas zonas altitudinales y que gracias a su proximidad podían volver a su lugar de residencia acaso en la misma jornada”.

Es en la zona templada donde existe la mayor cantidad de montículos o tolas lo que, en términos generales, significaría que fue el maíz y no los tubérculos el vínculo de los caranquis, quienes tenían a los montes tutelares, como el Taita Imbabura y la Mama Cotacachi, como sus dioses principales.

El Taita es en su cosmogonía un proveedor de agua, también las cochas (lagunas), pogyos (vertientes), pacchas (cascadas), hatun yacu (ríos) eran considerados como lugares sagrados, a diferencia de otras religiones más cercanas a los cultos solares, como los incas.

Según el historiador Galo Ramón Valarezo, los señoríos cayambis, caranquis y otavalos formaron una gran confederación: caranqui, quien a la postre, junto con los quitus y pastos, enfrentarían la expansión incásica del siglo XV, y el posterior proceso colonial, con todas las implicaciones que tuvo. Ramón menciona a estos pueblos como norandinos.

Estos aportes aún parecen ser desconocidos porque existe un falso vínculo con un pasado inca del siglo XVI. No se entiende de otra manera que una fiesta como el solsticio sea llamada Inti Raymi, cuando en realidad es un agradecimiento al Taita Imbabura, por las cosechas del maíz.


Un país de 650 km de longitud, 2018/11/15


Ecuador no es solamente, como lo advirtieron los viajeros del siglo XIX, una tierra de volcanes. Es curioso, a veces no advertimos una realidad: cada provincia de la Sierra -debido a la presencia de las cordilleras Occidental y Oriental- tiene, por así decirlo, su propio Mindo y su propio Baños de Agua Santa, en lo referente a los pisos ecológicos ubicados en la ceja de montaña.

Van unos pocos ejemplos. En Carchi está el sector de El Carmelo, solo para mencionar una estribación; en Imbabura, la zona de Guallupe; y a 550 msnm, Lita, Pichincha, Puerto Quito; en Cotopaxi se encuentra La Maná; Tungurahua, más allá de Machay; Chimborazo tiene la espléndida Pallatanga; Bolívar, la hermosísima Caluma; Azuay posee Ponce Enríquez, por un lado, y Sígsig, por el otro en dirección a la Amazonía; Loja, que tiene altitudes de 2.500 msnm hasta los 100, tiene muchos valles de clima cálido, como Catamayo o Vilcabamba.

En otras palabras, la infinidad de cascadas, que nacen precisamente de las montañas, o la exuberancia de la flora y fauna, son atractivos turísticos que en contadas ocasiones son tomados en cuenta. Udo Oberem nos trae un dato que poco advertimos. “La Sierra ecuatoriana tiene una extensión de 50 a 80 kilómetros de ancho por 650 kilómetros de longitud”.

Aquello, lo que Oberem llamó la microverticalidad, fue aplicado para entender a los antiguos señoríos étnicos que precisamente utilizaban los diversos pisos ecológicos para comerciar entre hermanos. No se podría entender, por ejemplo, la existencia de la fanesca sin las habas sobre los 3.000 msnm, el ají de la ceja de montaña, en los 600, o el maní de la Costa.

Esto pasa porque aún miramos el país de manera vertical y no horizontal; o creemos que los únicos polos de desarrollo posible son las grandes metrópolis, esto es Quito y Guayaquil, como si las provincias no existieran. Un tema pendiente: Cañar e Imbabura aún no tienen carreteras para salir a la Amazonía. Desde Ibarra a Lumbaquí se hacen 14 horas, pudiendo estar en 2 horas y media.

Y faltan apenas 45 kilómetros. Los políticos deberían tomar nota.


Chiga crea a los animales, 2018/11/08


El país aún no conoce la Amazonía. Configuramos al Oriente, desde el siglo XIX, como un lugar inhóspito. Después, colonos y petróleo. En estos días turismo, pero sin anclar una relación de respeto con los pueblos ancestrales. Olvidamos que sus pueblos tienen una mitología deslumbrante, como esta que comparto que pertenece a los cofanes, publicada en un libro llamado Los dioses mágicos del Amazonas, del autor de estas líneas.

Al principio no había animales. Solo Chiga habitaba el mundo. El dios de los cofanes miraba plácido caer las tardes sobre la selva y era él quien haría nacer a los humanos. Un hombre solía pintarse la cara con los rasgos del tigre. Chiga salió del monte y lo encontró y el cofán pintado tuvo miedo, como si las manchas que tenía en la cara no fueran suficientes para sostener su coraje.

¿Tú vienes para ser tigre?, le dijo Chiga y allí mismo al hombre le crecieron las garras y las huellas en su rostro fueron verdaderas. Después, unos rugidos largos despertaron a la selva. Fue en esos días que Chiga hizo nacer al tucán. Era también una persona que tenía un collar blanco y más abajo uno rojo.

Usted nacerá secu, le profirió Chiga y fue así que al hombre le nacieron plumas y se fue volando. Un poco más distante había un cofán que hablaba a gritos. Chiga regresó a mirar y le dijo: Usted grita como guacamayo, exclamó, y esa persona sintió que un pico le brotaba y que sus chillidos se volvían más agudos. Era como si la palabra de Chiga fuera el pregón de las transformaciones, como si el hecho de nombrar fuera el preludio de las creaciones.

Y fue así que Chiga de un collar en forma de cruz hizo nacer al caimán. También a betta, como se le conoce al oso hormiguero. Y esto sucedió porque un día Chiga encontró en la selva a una persona que entre más dormía más le agradaba. Chiga lo miró colgado en un árbol y le dijo: Usted parece oso hormiguero. Después de la siesta, el hombre tenía tanta pereza que ni se preocupó que ahora sus manos eran garras encaramadas a los árboles que un día también habían nacido de Chiga.




Montañas: los primeros dioses, 2018/11/01


Todos los pueblos del mundo tienen sus cosmogonías para dar respuestas sobre sus orígenes, ante los primeros tiempos del caos. Así, los griegos tenían el mítico Olimpo, la morada de los dioses presidida por Zeus. Después con la llegada de las religiones, el génesis se vinculó a su geografía. Por eso, las religiones más importantes -judaísmo, cristianismo o  islamismo- conservan esa relación con su entorno: el desierto. Además, Akenatón era el hijo del sol.

Para el caso de los caranquis -señorío étnico que floreció del 1250 al 1500 de nuestra era y constructor de 5.000 tolas en la actual provincia de Imbabura- sus mitos hablan de las montañas porque la región está atravesada por dos cordilleras, a diferencia de los incas que tenían como deidad al sol. Lo propio ocurre en el centro del país con las deidades de la Mama Tungurahua y el Taita Chimborazo. Los cerros son vistos como protectores y dadores de agua, de allí que las lagunas (cochas), vertientes (pogyos), cascadas (pacchas), ríos (hatun yacus), se conviertan también en elementos simbólicos.

Para Marcelo Naranjo, los elementos naturales no son puro paisaje estático, sino que, al igual que los humanos toman decisiones para bien o para mal. El cerro Imbabura, entonces, está en la vida de la provincia con una presencia más que física, es el Taita, es viejo sabio y respetable, a quien enojan los mortales perezosos.

El cerro Taita Imbabura tiene amores no exentos de peleas con su vecina, el volcán Cotacachi; estos dos cerros funcionan como pareja en las terapias de los curanderos locales, y en las invocaciones de que son objeto, señala Chantal Caillavet.

Sofía Buitrón, en su tesis sobre la geografía sagrada de Angochagua, refiere: “Los cerros en estas sociedades fueron considerados como huacas sagradas; se le dice cariñosamente Taita, son como el alma del cerro, por tanto, son huacas; además, sabemos que practicaban muchas reverencias a las lagunas, por lo que ambos elementos geográficos -cerros y lagos- son esenciales en la cosmogonía de los habitantes de aquella parte de los Andes”


Penélope desteje los hilos en Quito, 2018/10/25


Penélope espera a su compañero Odiseo, que ha partido a la guerra de Troya. Las malas lenguas dicen que ha muerto, pero ella aguarda y hace un pacto con los pretendientes que asolan el palacio. Se casará con alguno cuando termine el sudario que teje para Laertes, el padre del navegante que no escuchó a las sirenas. Una criada descubre que la mujer desteje por las noches la intrincada tela que podría ser las escenas de la propia batalla.

Así, desde Tucídides, han sido los hombres con sus crueles juegos de guerra quienes han escrito la historia desde los tiempos que se configuró el patriarcado, que descendió con su carga machista, religiosa intolerante y de supremacía étnica, con menos melanina.

¿Qué destejen ahora las nuevas penélopes? Esa es la pregunta que puede hacerse un espectador ante la muestra Destejer la historia. Los hilos de la memoria, en el Centro de Arte Contemporáneo, de Quito. Leyla Dunia, la curadora, dice que la muestra busca destejer el discurso histórico actual donde las mujeres están invisibilizadas y volver a entrelazar relatos olvidados.

Hay que ser irreverentes, para subvertir un orden: están los corazones que pasan otra vez, las campanas del mar, los trajes olvidados, las punzadas lacerantes, los signos de la fatalidad, los hilos encarnados, los bordados comunitarios y sus muchas manos, en la puntada subversiva de Aracne.

Tienen que dejar el canon y proponer nuevos lenguajes. Y eso lo hacen, en cada propuesta de un arte contemporáneo que no apela a la sorpresa sino a un pronunciamiento político desde el tejido. ¿Cómo no tomar una postura en un mundo donde las mujeres son ninguneadas? Tania Lombeida investigó. La Casa de la Cultura, Núcleo Pichincha, tiene 1.500 obras, de las cuales solo el 1% son de mujeres.

Así, junto a Ibeth Lara y Pamela Pazmiño formaron La Emancipada. Ojalá la muestra recorra este país donde cada 3 días hay un femicidio, mientras en la TV pasan las reinas coronadas.