sábado, 30 de mayo de 2015

Carta urgente al niño que fui



En el siglo III, antes de Nuestra Era, el filósofo chino Meng Tse -conocido en Occidente como Mencio- nos dejó una frase: “Dejamos de ser un poco seres humanos el día en que perdemos el asombro de los niños”. El hombre que caminaba por el mar y que hablaba de los bienaventurados creía que eran los niños los que podían ingresar directamente al Paraíso. “Dejad que los niños vengan a mí”, señaló Jesús, aquel que no dejó nada escrito sino que habló en parábolas (dicen que una ocasión escribió algo en la arena, pero se ha perdido).

Más de dos mil años después el pintor más influyente del siglo XX, Pablo Picasso, afirmó: “En aprender a pintar como los pintores del Renacimiento tardé unos años; pintar como los niños me llevó toda la vida”, y en este sentido también comentó: “Todos los niños nacen artistas. El problema es cómo seguir siendo artistas al crecer”.

El poeta Pablo Neruda, aquel que coleccionaba caracolas, dijo: “El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta”. El escritor Antoine de Saint-Exupéry nos regaló esa metáfora que es El principito y exclamó: “Los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos”. “El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices”, escribió Oscar Wilde, aquel hombre desventurado por la rigidez de la moral victoriana que lo mató de hambre en París y que nos legó El príncipe feliz.

Esto porque precisamente desde el adultocentrismo -esa posición que nos recuerda a lo patriarcal- ha mirado a los niños (y niñas, como se dice ahora, aunque el lenguaje las incluye) casi como esos seres a los que hay que domesticar. Colocados sus uniformes, cortados el cabello, caminando en una educación pensada como una fábrica, los niños -como si fuera la música de ‘La pared’, de Pink Floyd- van directo al matadero. También tuve un profesor que se reía de mis poemas.

Por suerte, hay espacios donde los niños viven a plenitud. Hay verdaderos maestros -en el sector público y el privado- que aún creen en ese espíritu de asombro de los niños, que nos hablaba el sabio chino. Son los que nos devuelven la esperanza como en la película Los coristas, dirigida por Christophe Barratier. Allí vemos como el ‘fracasado’ profesor Clément Mathieu llega al orfanato Fond de l’Etang (El fondo del estanque), que es el hogar de niños ‘difíciles’. Y, entonces, sucede la magia al crear el coro y transformar la vida para siempre.

En este sentido, otro filme donde aparece un niño es Cinema Paradiso, del director  Giuseppe Tornatore, donde aparece Toto y la magistral música de Ennio Morricone. Todo esto a propósito del Día del Niño y sus derechos, que nos devuelve a nuestra propia infancia. Una época que nos recuerda Serrat: “Tenía diez años y un gato / peludo, funámbulo y necio, / que me esperaba en los alambres del patio  / a la vuelta del colegio”.

Tenía previsto hablar de los escándalos de la FIFA y sus carcamales, pero es preferible hablar de los niños antes de que la sociedad les ponga corbata y corsé. “Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”, decía el zorro al Principito. (O)


domingo, 17 de mayo de 2015

La madre, la mejor obra de Dios



Por Erma Bombeck

"Dios, que estaba ocupado en crear a las madres, llevaba ya seis días trabajando horas extraordinarias cuando un ángel se le presentó y le dijo:

-Te afanas demasiado, Señor.

Y el Señor repuso:
-¿Acaso no has leído las especificaciones que debe llenar el pedido? Esta criatura tiene que ser lavable de pies a cabeza, pero sin ser de plástico; llevar 180 piezas movibles, todas reemplazables, funcionar a base de café negro y de las sobras de la comida, poseer un regazo que desaparezca cuando se ponga de pie, un beso capaz de curar todo, desde una pierna rota hasta un amor frustrado, y seis pares de manos...

Y el ángel confundido observó:
-¿Seis pares de manos? Eso no es posible.
-No son las manos el problema -agregó el Señor-, sino los tres pares de ojos.
-¿Y eso es para el modelo normal? -inquirió el ángel.

El Creador asintió.
-Uno para ver a través de la puerta siempre que pregunte: "¡Niños! ¿Qué andan haciendo ahí adentro?" aunque ya lo sepa muy bien. Otro detrás de la cabeza para ver lo que más le valiera ignorar pero que precisa saber. Y, desde luego, los de adelante, para mirar a un niño en apuros y decirle, sin pronunciar siquiera una palabra: "Ya entiendo, hijo, y te quiero mucho".

El ángel le tiró de la manga y advirtió mansamente:
-Vale más que te vayas a la cama, Señor. Mañana será otro día...
-No puedo. Y, además, me falta poco. Ya hice una que se cura por sí sola cuando enferma, que es capaz de alimentar a una familia de seis personas con sólo medio kilo de carne molida y de persuadir a un chiquillo de nueve años para que se esté quieto bajo la ducha.

Lentamente el ángel dio la vuelta en torno de uno de los modelos maternales.
-Me parece demasiado delicada -comentó con un suspiro.
-¡Pero es muy resistente! -aseguró Dios, emocionado- No tienes idea de lo que es capaz de hacer y de sobrellevar.
-¿Podrá pensar?
-Claro. Y razonar y transigir.

Por último, el ángel se inclinó y pasó un dedo por la mejilla del modelo.
-¡Tiene una fuga!
-No es una fuga. Es una lágrima.
-¿Y para qué sirve?
-Para expresar gozo, aflicción, desengaño, pesadumbre, soledad y orgullo.
-Eres un genio, Señor.
Y Dios, con un perfil de tristeza, observó:
-Yo no se la puse."


La Madre jardinera

Les comparto un artículo de la Dra. Mariana Guzmán Villena,  publicado en Diario la Hora, el 2015/05/17, La Madre Jardinera, disponible en la URL http://www.lahora.com.ec/index.php/noticias/show/1101819155/-1/LA_MADRE_JARDINERA.html#.VVibS_Ba2Sp

Este año la Madre Jardinera, es mi Madre Rosita Mejía de Morales.


 



La rana misteriosa de Huaca



"La historia de un pueblo no son únicamente sus héroes y sus batallas. Hay una historia oral que aún sobrevive en las pequeñas comarcas, en las voces de los abuelos. Cuando viajamos por el país profundo -ahora que se habla de transitar por el país- es importante tomarse un tiempo para hablar con los mayores. Son ellos los depositarios de las leyendas que, si no las recuperamos, se perderán irremediablemente.

¿Por qué es importante la mitología? Porque responde las preguntas básicas de una comunidad: origen, existencia y destino. Malinowski señala que los mitos permiten expresar y realzar las creencias, y salvaguardar los preceptos de orden moral; gracias a ello la tradición adquiere mayor valor y prestigio, hasta lograr su fortaleza. Además, que permiten un acceso hacia lo eterno. “Permiten una evasión del tiempo real o la temporalidad existencial del ser humano con una realidad cruda y terrible: la muerte”.

“Los viejos y cultos europeos no han borrado su prehistoria de una plumada irrespetuosa por haber encontrado las tradiciones de su origen confundidas con la fábula. El sentido de la historia no tiene la rigidez de un proceso judicial, y sus métodos son deductivos, inductivos, de observación y de experiencia. No es el testimonio escrito lo que siempre se ha de exigir, sino que, en la naturaleza, en las capas terrestres y hasta en las convulsiones volcánicas, se han de rastrear los datos de la vida de un pueblo... nada hay tan respetable como la leyenda”, escribía, en el anterior siglo, Pío Jaramillo Alvarado. Aquí una de las leyendas de un pueblo del Carchi.

El pueblo de Huaca no fue el mismo desde que se tapó el pozo. Después del suceso vino una suerte de neblina que cubrió esta población de casas bajas, con zaguanes vistosos y ventanas mínimas. Algunos acudieron a mirar el daño, nunca encontraron los motivos, al poco tiempo, otra vertiente sustentó el apremio de los habitantes, quienes olvidaron el estanque que, con tanto esfuerzo y a base de mingas, habían construido sus mayores.

Una noche, mientras conversaban en un rellano de una antigua casa, se refirió un suceso. Había ocurrido, antes de la sequía de la alberca, para comprobar el caudal, alguien con una pala inspeccionaba el acueducto cuando descubrió una rana inmensa. Era del tamaño de medio quintal de papas,  dijo el hombre,  mientras señalaba con su mano esa altura.  El batracio tenía en su lomo curiosas formas de rombos y círculos y unos ojos descomunales que le obligaron a bajar la vista.

No fue el único. Unos labradores buscando una solución a la falta de agua, de la misma manera, encontraron a la gigantesca rana y aunque después la buscaron sus esfuerzos fueron inútiles. Desde ese día se dice que el pueblo es susceptible al embrujo del fantástico animal. Los abuelos y  abuelas afirman que cuando alguien encuentre a la rana y libere a Huaca del maleficio, seguro que otro gallo cantaría.

Entre tanto, las fiestas en honor de La Purita, como llaman a la imagen que representa a la Virgen María, duran un mes, en medio de hermosas vacas locas y los juegos pirotécnicos, llamados castillos. (O)"


sábado, 9 de mayo de 2015

Turismo: hacia el país profundo



En estos días se presentó la campaña del Ministerio de Turismo para conocer primero el país. Como se sabe, el turismo es una invención posterior a la primera industrialización europea. Es un fenómeno reciente. Nadie recuerda, por ejemplo, decir a los abuelos que se iban una semana a la playa, a lo sumo acudía a una romería a Las Lajas y los más avezados se iban a Baños de Agua Santa.

Aún recuerdo, siendo niño, la aventura de un viaje al Oriente, como decíamos a la Amazonía. Primero llegar a Ambato y, acto seguido, acudir a mirar los ex votos -esos magníficos cuadros populares de agradecimiento- de la iglesia de la Virgen de Agua Santa. Allí se encontraban los inmensos óleos donde se mostraba la donación de tal devoto por el milagro de la salvación. No era un rescate del alma, sino que se trataba de un pobre feligrés que se salvó de caer al barranco por la temible vía hacia Puyo. Justo la misma que teníamos que cruzar con rosario en mano. Estoy hablando de finales de la década del 70, del anterior siglo. Obviamente, casi no había hoteles y en Tena, después de perdernos en las cuevas de Archidona, los parientes tuvieron que rentar un departamento por dos días y comprar colchones para alojarnos.

Mi padre, amante de las montañas, y el tío Rómulo, los dos ahora por otras alturas, eran los que ideaban esos viajes de locura por un país que nadie conocía. Recuerdo contemplar el Chimborazo y asociarlo con el poema ‘Catedral Salvaje’, de César Dávila Andrade: ¡Sibambe, con sus hoces de azufre, cortando antorchas en la altura! Lo más maravilloso de esos viajes era precisamente descubrir a ese Ecuador profundo.

Más joven, recuerdo haber navegado en una precaria balsa por el río Cayapas. Un instante memorable. El canoero, un hombre fornido y alegre, llevaba a la embarcación hasta casi la ribera para gritar a voz en cuello: “¡Primo!”. De los platanales salía otro hombre para responderle en el sonoro lenguaje esmeraldeño: “¡Familia!”. Iba a conocer a Papá Roncón, pero me desvié del camino.

Otro viaje fue hacia Loja: montañas azules y pueblos increíbles como Vilcabamba, donde recién habían llegado los gringos. Sin plata en los bolsillos, terminé de guía subido a un caballo dócil. Y, claro, después conocer la mejor playa manabita: Los Frailes o contemplar los delfines entrando en el mar, cerca de Isabela. Y allí, en una de las islas, mirar de frente a la tortuga ‘George’, que debió ser niño cuando Darwin pasó por las ‘Encantadas’.  Después volver a mi tierra: escuchar los prodigiosos violines de Peguche, los sanjuanes frente a la laguna de Yahuarcocha, donde los caranquis levantaron sus tolas. Más al norte, en el Valle, oír en la propia voz de Milton Tadeo cantar: Te dejo mi corazón Carpuela linda. En el Carchi, la amabilidad de su gente y los cachos pastusos dichos por los propios pastusos de San Gabriel. Como notará el lector, el país siempre es altamente recomendable para visitarlo, aunque con carreteras menos azarosas.

Es curioso, hay gente que conoce Miami, pero no Misahuallí, donde los monos juegan en el parque y el río llama a los pájaros de colores, mejor que en Centroamérica.