miércoles, 12 de diciembre de 2018

Una calle secreta de Quito, 2018/12/06


Hay calles secretas de Quito, para quien las conoce. Y, para eso, hay que recorrer a pie sus vías, especialmente en su Centro Histórico. Del libro Historia de las calles de Quito, editado por Trama e ilustrado por Mauricio Jácome Perigüeza, el autor también de estas líneas comparte estos textos de esta ciudad eterna.

Primero, la calle Benalcázar: Cuando Sebastián de Benalcázar llegó a Quito, en 1534, había aún un olor a ceniza en el aire de la ciudad destruida. No importaba porque ya la había fundado a lo lejos. Por ordenanza, se creó la Calle Real, eje del trazado de la urbe. Se llamó también Calle Angosta, y los primeros historiadores creían que era la senda prehispánica que unía el Templo del Sol (Panecillo) con el Templo de la Luna (San Juan).

Las familias quiteñas poderosas no se contentaron con sus patios de pileta y las llamaron por sus apellidos, como si al nombrarlas así las poseyeran: Calle Sáenz la denominaron, por las charreteras de un general, más tarde Calle del Correo. En la vía está la Casa del Toro, con una escultura que recuerda el séptimo trabajo de Hércules, con el toro de Creta.

Al frente, la estatua de Benalcázar mira hacia lo que fue su antiguo solar. No tuvo tiempo para levantar su morada ni mirar la ciudad, que crecía en donde antes caminaban otros dueños. Andaba con un sueño insaciable y para sus encuentros con los nativos tenía un traductor para una sola palabra: oro.

Ahora, parte del relato de la Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las vírgenes de madera. Los devotos iban a la Calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados.

Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus masacres a los indígenas. Iban a las capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas...



Quito, el regreso a la semilla, 2018/11/29


Acaso, la escena más triste de Quito está fechada en 1553, bajo el título Esta ciudad se suicida, en el primer tomo de Memorias del Fuego, de Eduardo Galeano. Al ser un relato breve, lo comparto: “Irrumpen, imparables, los hombres de Benalcázar. Espían y pelean para ellos miles de aliados indígenas, enemigos de los incas.

Ya se está yendo el general Rumiñahui cuando prende fuego a Quito por los cuatro costados. Los invasores no podrán disfrutarla viva, ni encontrarán tesoros que los puedan arrancar a las tumbas.

La ciudad de Quito, cuna y trono de Atahualpa, es una fogata gigantesca entre los volcanes. Rumiñahui, que jamás ha sido herido por la espalda, se aleja de las altas llamas. Le lloran los ojos, por el humo”.

Hay que volver a su génesis para entender a una urbe, mucho antes de cuando sus primeros pobladores tuvieron que abandonar su tierra por la erupción del Pululahua o, más tarde, los vestigios encontrados en el sector de La Florida –donde existe un excelente museo que conserva las tumbas de pozos cilíndricos de hasta 15 metros- y llegar a su mitología: Quitumbe quien, como sus ancestros, entendió los pisos ecológicos y se desplazó desde el litoral a las montañas.

Existieron muchos pueblos que habitaron en lo que hoy es Quito. Una fuente de consulta es Las antiguas sociedades precolombinas de Ecuador, de Santiago Ontaneda Luciano, para el catálogo de arqueología.

 “Debido a su importancia geográfica, pues allí confluían distintos caminos, es que la zona fue vista como un gran espacio en donde se podían realizar actividades comerciales, por lo que los señoríos vecinos enviaban colonias para que se asienten en ella”.

Quito, por sus rastros arqueológicos, tuvo gran influencia Caranqui (el señorío de la actual Imbabura) y del sur de Cotopaxi y Tungurahua. Lingüísticamente tuvo influencia Caranqui y Panzaleo.

Obviamente, Quito también son sus diablillos que ayudan a Cantuña o sus magníficas iglesias, pero también las periferias desde donde llegaban los capariches. Como todas, es una ciudad múltiple, pero nada se puede entender si no se miran sus orígenes.