sábado, 30 de diciembre de 2017

Testamento al Año Viejo, 2017/12/28

En los tiempos antiguos el rayo era una deidad. Un día, fue Thor. Illapu, por estas tierras. Tras el relámpago aparecía el fuego. Nuestros ancestros, temerosos en las cavernas, protegían la espontánea lumbre. Algo cambió cuando este elemento pudo ser controlado. Un hecho significativo: en torno a la hoguera los viejos contaban sus historias para espantar al olvido.

Se crearon mitos. Para los griegos, Prometeo robó el fuego y lo entregó a los humanos. Zeus lo castigó dejando que una ave de rapiña lo picoteara sin piedad. En la cosmogonía shuar fue Jempe (el colibrí) quien hurtó el fuego del inframundo donde vive Iwia. Para esto se prendió sus alas.

Los ritos están intactos. Eso es la quema de los monigotes en Ecuador: la purificación. La promesa de días mejores, aunque con testamentos… un pueblo que se ríe de sí mismo, de sus desgracias. Atrás de estos elementos se destacan las máscaras, que son el ocultamiento, pero también la autoconciencia para subvertir el orden. Está el libro de Juan Lorenzo Barragán sobre las diversas caretas que pueblan este país de contradicciones. Constan para muchas festividades, pero la de los años viejos son memorables.

El otro trabajo de investigación de largo aliento de la cultura popular pertenece a Marcelo Naranjo Villavicencio, merced al Cidap. En esta época qué dicha mirar a los políticos reconstruidos y burlados por la astucia popular. Los fantoches elaborados con humilde aserrín esperan con paciencia el desenlace fatal en medio del estruendo de las camaretas.

Los orígenes son antiguos, tal vez de las saturnales romanas o de los antiguos celtas. Llegaron en silencio en las carabelas y, una noche, asaltaron las piadosas ciudades coloniales para tomarse los vecindarios, con viudas al fin travestidas. Ahora, los muñecos que “remedan” a los héroes de la cultura de masas son apropiados con nuevas simbologías. Ya son nuestros y barrocos. Qué nos importa si el hombre araña de papel periódico gastado y grumo se cuelga de los improvisados alambres en el suburbio de Guayaquil hasta volverse cenizas.

Pero el fuego no purifica todo, al otro día seguimos siendo los mismos. No somos el cambiante río que decía Heráclito. No somos uno de los elementos de Parménides. Pero estamos allí con nuestras máscaras -ya sin hilo- caminando por este ancho mundo fingiendo lo que no somos. Esperando al carnaval… Éramos una máscara, clamaba Martí.


Carta urgente a Papá Noel, 2017/12/21

Es inevitable, la memoria de la Natividad viene bajo el influjo de buñuelos con miel. Como nací en la época de novenas de ángeles y pastores, galletas en forma de animales, olor de palo santo, pesebres con su propia laguna de patos al mejor estilo barroco, el burrito sabanero y dulce Jesús mío (dicen que el padre Ascúnaga interpretaba en el órgano de San Francisco), chisperos, tamales… no soy proclive a los centros comerciales.

El pavo no me cae ni bien ni mal, aunque miro en las redes la campaña para que se consuma Mr. Pollo. De Papá Noel, he notado que tiene el traje de una bebida y que se ríe de manera anglosajona (jo, jo, jo), pero aprecio esa metáfora que es el libro Canción de Navidad, de Charles Dickens como una crítica al sistema industrial del siglo XIX, donde aparece el viejo Ebenezer Scrooge, un portento de la avaricia y el egoísmo. En el texto, llegan los diversos espíritus para mostrarle al vejete incluso cómo serán sus festividades del futuro. Allí encuentra un nombre familiar en la tumba abandonada. Después, es justo escuchar a Omo Bello cantar el Ave María de Bach.

Mas, como todos tenemos recuerdos, debo decir que el tema “El tamborilero”, esos compases como si fuera música cíclica, aún perviven: “… los pastorcillos quieren ver a su rey, / le traen regalos en su humilde zurrón”.

Por esta ocasión, no caeré en la tentación de seguir a Nietzsche y su crítica a la construcción judeo-cristiana de la caridad. Y eso, porque hace pocos días –como historiador que soy- recibí una llamada a medianoche. El Cabildo de la ciudad donde vivo había levantado un enorme pesebre, que incluía unos fabulosos camellos. La interrogante era si el niño Jesús debía reposar en una cuna o en el simple heno. Recordé, vagamente, la época franciscana del colegio y en cinco minutos, merced a internet, di con la respuesta. Al parecer, siguiendo la leyenda, el 24 de diciembre de 1223, san Francisco de Asís, amigo de los pájaros, organizó un pesebre en una cueva en el pueblo de Greccio prefigurando esa doctrina del perdón que puede anular el pasado.

Después, me informaron que consiguieron las pacas, supongo de cebada. Enseguida recordé que esa gramínea fue traída por fray Jodoco Ricke y que, según contaba el pícaro fray Agustín Moreno, sus cofrades construyeron una pequeña fábrica de cerveza. Eso me lleva a una pregunta paradojal: qué tal quedarán los buñuelos con la cerveza artesanal Caran.


El amigo del chuzalongo, 2017/12/14

Un día el abuelo Juan José decidió viajar para mirar el mar de sus mayores. Estaba obligado a pasar por Mojanda, donde según decían- estaban los Puchos Remaches que hacían fritanga de los humanos, para después servirles en espléndidas viandas a los incautos viajeros. Pero antes, había que pasar por Atuntaqui, donde eran famosos los arrieros, quienes emprendían largas caravanas y debido a la peligrosidad de los caminos hacían testamento.

Los arrieros eran gente honorable, decía el abuelo. En las largas jornadas estos hombres le contaban al abuelo muchas historias, como de la temible Caja Ronca y el diablo. Los arrieros ya no existen, pero quedan aún esas voces que se han transmitido para contarnos sus mitos. Y no solamente ellos, también los abuelos andinos nos relatan sus visiones del mundo: los aya humas, el cuichi, los chuzalongos (especie de duendes) son parte de una identidad del cantón Antonio Ante.

Aquí uno de esos relatos: Por encima del cerro anda el cuichi, dice Rosario, señalando con su mano las estribaciones del monte Imbabura. Hay quienes cuentan que le agrada ir hasta las vertientes o pogyos, como dicen los abuelos.

Se lo mira con su vestido de colores mientras -a la distancia- viene la lluvia. Más arriba hablan de que el cuichi persigue a los runas (hombres) que llevan ponchos rojos con franjas verdes. Pero lo peor es para las mujeres: si el cuichi atrapa a una, queda inmediatamente embarazada; y en lugar de cría, le nacen renacuajos y lagartijas. Por eso hay que estar prevenidos cuando se pasa cerca de una quebrada, cuando llovizna.

Es que, además, si el cuichi envuelve a una persona enseguida le crecen sarnas. Hay un remedio infalible: que un yachac -o brujo andino- bañe a la víctima con abundantes orines, además de envolverlo en denso humo. Por eso es mejor estar precavido y mirar bien hacia el monte Imbabura y hacia el cielo.

A veces, el cuichi se apodera de las vestimentas puestas a secar, cuenta Rosa Lema. Las eleva por los suelos en un ruido vertiginoso y solo el auxilio de varios hombres ha podido arrebatarle la ropa, antes de que la lleve a la cascada. Hay dos clases de cuichis. Aquel que aparece con sus siete colores, como un arco entre las colinas, y otro que es blanco, pero que se recuesta en el suelo como una gran manta.

Este último también se llama Gualambari y dicen que tiene tratos con los brujos. El cuichi es el arco iris, que anda como quiere por Imbabura.


Tres calles de Quito, 2017/12/07

Quito se viste de colores. Pero la fiesta debe también convocar a la memoria. Aquí, tres de sus calles emblemáticas. Fueron escritas para ser colgadas como pendones y por eso son crónicas mínimas. Después se transformó en el libro Quito: las calles de su historia, ilustrado por Mauricio Jácome Perigüeza y editado por Trama.

Primero la Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las vírgenes de madera. Los devotos iban a la Calle de la Platería para lograr favores a cambio de joyas. En 1613, el alguacil mayor de Quito, don Diego Sánchez de la Carrera, había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los quiteños. Acaso quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera. En la misma calzada, Antonio José de Sucre construyó su casa, con indicaciones enviadas por cartas.

Unas balas de la infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el ejército libertario de llaneros. Ahora, la Rocafuerte: Desde la Mama Cuchara se divisan las cúpulas de tejuelos verdes de Santo Domingo. Desde allí hasta la plaza hay 37 pequeñas tiendas: sitio de encuentro de los vecinos. En las noches los niños de la calle Rocafuerte juegan canicas. Esa misma alegría que debió sentir Vicente Rocafuerte cuando gestaba un país llamado Ecuador.

En su calle, al pasar el arco de Santo Domingo, otra ciudad parece vivir un tiempo paralelo. Al cruzar la arquería, la urbe se transforma: más arriba -a la altura del Arco de la Reina- la calle respira incienso: son los bazares de trajes de oropel de niños dioses que viven una perpetua Natividad. Para concluir, una de las más representativas, como es la García Moreno.

En la colonia, el Corpus Christi era pomposo. Para los altares se levantaron siete cruces, con telas pintadas y brocados. Años después, Eugenio de Santa Cruz y Espejo -al amparo de la noche- colgaba panfletos libertarios: “Salva Cruce Liber Esto. Felicitatem et Gloriam consequto”, que significa: “Felicidad y Gloria conseguiremos. Al amparo de la Cruz seremos libres”.

Para el siglo XIX la calle se cubrió de sangre. Faustino Rayo, de catorce machetazos y seis balazos, ultimó al presidente Gabriel García Moreno, en una conspiración de varios frentes. A la altura de la Iglesia de la Compañía -de fachada barroca- está un corazón de piedra sin espinas: representa a la piedad del Cristo para esta calle que ha visto demasiado.

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domingo, 10 de diciembre de 2017

Los secretos de Quito, 2017/11/30

Buscamos a la ciudad amada a la distancia. Cuando somos jóvenes nos atraen los lugares tumultuosos, el vértigo, los zaguanes para burlar a la lluvia, el graderío de la Calle del Suspiro para mirar a Quito. A veces, la nostalgia del Seseribó con los personajes, nuestros amigos esperpénticos, como un óleo de Stornaiolo donde también aparecen nuestros ojos. ¿A dónde iremos ahora que cierra el Pobre Diablo?

Con más edad, mirar a la distancia del Itchimbía las cúpulas neogóticas de la Basílica y sus seres fantásticos del mundo andino; el farallón del Pichincha en medio de nubes oscuras, como si se tratara de un cuadro dantesco de Guayasamín o las líneas de Tejada.

Las ciudades, como nos recuerda Ítalo Calvino, nos acometen después de haber vagado tanto tiempo por la selva. Volvemos insistentes. Interrogamos los recuerdos transformados por la memoria, porque la ‘Torera’ -la única aristocrática quiteña- aún nos espera sentada en la Mama Cuchara. Y, claro don Evaristo Corral y Chancleta y el eterno Zarzosita junto al Chulla Romero y Flores, una realidad de máscara que aún camina por las calles y come mote a escondidas.

Pero, antes, uno de los seres más fantásticos: Cantuña, capaz de engañar a sus propios historiadores que quisieron hacer de él una metáfora para el adoctrinamiento. También los más pendencieros al estilo de Manuel de Almeida que se transformaba en libertino apenas traspasaba los hombros del Cristo que lo miraba con indulgencia. La franciscana urbe nunca fue la misma desde que llegó la Chilena y hasta la Casa del Toro, con sus dibujos de los trabajos de Hércules, tuvo que abrir sus puertas. Sí, porque allí en frente estaba la casa de Sebastián de Benalcázar quien, con el apellido de Moyano, huyó de esa España para fundar una ciudad en medio de las cenizas.


Qué iba a sospechar que por esas futuras callejuelas caminaría Eugenio de Santa Cruz y Espejo meditando en las ideas libertarias y la premonición de la masacre. Todo para que, en otro siglo, el amante de los volcanes Gabriel García Moreno fundara un observatorio astronómico o Eloy Alfaro escuchara el fragor de un tren imposible. Pero nada sería esta ciudad sin sus periferias y sus chagras, "yo soy paisano, me voy a Quito / me han comentado que hay lindas guambras". Quito, ciudad de laberintos en medio de quebradas y de montes desde donde se adoraba a la luna. Porque antes de su fundación ya existía un orbe, donde Quitumbe venía del mar… (O)

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Don Quijote con alzhéimer, 2017/11/23

“Dime con quién andas, decirte he quién eres”, es un refrán que se lee en el capítulo II del Quijote, el libro lozano de Miguel de Cervantes que, tras cuatro siglos, habita en nosotros. Mucho del refranero popular salió de la boca del escudero Sancho: “Pagan a las veces justos por pecadores” o “Cuando a Roma fueres, haz como vieres”, además de “No por mucho madrugar amanece tan temprano”, que hasta ahora lo usamos. La novela cervantina ha sido objeto de múltiples lecturas en el país como Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes, de Juan Montalvo, o la antología de Franklin Cepeda Astudillo. En otros lares, Rubén Darío le escribió un poema: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza alientas y de ensueños vistes…”.  

Lo propio hizo Jorge Luis Borges, quien siempre se quejaba de ser más Alonso Quijano y no atreverse a ser Don Quijote. Hay que destacar el cuento ‘El hacedor’ y el poema ‘Sueña Alonso Quijano’, porque al escritor ciego le preocupaba el desdoblamiento de los distintos personajes y, de manera especial, sus acostumbrados acertijos laberínticos y juegos de espejos (curiosamente tenía miedo a estos artilugios desde niño).

Ojalá en los colegios Don Quijote no tenga el mal de Alzheimer, ahora que sabemos que ni medio libro leemos al año por culpa de quienes hacen de la lectura algo aburrido. Marco Denevi nos entrega una variación del tema. “Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchuelo y Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosas novelas de esas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besaran la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía treinta años y pozos de viruela en la cara.

Finalmente se inventó un galán, a quien dio el nombre de Don Quijote de la Mancha. Decía que Don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de lances y aventuras, al modo de Amadís de Gaula y de Tirante el Blanco.

Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, aguardando el regreso de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que a pesar de las viruelas estaba prendado de ella, pensó hacerse pasar por Don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un su rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario Don Quijote. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió a El Toboso, Dulcinea había muerto de tercianas”. (O)


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No leas esto. Sálvate… 2017/11/16

En el primer párrafo de un libro está todo: tensión, ambiente, estética, trama... Así, las dos obras atribuidas a un mismo autor, Homero, La Ilíada y La Odisea, abren su abanico y muestran, desde sus inicios, de qué materia están hechas.

La primera inicia así: “Diosa, canta del pelida Aquiles la cólera desastrosa que asoló con infinitos males a los griegos y sumió a la mansión de Hades a tantas fuertes almas de héroes que sirvieron de pasto a los perros y a todas las aves de rapiña”. El otro, que habla de las aventuras de Ulises para volver a Ítaca, dice: “Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes”.

En el uno cuenta la historia de las guerras, el otro la mitología. Los relatos de las batallas ganaron hace milenios y siguen instalados en los noticieros. El inicio de Don Quijote lo contiene todo: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.

No hay que olvidar a Rayuela, de Cortázar: “¿Encontraría a la Maga?”. El mejor inicio del siglo XX, según la revista francesa Lire, es para Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y la dinastía de los Buendía: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…”. La metamorfosis, de Franz Kafka, es relevante: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.

“Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión”, así inicia la novela Asfixia, de Palahniuk, sobre la vida satirizada de Víctor Mancini. Algo parecido escribió Ítalo Calvino en su obra Si una noche de invierno un viajero: “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino... Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida”.

Esto es a propósito de la Feria del Libro de Quito, organizada por verdaderos quijotes en un país que no lee y anda de tumbo en tumbo sin memoria, literalmente pegados a la televisión mirando a los imitadores de turno. (O)


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Einstein y la fórmula de la felicidad, 2017/11/09

¿Qué hace felices a los humanos? Por un lado, estarán quienes creen que la fama es lo más importante. Así, podría desprenderse del video ‘Álvaro Noboa enfrentando al huracán Irma’ con 71’681.097 vistas y reproducciones en los cinco continentes, según reza su comentario. ¡Todo un récord mundial! Bien por él, si eso le hace feliz, como también nos hizo felices a todos los que pudimos compartir los memes. Lao Tse ya lo dijo hace más de dos milenios: “Quien está de puntillas nunca estará de pie”.

Por el otro, según noticias recientes, está la ‘fórmula de la felicidad’ que el físico Albert Einstein -aquel de la teoría de la relatividad- le dejó a un camarero nipón y que ha sido subastada por la casa Winner en $ 1,56 millones. En 1922 el genio del siglo XX paraba por el hotel Tokio Imperial y, al parecer por la costumbre de ese país de no aceptar gratificación de un huésped, le entregó dos papeles membretados de su puño y letra. Antes de marcharse le dijo: “Quizás, si tienes suerte, estas notas acaben siendo mucho más valiosas que una simple propina”. Tal cual, el descendiente de aquel hombre, que permanece en al anonimato en Hamburgo, ha sido el afortunado, según el cristal con que se mire.

El manuscrito dice: “Una vida sencilla y tranquila aporta más alegría que la búsqueda del éxito en un desasosiego constante”. Como el tema implica los números contemos las palabras: son 17. Esto da $ 91.764 por cada una, sin incluir impuestos a la herencia. Realmente, quien vendió los manuscritos elevará una oración a su ancestro aunque poco le importe la otra fórmula: E = mc².

La otra nota de Einstein decía: “Donde hay un deseo, hay un camino”, y se vendió por $ 240.000 en la subasta de estos días. Es decir $ 34.285 por cada palabra. Bueno, en verdad, es un proverbio swahili de los masáis de Kenia, a quienes seguro no les pagaron nada (“Penye nia pana njia”, dice en su lengua original). El refrán ancestral está recogido en el libro Vagabundo en África, de Javier Reverte, y seguro que Einstein lo sabía.

Para no caer en el tema del universo o de los agujeros negros, centrémonos en esa otra materia más oscura y más opaca que es la felicidad, ahora que estamos asediados por coaches que nos ofrecen caminar por piedras ardientes y nos brindan la dicha en una fórmula tipo Alka-Seltzer, por efervescente.

¿Qué mismo quiso decir Einstein? Me parece que la frase tiene que ver con la milenaria filosofía taoísta, en lo referente al desprendimiento. En uno de sus postulados refiere: “Asociarse con los mercaderes no es tan bueno como hacerse amigo de los ermitaños” e insta a visitar más bien las casas humildes a aquellas que muestran opulencia. El Tao Te King señala: “La persona sabia no ambiciona el poder y evita la opulencia, el lujo y la prodigalidad”; además: “El que está satisfecho con su parte es rico”.

En el libro La importancia de vivir, de Lin Yutang, existe un capítulo sobre el tema de la felicidad, pero hay que recurrir a Einstein: “No te esfuerces por tener éxito, sino por poseer valor”. Creo que, al final, la felicidad es relativa, como retar a un tornado en pantaloneta. (O)

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Como voy a olvidarte, video de la película

En el Diario El Universo, el 2004/06/07 se publicó el artículo: “Estrenan "Cómo voy a olvidarte",basada en música ecuatoriana”, de donde cito:
  
“La música popular ecuatoriana, la corrupción, la búsqueda de la felicidad y lo implacable que es el destino son los elementos alrededor de los cuales gira la película ecuatoriana "Cómo voy a olvidarte", estrenada esta semana en Quito.
 
Así lo aseguró hoy el director de la película, el ecuatoriano Bernardo Cañizares, que basó su obra en un guión realizado por el escritor ecuatoriano Juan Carlos Morales, autor del libro inspirado en recorridos por distintos países que efectuó con el cantante ecuatoriano de música popular Segundo Rosero.
 
La cinta, grabada con cámara de vídeo digital, dura 80 minutos. Se rodó durante 28 días en la ciudad andina de Ibarra, en el norte de Ecuador, y en ella participaron 5.000 extras durante un concierto de Rosero en un estadio de esa urbe.
 
"Espero que la película llegue a la gente, que la disfruten, pasen un buen rato y salgan contentos", señaló Cañizares al informar de que la película, que se proyectará también en Guayaquil y Manta, Portoviejo, entre otra ciudades ecuatorianas, ha sido ya vendida en Canadá y Estados Unidos para distribución en vídeo.
 
Cañizares busca con su obra destacar que "Segundo Rosero, más allá de ser un cantante popular, es un hombre que vive por y para su arte: la música. Cuando se conversa con él, no habla mucho, su forma de comunicarse es la canción", según dijo el director de la obra, que se encuentra ya en cartelera.
 
El guión, que se elaboró en unos cuatro meses, se basa en la biografía de Rosero realizada por Juan Carlos Morales, quien acompañó al cantante en viajes por Perú, Colombia y Bolivia, de lo que nació un libro llamado "Cómo voy a olvidarte", que tardó dos años en ser publicado.






Puede leer también:

Segundo Rosero, el galán rockolero de una película




"Fecha: Fecha: Martes 4 de diciembre de 2001
Hora: 18h30 
Lugar: Paraninfo, Edif. Mariscal Sucre

La Universidad Andina Simón Bolívar y Editorial Pegasus se complacen en invitar a la presentación del libro CÓMO VOY A OLVIDARTE, un acercamiento a la vida del músico rockolero Segundo Rosero.

Escrito por Juan Carlos Morales Mejía.  La presentación del libro estará a cargo del Dr. José Laso, Director del Área de Comunicación de la UASB

Información sobre el libro:

Esta es la premisa del libro de la biografía de Segundo Rosero: Cómo voy a olvidarte, escrita por Juan Carlos Morales Mejía, quien recorrió con los rockoleros los escenarios de Ecuador, Colombia, Bolivia y Perú. Viajó a la semilla de este músico nacido en Pimampiro, Ecuador, para relatar las aventuras y desventuras de un fenómeno llamado rockola, cuyo destacado exponente es el creador de Bolero rockolero.

Escrito como crónicas, el libro es producto de una investigación de más de un año donde el lector encontrará las facetas desconocidas de un antihéroe llamado Segundo Rosero. El propósito es aportar al entendimiento de la música popular que, muchas veces, ha pasado desapercibida, como en su momento ocurrió con Julio Jaramillo.

La rockola es un fenómeno musical que se produce en los años ochentas en varios países como parte de un proceso migratorio que afianzó la música popular en las ciudades Latinoamericanas, logrando matices diferentes según la influencia rítmica y los diversos aportes armónicos. En el caso de Segundo Rosero, su trabajo es parte de la rica herencia ecuatoriana que llega con el pasillo y se funde con el bolero, que tiene un siglo de existencia, enlazado además con ritmos como "la bomba", del Valle del Chota.

Juan Carlos Morales Mejía, tiene una licenciatura en Comunicación Social, por la Universidad Central del Ecuador; es máster en Estudios Latinoamericanos, por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha colaborado en los diarios Hoy y El Comercio. Entre sus publicaciones constan: Graffiti: en clave Azul; Los dioses mágicos del Amazonas; Leyendas de Ibarra. Actualmente dirige la editorial Pegasus, institución dedicada a la investigación de temas sobre mitología ecuatoriana. ...


jueves, 2 de noviembre de 2017

Las calaveras todas blancas son... 2017/11/02

Un momento impactante de la literatura está en el poema que Jorge Manrique escribió para su padre muerto. Los versos, del siglo XV, dicen: “Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte/ contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando”.

Epicuro de Samos sentenciaba: “La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo”. Está la moneda en la boca del muerto para pagar a Caronte, con dirección a la laguna Estigia. Una clave: todo está en transformación, como el cambiante río de Heráclito, que nos revela que ya no seremos los mismos.

En el libro Atala, del Vizconde de Chateaubriand, se lee cómo los nativos de Norteamérica acostumbraban llevar a sus muertos en sus viajes nómadas, ante el estupor del francés que había olvidado a los suyos. Se sabe del asombro de Siddhartha al mirar por primera ocasión un cadáver.

Está el poema ‘Despedida’, de Carlos Suárez Veintimilla. Su hermano, enrolado en el ejército español, es abatido en Ceuta, donde aún está su olvidada tumba. Entonces, el poeta increpa al Cristo: “¿No eres el mismo acaso, / el amigo de Lázaro? -¡Maestro, / si Tú hubieras estado  / aquí, mi hermano no se hubiera muerto!”.

Y la cultura popular habla: “Al rico le hicieron carroza,  / al negro un sencillo ataúd…  Las calaveras todas blancas son,  / multicolores por fuera,  / por dentro un solo color,  / las calaveras todas blancas son,  / no importa cómo te mueras,  / si solo es un vacilón…”. Lao Tse ya lo dijo: “Diferentes en la vida, los hombres son iguales en la muerte”.

De otro lado, los cementerios -como la sociedad misma- reflejan una realidad cruda. Mientras que en los camposantos de los afrodescendientes, donde estuvieron las fastuosas haciendas de los jesuitas de la época colonial, aflora la precariedad, pero no el olvido; en los mausoleos de los Gran Cacao, con mármol de Carrara, el esplendor de una época se resume a los helechos abandonados, en medio de ángeles blanquecinos. En Quito, en el cementerio de San Diego, el recuerdo de los próceres va unido al de la ‘patrona’ de los marginados, con más visitas, claro está. Para este día, está previsto que los ‘fieles’ del ‘bajo mundo’ reciban sus buenas dosis de colada morada y guaguas de pan. A pocos metros está la tumba del cinco veces presidente de Ecuador, José María Velasco Ibarra que, acaso, conservará su sempiterno geranio marchito.

Todos, en su momento, seremos pasto de la desmemoria. “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”, tronaba el poeta Becquer. Ernesto Sabato nos recuerda: “Las religiones son algo así como sueños metafísicos y, por lo tanto, revelan las ansiedades más hondas del ser humano. Del hecho de que las religiones prometen la vida de ultratumba debemos inferir, pues, que la obsesión de la muerte es la más profunda”.

Tal vez, otra vez, es en la literatura donde podemos encontrar algo de consuelo. Borges escribió sobre su padre: “Bruscamente la tarde se ha aclarado / Porque ya cae la lluvia minuciosa… La mojada / Tarde me trae la voz, la voz deseada,  / De mi padre que vuelve y que no ha muerto”. (O)


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Las brujas vuelan por Ecuador, 2017/10/26

Estamos cerca de Halloween, un mito de origen celta del fin del verano. El Samhain era el tiempo donde llegaban los espíritus y se creía que el uso de máscaras y trajes era precisamente para ahuyentar a las entidades malignas. Después, vino el sincretismo cristiano y las calabazas.

Mas, los mitos no son exclusivos de una sola parte del mundo, como a veces creemos. Ecuador, como todos los pueblos del orbe, tiene una riqueza en su mitología y también tiene sus propias brujas. Al menos, en tres lugares. El más importante es en el triángulo entre las poblaciones de Mira-Pimampiro-Urcuquí, en el norte; otro, en el sector de Baños de Agua Santa, concretamente en Illuchi; y al sur en Zamora Huayco (quebrada) en Loja. La diferencia con sus primas nórdicas es que acá no utilizan escoba ni sus trajes son negros, sino que extienden sus brazos para volar con una fórmula: “De viga en viga, de villa en villa, sin Dios ni Santa María”, al igual que sus parientes ibéricas.

En su tesis de maestría de la Universidad Andina Simón Bolívar, Las voladoras de Mira, Trayecto de interpretación literaria a partir de la memoria oral, Amaranta Pico señala: “En Mira, provincia del Carchi, encontramos en los relatos orales el personaje de la voladora, habitante de la comunidad que por la noche adquiere poderes extraordinarios.

Es una beldad que, ataviada de blancas vestiduras, se precipita y suspende en el aire con la principal función de transportar noticias entre los pueblos circundantes. Cuando las voladoras alzan el vuelo, su cuerpo sutil abandona la piel de la esposa, la vecina, la madre, rompe los lazos de lo real, se proyecta hacia lo insondable, maniobra con el infinito. El acto de vuelo desata resonancias, su metáfora secreta abre una puerta hacia el vacío. Refleja y disuelve límites”.

Otra investigación destacada es de la maestra Rosa Cecilia Ramírez en su libro de cultura popular: “En Mira, las magas -que además eran muy guapas- mantenían en secreto las fórmulas para volar. Dominaban el espacio y, al parecer, el tiempo, porque podían recorrer varios países y visitar varias ciudades”.

El autor de estas líneas, digamos, es versado en estos asuntos. En la ponencia ‘Brujas voladoras de la Sierra norte’ se encuentra un detalle: “Otra de las estrategias de estas brujas era convertir a sus amantes en gallos. Así evitaban sospechas y el gallo de marras permanecía muy quedo, amarrado, con traba, a la pata de la cama. Eso sí, cuando se iba el marido comenzaba a cantar bajito, pero convertido en un mancebo de voz sonora.

Con razón, decían los mayores, algunas mujeres se negaban rotundamente a matar a los gallos viejos, porque decían que dan mal caldo, ni hablar de la gallina vieja”.


Nuestros mitos no requieren competir con Halloween, en la medida en que los conozcamos y apreciemos. Precisamente mañana, en la Casa de la Música, 20:00, estará en escena el teatro musical Las Voladoras, con un elenco de lujo junto a la banda Vocapelo. Y esa es otra enseñanza: la oralidad también puede ir a las tablas y al cine, cuando escuchamos al país profundo. (O)

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Los sapos de la Amazonía, 2017/10/19

La mitología del país le debe mucho a los pueblos amazónicos. El otorongo o jaguar está presente tanto en los mitos caranquis como más al sur; el amaru, la serpiente, es común en las prácticas de los curanderos andinos (además de sus ritos iniciáticos cuando entran al río con la yaku huarmi); jempe, es el colibrí que entrega el fuego a los shuar o el fabuloso Kujanchan, con sus alas…

El tema de la Amazonía nuevamente está en discusión en estos días, a propósito de una de las preguntas de la consulta en torno al Yasuní, uno de los lugares más biodiversos del planeta, pero que debería también incluir a la cultura. Y esto es porque aún en el imaginario creemos que el Oriente, como aún lo llamamos, es un vasto territorio de árboles y de pájaros o el reciente lugar de los colonos. Nos imaginamos, otras veces, el lugar idílico y antes el sitio de disputa entre civilización y barbarie, según los relatos del siglo XIX. Poco conocemos de sus leyendas, de los pueblos que allí viven hace milenios. Aquí, una de las mitologías del pueblo siona:

Hace mucho tiempo, en la tierra de los sionas, existía un hombre que había dedicado su vida a la cacería de todo sapo que encontrara a su paso. Era tanta su saña contra los batracios que llegó un día que parecía que los había exterminado a todos porque ya no se escuchó a ningún animalillo croar.

Un día el cielo se oscureció de manera inusitada. El lóbrego ambiente solo fue el preludio para que un ventarrón -salido de la nada- se posesionara en el centro del poblado. Y fue como si del infinito descendiera una forma que cuando se acercó a la tierra todos miraron absortos que se trataba de la Madre de los Sapos.

Mientras tanto, el antiguo cazador de sapos se encontraba tranquilo en su morada cuando sorpresivamente llegó la Madre de los Sapos, quien se sentó en el hombro derecho y fue como si en sus patas arrugadas tuviera raíces porque ya no se desprendió.

El hostigador de los sapos tuvo que aprender a vivir con esa enorme alimaña, cada vez más aferrada su hombro. Pero eso no era todo, porque la rana expulsaba sus líquidos en el cuerpo del cazador, que mantenían sus ropajes amarillos y fétidos. Todos sabían que el siona olía mal porque era el único que no asistía a las fiestas y pasaba ensimismado con la extraña compañera en su hombro.

Tenía mucho tiempo el siona llevando al desproporcionado animal por todos los lugares y meditaba en silencio cómo deshacerse de semejante intruso. Un día pidió a la rana que se bajara un momento para poder cosechar los frutos de un árbol, cercano a un río caudaloso. El animal accedió. Cuando estaba en la cima el siona se lanzó al agua y así pudo desaparecer.

Al llegar donde sus parientes les contó lo sucedido y pareció que todo iba a ser normal, cuando nuevamente la tarde se volvió oscura. Otra vez un viento fortísimo llegó desde la selva y encima venía la Madre de todos los Sapos, para hacer una propuesta:

“Vengo a llevarlo, porque quiero que sea mi esposo”, le dijo mientras se le sentaba en el hombro. La oscuridad se fue evaporando y cuando el resto de sionas quiso encontrarlo solo se escuchó un croar en la lejanía.

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sábado, 28 de octubre de 2017

Inauguración muestra: 7 Iconos de la ciudad


Imagínese a cerca de un millar de niños y niñas pintando una urbe llamada Ibarra. 
Imagínese que traen pinceles como los pintores del impresionismo. 
Imagínese que asistirá a la exposición de estos artistas. 

Bueno, la invitación está hecha.

Información publicada en: 
Animalanzas Para Niños



























Revise por favor: 

Los guaguas pintan a Ibarra


domingo, 15 de octubre de 2017

Animalanzas Para Niños, Zorrito y Burrito

Animalanzas Para Niños

Zorrito, en la mirada de su creadora Eulalia Cornejo. Gracias, por su magia y su profundo amor por el Arte.



Zorrito y Burrito en el camino a Urcuquí, en Imbabura.


















Zorrito mañana sale a Esmeraldas… Tierra de seres libres, quienes burlaron a las podridas carabelas… Matumbalé, matumbalé, como diría el poeta Antonio Preciado...


Zorrito en Esmeraldas, mientras disfruta del libro Animalanzas ilustrado por Eulalia Cornejo.



Zorrito en su lectura matinal de Animalanzas…




Día de los ANIMALES. Esto decía Walt Whitman: “Creo que podría vivir con los animales / son tan secretos y tan plácidos / me detengo y me demoro mirándolos… / Ni uno solo anda en esa locura de tener cosas/ Ni uno solo es más decente o más desdichado, en toda la faz de la Tierra”





Zorrito y Burrito en el jardín acuático de José Villarreal, en Chorlaví, Imbabura.