miércoles, 12 de diciembre de 2018

Una calle secreta de Quito, 2018/12/06


Hay calles secretas de Quito, para quien las conoce. Y, para eso, hay que recorrer a pie sus vías, especialmente en su Centro Histórico. Del libro Historia de las calles de Quito, editado por Trama e ilustrado por Mauricio Jácome Perigüeza, el autor también de estas líneas comparte estos textos de esta ciudad eterna.

Primero, la calle Benalcázar: Cuando Sebastián de Benalcázar llegó a Quito, en 1534, había aún un olor a ceniza en el aire de la ciudad destruida. No importaba porque ya la había fundado a lo lejos. Por ordenanza, se creó la Calle Real, eje del trazado de la urbe. Se llamó también Calle Angosta, y los primeros historiadores creían que era la senda prehispánica que unía el Templo del Sol (Panecillo) con el Templo de la Luna (San Juan).

Las familias quiteñas poderosas no se contentaron con sus patios de pileta y las llamaron por sus apellidos, como si al nombrarlas así las poseyeran: Calle Sáenz la denominaron, por las charreteras de un general, más tarde Calle del Correo. En la vía está la Casa del Toro, con una escultura que recuerda el séptimo trabajo de Hércules, con el toro de Creta.

Al frente, la estatua de Benalcázar mira hacia lo que fue su antiguo solar. No tuvo tiempo para levantar su morada ni mirar la ciudad, que crecía en donde antes caminaban otros dueños. Andaba con un sueño insaciable y para sus encuentros con los nativos tenía un traductor para una sola palabra: oro.

Ahora, parte del relato de la Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las vírgenes de madera. Los devotos iban a la Calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados.

Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus masacres a los indígenas. Iban a las capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas...



Quito, el regreso a la semilla, 2018/11/29


Acaso, la escena más triste de Quito está fechada en 1553, bajo el título Esta ciudad se suicida, en el primer tomo de Memorias del Fuego, de Eduardo Galeano. Al ser un relato breve, lo comparto: “Irrumpen, imparables, los hombres de Benalcázar. Espían y pelean para ellos miles de aliados indígenas, enemigos de los incas.

Ya se está yendo el general Rumiñahui cuando prende fuego a Quito por los cuatro costados. Los invasores no podrán disfrutarla viva, ni encontrarán tesoros que los puedan arrancar a las tumbas.

La ciudad de Quito, cuna y trono de Atahualpa, es una fogata gigantesca entre los volcanes. Rumiñahui, que jamás ha sido herido por la espalda, se aleja de las altas llamas. Le lloran los ojos, por el humo”.

Hay que volver a su génesis para entender a una urbe, mucho antes de cuando sus primeros pobladores tuvieron que abandonar su tierra por la erupción del Pululahua o, más tarde, los vestigios encontrados en el sector de La Florida –donde existe un excelente museo que conserva las tumbas de pozos cilíndricos de hasta 15 metros- y llegar a su mitología: Quitumbe quien, como sus ancestros, entendió los pisos ecológicos y se desplazó desde el litoral a las montañas.

Existieron muchos pueblos que habitaron en lo que hoy es Quito. Una fuente de consulta es Las antiguas sociedades precolombinas de Ecuador, de Santiago Ontaneda Luciano, para el catálogo de arqueología.

 “Debido a su importancia geográfica, pues allí confluían distintos caminos, es que la zona fue vista como un gran espacio en donde se podían realizar actividades comerciales, por lo que los señoríos vecinos enviaban colonias para que se asienten en ella”.

Quito, por sus rastros arqueológicos, tuvo gran influencia Caranqui (el señorío de la actual Imbabura) y del sur de Cotopaxi y Tungurahua. Lingüísticamente tuvo influencia Caranqui y Panzaleo.

Obviamente, Quito también son sus diablillos que ayudan a Cantuña o sus magníficas iglesias, pero también las periferias desde donde llegaban los capariches. Como todas, es una ciudad múltiple, pero nada se puede entender si no se miran sus orígenes.


domingo, 25 de noviembre de 2018

Nuevas visiones del País Caranqui, 2018/11/22


A juicio de Santiago Ontaneda Luciano, al País Caranqui -como lo ha denominado, en una de las últimas interpretaciones históricas aparecida en la revista Cultura- hay que entender a una poderosa confederación de cacicazgos o señoríos ubicados entre las cuencas de los ríos Chota-Mira y Guayllabamba, precisamente en la actual provincia de Imbabura, cuya extensión es de 4.986 kilómetros cuadrados.

El autor señala que la particularidad ecológica del País Caranqui -y de la serranía ecuatoriana en general- está vinculada con un fenómeno denominado microverticalidad, que consiste en la sucesión próxima y continua de distintos pisos ecológicos, cada uno caracterizado por un sistema de producción propio. “Esto quiere decir que los habitantes de un pueblo podían tener sus campos de cultivo en distintas zonas altitudinales y que gracias a su proximidad podían volver a su lugar de residencia acaso en la misma jornada”.

Es en la zona templada donde existe la mayor cantidad de montículos o tolas lo que, en términos generales, significaría que fue el maíz y no los tubérculos el vínculo de los caranquis, quienes tenían a los montes tutelares, como el Taita Imbabura y la Mama Cotacachi, como sus dioses principales.

El Taita es en su cosmogonía un proveedor de agua, también las cochas (lagunas), pogyos (vertientes), pacchas (cascadas), hatun yacu (ríos) eran considerados como lugares sagrados, a diferencia de otras religiones más cercanas a los cultos solares, como los incas.

Según el historiador Galo Ramón Valarezo, los señoríos cayambis, caranquis y otavalos formaron una gran confederación: caranqui, quien a la postre, junto con los quitus y pastos, enfrentarían la expansión incásica del siglo XV, y el posterior proceso colonial, con todas las implicaciones que tuvo. Ramón menciona a estos pueblos como norandinos.

Estos aportes aún parecen ser desconocidos porque existe un falso vínculo con un pasado inca del siglo XVI. No se entiende de otra manera que una fiesta como el solsticio sea llamada Inti Raymi, cuando en realidad es un agradecimiento al Taita Imbabura, por las cosechas del maíz.


Un país de 650 km de longitud, 2018/11/15


Ecuador no es solamente, como lo advirtieron los viajeros del siglo XIX, una tierra de volcanes. Es curioso, a veces no advertimos una realidad: cada provincia de la Sierra -debido a la presencia de las cordilleras Occidental y Oriental- tiene, por así decirlo, su propio Mindo y su propio Baños de Agua Santa, en lo referente a los pisos ecológicos ubicados en la ceja de montaña.

Van unos pocos ejemplos. En Carchi está el sector de El Carmelo, solo para mencionar una estribación; en Imbabura, la zona de Guallupe; y a 550 msnm, Lita, Pichincha, Puerto Quito; en Cotopaxi se encuentra La Maná; Tungurahua, más allá de Machay; Chimborazo tiene la espléndida Pallatanga; Bolívar, la hermosísima Caluma; Azuay posee Ponce Enríquez, por un lado, y Sígsig, por el otro en dirección a la Amazonía; Loja, que tiene altitudes de 2.500 msnm hasta los 100, tiene muchos valles de clima cálido, como Catamayo o Vilcabamba.

En otras palabras, la infinidad de cascadas, que nacen precisamente de las montañas, o la exuberancia de la flora y fauna, son atractivos turísticos que en contadas ocasiones son tomados en cuenta. Udo Oberem nos trae un dato que poco advertimos. “La Sierra ecuatoriana tiene una extensión de 50 a 80 kilómetros de ancho por 650 kilómetros de longitud”.

Aquello, lo que Oberem llamó la microverticalidad, fue aplicado para entender a los antiguos señoríos étnicos que precisamente utilizaban los diversos pisos ecológicos para comerciar entre hermanos. No se podría entender, por ejemplo, la existencia de la fanesca sin las habas sobre los 3.000 msnm, el ají de la ceja de montaña, en los 600, o el maní de la Costa.

Esto pasa porque aún miramos el país de manera vertical y no horizontal; o creemos que los únicos polos de desarrollo posible son las grandes metrópolis, esto es Quito y Guayaquil, como si las provincias no existieran. Un tema pendiente: Cañar e Imbabura aún no tienen carreteras para salir a la Amazonía. Desde Ibarra a Lumbaquí se hacen 14 horas, pudiendo estar en 2 horas y media.

Y faltan apenas 45 kilómetros. Los políticos deberían tomar nota.


Chiga crea a los animales, 2018/11/08


El país aún no conoce la Amazonía. Configuramos al Oriente, desde el siglo XIX, como un lugar inhóspito. Después, colonos y petróleo. En estos días turismo, pero sin anclar una relación de respeto con los pueblos ancestrales. Olvidamos que sus pueblos tienen una mitología deslumbrante, como esta que comparto que pertenece a los cofanes, publicada en un libro llamado Los dioses mágicos del Amazonas, del autor de estas líneas.

Al principio no había animales. Solo Chiga habitaba el mundo. El dios de los cofanes miraba plácido caer las tardes sobre la selva y era él quien haría nacer a los humanos. Un hombre solía pintarse la cara con los rasgos del tigre. Chiga salió del monte y lo encontró y el cofán pintado tuvo miedo, como si las manchas que tenía en la cara no fueran suficientes para sostener su coraje.

¿Tú vienes para ser tigre?, le dijo Chiga y allí mismo al hombre le crecieron las garras y las huellas en su rostro fueron verdaderas. Después, unos rugidos largos despertaron a la selva. Fue en esos días que Chiga hizo nacer al tucán. Era también una persona que tenía un collar blanco y más abajo uno rojo.

Usted nacerá secu, le profirió Chiga y fue así que al hombre le nacieron plumas y se fue volando. Un poco más distante había un cofán que hablaba a gritos. Chiga regresó a mirar y le dijo: Usted grita como guacamayo, exclamó, y esa persona sintió que un pico le brotaba y que sus chillidos se volvían más agudos. Era como si la palabra de Chiga fuera el pregón de las transformaciones, como si el hecho de nombrar fuera el preludio de las creaciones.

Y fue así que Chiga de un collar en forma de cruz hizo nacer al caimán. También a betta, como se le conoce al oso hormiguero. Y esto sucedió porque un día Chiga encontró en la selva a una persona que entre más dormía más le agradaba. Chiga lo miró colgado en un árbol y le dijo: Usted parece oso hormiguero. Después de la siesta, el hombre tenía tanta pereza que ni se preocupó que ahora sus manos eran garras encaramadas a los árboles que un día también habían nacido de Chiga.




Montañas: los primeros dioses, 2018/11/01


Todos los pueblos del mundo tienen sus cosmogonías para dar respuestas sobre sus orígenes, ante los primeros tiempos del caos. Así, los griegos tenían el mítico Olimpo, la morada de los dioses presidida por Zeus. Después con la llegada de las religiones, el génesis se vinculó a su geografía. Por eso, las religiones más importantes -judaísmo, cristianismo o  islamismo- conservan esa relación con su entorno: el desierto. Además, Akenatón era el hijo del sol.

Para el caso de los caranquis -señorío étnico que floreció del 1250 al 1500 de nuestra era y constructor de 5.000 tolas en la actual provincia de Imbabura- sus mitos hablan de las montañas porque la región está atravesada por dos cordilleras, a diferencia de los incas que tenían como deidad al sol. Lo propio ocurre en el centro del país con las deidades de la Mama Tungurahua y el Taita Chimborazo. Los cerros son vistos como protectores y dadores de agua, de allí que las lagunas (cochas), vertientes (pogyos), cascadas (pacchas), ríos (hatun yacus), se conviertan también en elementos simbólicos.

Para Marcelo Naranjo, los elementos naturales no son puro paisaje estático, sino que, al igual que los humanos toman decisiones para bien o para mal. El cerro Imbabura, entonces, está en la vida de la provincia con una presencia más que física, es el Taita, es viejo sabio y respetable, a quien enojan los mortales perezosos.

El cerro Taita Imbabura tiene amores no exentos de peleas con su vecina, el volcán Cotacachi; estos dos cerros funcionan como pareja en las terapias de los curanderos locales, y en las invocaciones de que son objeto, señala Chantal Caillavet.

Sofía Buitrón, en su tesis sobre la geografía sagrada de Angochagua, refiere: “Los cerros en estas sociedades fueron considerados como huacas sagradas; se le dice cariñosamente Taita, son como el alma del cerro, por tanto, son huacas; además, sabemos que practicaban muchas reverencias a las lagunas, por lo que ambos elementos geográficos -cerros y lagos- son esenciales en la cosmogonía de los habitantes de aquella parte de los Andes”


Penélope desteje los hilos en Quito, 2018/10/25


Penélope espera a su compañero Odiseo, que ha partido a la guerra de Troya. Las malas lenguas dicen que ha muerto, pero ella aguarda y hace un pacto con los pretendientes que asolan el palacio. Se casará con alguno cuando termine el sudario que teje para Laertes, el padre del navegante que no escuchó a las sirenas. Una criada descubre que la mujer desteje por las noches la intrincada tela que podría ser las escenas de la propia batalla.

Así, desde Tucídides, han sido los hombres con sus crueles juegos de guerra quienes han escrito la historia desde los tiempos que se configuró el patriarcado, que descendió con su carga machista, religiosa intolerante y de supremacía étnica, con menos melanina.

¿Qué destejen ahora las nuevas penélopes? Esa es la pregunta que puede hacerse un espectador ante la muestra Destejer la historia. Los hilos de la memoria, en el Centro de Arte Contemporáneo, de Quito. Leyla Dunia, la curadora, dice que la muestra busca destejer el discurso histórico actual donde las mujeres están invisibilizadas y volver a entrelazar relatos olvidados.

Hay que ser irreverentes, para subvertir un orden: están los corazones que pasan otra vez, las campanas del mar, los trajes olvidados, las punzadas lacerantes, los signos de la fatalidad, los hilos encarnados, los bordados comunitarios y sus muchas manos, en la puntada subversiva de Aracne.

Tienen que dejar el canon y proponer nuevos lenguajes. Y eso lo hacen, en cada propuesta de un arte contemporáneo que no apela a la sorpresa sino a un pronunciamiento político desde el tejido. ¿Cómo no tomar una postura en un mundo donde las mujeres son ninguneadas? Tania Lombeida investigó. La Casa de la Cultura, Núcleo Pichincha, tiene 1.500 obras, de las cuales solo el 1% son de mujeres.

Así, junto a Ibeth Lara y Pamela Pazmiño formaron La Emancipada. Ojalá la muestra recorra este país donde cada 3 días hay un femicidio, mientras en la TV pasan las reinas coronadas.



sábado, 20 de octubre de 2018

La génesis del pasillo, 2018/10/11


Como muchos países andinos, Ecuador tenía dos vertientes musicales. La una, aquella emparentada con los antiguos rituales, en una música pentafónica, y la otra, aquella venida desde Europa (que incluía la música religiosa).

Había que esperar la llegada de los aires independentistas para que también la música adquiriera otras características. A todo esto hay que añadir el influjo de, por ejemplo, el romanticismo o el llamado “nacionalismo musical”, que permitió, desde lo académico, un guiño a las raíces vernáculas.

Mucho se ha discutido la paternidad del pasillo, a veces visto como una reivindicación del sentido de patria, pero es indiscutible que este género musical es producto, como todas las músicas, de profundas influencias. Se lo sitúa en el último cuarto del siglo XIX, en la época de Ignacio de Veintemilla, exactamente en 1877, procedente de Colombia, lo que no quiere decir que en el país tuviera sus características propias, como es el caso de Aparicio Córdova, quien compuso el pasillo “Los bandidos”.

Aunque existen múltiples criterios, lo más plausible es que el pasillo, como refiere el investigador Octavio Marulanda, sea una derivación de la palabra española “paseíllo”, que designa un aire festivo popular. Es decir no sería una derivación, como se creía, del diminutivo de la palabra “paso”, por “pasito”, sino más bien de “paseo”.

El término “pasillo” está vinculado a las representaciones dancísticas relacionadas con la tauromaquia. De hecho, se sabe que en los siglos XVIII y XIX eran frecuentes las danzas que rememoraban las corridas de toros, como es el caso del “toro rabón”.

En lo referente a la afirmación nacional del pasillo, se señala dos hitos importantes, por un lado el desarrollo de la industria fonográfica y su difusión a través de las emisoras de radio, y en segundo término la reactivación nacionalista, luego del conflicto bélico con Perú, en 1941.

Hay que destacar, además, la regionalización, el sabor local, que consiguió el pasillo especialmente en lugares como Loja, Imbabura y Manabí, que aportaron con sus propias visiones.




Invernal”, crónica de un pasillo, 2018/10/09


El teatro de la ópera de Manaos, donde el mito oyó a Caruso en la época del caucho, quedó atrás en el viaje de Manaos a Belén do Pará, siete días por el río Amazonas. Una noche, el leviatán de hierro tuvo un desperfecto y se quedó sin energía eléctrica. Apenas, logramos acoderar en una ribera cuando alguien propuso que cantáramos.

Oriundo de Imbabura, lo más fácil era entonar esa música del paisaje y del arraigo que es el pasacalle, como “Reina y señora”, o alguna bomba como “Carpuela linda”, de Milton Tadeo; acaso la emblemática “Vasija de barro”, escrita a cuatro manos en la solapa del libro En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

Pero la oscuridad no daba tregua. Desde los adentros, y en medio de las tinieblas, salió esta estrofa: “Ingenuamente pones en tu balcón florido, / la nota más romántica de esta tarde de lluvia…”; el pasillo “Invernal”, escrito por José María Egas con música de Nicasio Safadi. Fue en ese día que comprendí la nostalgia y el desarraigo del pasillo, como la saudade del fado, y sus letras poéticas de corte modernista.

Después, en 2012, junto con los investigadores Manuel Espinosa Apolo y Franklin Cepeda Astudillo, este articulista realizó para el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) la consultoría “Validación del pasillo como patrimonio inmaterial de Ecuador”, uno de los varios insumos para entender esta música ecuatoriana.

Allí constan desde la etimología, el tema de la nacionalización y el imaginario mestizo, los sentimientos colectivos, el pasillo regional, formatos, cultores y estilos, el género musical y su relación con otras artes, desde la literatura al cine, además de su pervivencia y proyección, como parte del Plan de Salvaguardia.

Me quedé con una espina: comprobé que el pasillo, que en un momento logró ser un importante género internacional, no tuvo la correcta difusión especialmente cinematográfica (ni se diga en las radios alienadas). Bien, mejor oír la versión de “Invernal” de María Tejada, porque no hay que temer la influencia del jazz, o el soberbio “Espantapájaros”, de Gerardo Guevara.





Ibarra, 412 años después, 2018/09/27


Las ciudades que olvidan sus orígenes pierden su brújula. Por eso, es preciso siempre recordarles sus esencias, pero también sus antiguas historias, como el señorío étnico de los caranquis. Aquí un fragmento a propósito de las celebraciones septembrinas.

Largo fue el camino recorrido por el capitán Cristóbal de Troya -al año siguiente de la fundación de 1606, un 28 de septiembre- buscando el mar por Esmeraldas, motivo del nacimiento de la nueva Villa de Ibarra. Al mando de 20 arcabuceros llega hasta el añorado mar y escribe en su diario:

“Al anochecer nos juntamos todos los compañeros, pusimos las balsas y canoas en tierra. Aquella noche estuvieron más de 340 indios en tierra. Nos parecía que harían amistad. A ellos, por medio de un intérprete que llevaba, les ordené que ninguno echara ni canoa ni balsa en el puerto, porque al que no cumpliere lo mataríamos con un arcabuz. Al efecto, se puso guardias. Los indios, con todo cuidado, cumplieron la orden (...). Por la mañana de aquel día me quedé en la playa, a la ribera del mar...”.

Pero esta vía -soñada por las élites quiteñas que desean exportar sus productos- tiene más obstáculos que las selvas tropicales. Guayaquil, con su puerto, y Callao, se oponen tenazmente para defender sus intereses mercantiles. Un aporte histórico de Rocío Rueda Novoa en La ruta a la Mar del Sur: un proyecto de las élites serranas en Esmeraldas (s. XVIIII), en la revista Procesos, devela una realidad:

“Los ricos españoles y encomenderos asentados en las que ahora son las provincias de Carchi, Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, se habían dedicado principalmente a la creación de obrajes dedicados a la producción de textiles de buena calidad, como bayetas, jergas, frazadas y paños que se vendían muy bien en el exterior. Ellos vieron en la apertura del camino, que incluyera un puerto (…), la posibilidad de incrementar sus beneficios, pues los obrajes se encontraban localizados en el eje económico longitudinal, en el circuito hacia Nueva Granada, por Quito, Pasto, Popayán, Santa Fe, Cartagena”.

Ibarra esperó casi 400 años para llegar al mar y sigue sin puerto.


domingo, 23 de septiembre de 2018

CCE Nucleo Imbabura, Medalla Pilanquí 2018


La Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamin Carriòn”, Núcleo de Imbabura

Sesión Solemne Conmemorativa de los 412 años de fundación de San Miguel de Ibarra.




Acto en el cual se impondrá la medalla Pilanquí al académico MSc. Juan Carlos Morales Mejía, por su brillante contribución como escritor, poeta e historiador.

Y se entregarán Placas de Reconocimiento a los señores Nicanor Pabón P.  y Manolo Ayala por su importante aporte al arte musical y fotográfico, respectivamente.

Día: jueves 27
Hora: 17:00

sábado, 22 de septiembre de 2018

María Magdalena en tierra de mandingas, 2018/09/20


El país, siempre, estará en deuda con su memoria. Acaban de morir dos íconos de estas tierras indolentes, signados -hay que decirlo con voz fuerte- por la desidia, que solo sirvieron en muchos casos para la foto de ocasión: Carlos Rubira Infante y María Magdalena Pavón, a quienes los medios tradicionales siempre ignoraron porque no entienden a la cultura popular.

El primero, más reconocido pero nunca lo suficiente, nos legó el amor al terruño, porque una estrella de la fama no es más que una ilusión para los incautos. La otra murió casi en el olvido, a no ser por ese proyecto de sueño que fue Taitas y Mamas.

María Magdalena, declarada como Patrimonio Vivo de Ecuador, junto a sus hermanas Rosa Elena y Gloria, tuvo que padecer cuatro estigmatizaciones: negra, mujer, pobre y de la periferia (nacida en Chalguayacu, en el Valle del Chota). Lo primero, herencia de los jesuitas, quienes trajeron a la fuerza a los esclavos extraídos de África y que tras su expulsión dejaron a los pueblos más pobres del país después de haber tenido 132 haciendas (4 grados geográficos); segundo, mujer que no pudo acceder por el machismo a la Banda Mocha; tercero, pobre como los pueblos afrodescendientes con el añadido del racismo y, por último, no vivió en la metrópoli sino que era de un pequeño poblado encandilado por la ciudad. Pero allí estaba su resistencia: sin instrumentos, María Magdalena imitaba al contrabajo, su hermana a la trompeta y la otra la voz.

Gloria, quien padece de bocio por falta de sal yodada, en la actualidad vende las escasas frutas de su chacra en el mercado de Otavalo, Rosa Elena, como si los jesuitas jamás se hubieran ido, tiene las llaves de la iglesia donde está el santo de la Compañía de Loyola, Francisco Xavier, prepara los bautismos y es curandera, como si los mandingas estuvieran más vivos que nunca. María Magdalena, de 77 años, era partera y depositaria de milenarias sabidurías. Ahora está en la tierra de los ancestros, de los leones y de los tambores de Mama África a quien la humanidad debe tanto, pero casi nunca reconoce. Ahora, llueve en Chalguayacu.



Quito contado por un chagra, 2018/09/13


El abuelo Juan José, quien emprendió viaje a Guayaquil a inicios del XX, decía que la ciudad tenía el aroma a cacao, porque los granos se secaban en el malecón. Quito, en cambio, olía a café de chuspa con humitas, al caer la tarde. Contaba que se subió al tranvía y que –como todos se bajaban al vuelo- él también lo hizo hasta aterrizar en una callejuela.

Mi padre César, en cambio, hablaba de las aventuras de los chullas quiteños como el Terrible Martínez y Sordo Piedra. De la sal quiteña –que no es de cocina- donde también los chagras podíamos caer en los embustes de los vivarachos chullas quienes dejaban en prenda sus trajes.

Con el tiempo tuve la suerte de vivir, primero en la calle Pereira y después, como editor de la sección Quito, en la Mama Cuchara, en una casa antigua de vecinos generosos. Debo a esas instancias el libro de Trama, ilustrado por Mauricio Jácome Perigüeza, Quito: las calles de su historia, ahora que la urbe cumple 40 años de Patrimonio Mundial.

Aquí la historia de la calle Venezuela: De plata fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las Vírgenes de madera. Los devotos iban a la calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían viejos, como perdón de sus pecados. Estos hombres de antiguas corazas acaso querían olvidar sus sangrientas masacres contra los indígenas.

Iban a las Capellanías a pagar misas para toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con las almas atormentadas.

En 1613, el Alguacil Mayor de Quito, Don Diego Sánchez de la Carrera había llegado de allende el mar para decidir sobre la vida de los quiteños. Acaso, quisieron halagarlo y la calle se llamó De la Carrera.

En la misma calzada, Antonio José de Sucre, patriota venezolano, construyó su casa, con indicaciones que llegaban en cartas escritas en el fragor de las batallas de Independencia. Unas balas de la infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también llegó el ejército libertario de llaneros.


Brasil: entre termitas y dinosaurios, 2018/09/06


Hasta la declaratoria de 1889 de Brasil como república se quemó el pasado domingo tras el incendio dantesco -la palabra es precisa porque alude al infierno- que dejó el 90 por ciento del Museo Nacional de Brasil en cenizas.

Como en todo hay una metáfora: se cree que el siniestro en Río lo produjo un pequeño globo aerostático, que allá se llaman “baloes”, propios de las celebraciones de medio año. Lo que sí sobrevivió fue el meteorito Bendegó, de cinco toneladas, y descubierto en Minas Gerais en el siglo XVIII. Pero es más que un globo contra un meteorito.

Conservaba 20 millones de artefactos, muestras de culturas griegas, egipcias, etruscas o afrobrasileñas, huesos de dinosaurios y un esqueleto de 12.000 años de una mujer conocida como “Luzia”, la persona más antigua descubierta en Sudamérica.

Hay señales para entender este drama. Lo primero es comprobar que en la celebración de los 200 años, que fue en agosto pasado, no acudió ningún alto funcionario del Gobierno, peor el presidente Michel Temer; y Lula no fue porque está en la cárcel.

El País de España indica: “Este año estaban previstos unos 43.000 euros, menos de la cantidad anual destinada a lavar los coches de los diputados de la Cámara baja en Brasilia o el mensual destinado para el mantenimiento del palacio cerrado, tras la caída de Dilma Rousseff”.

Una gran exhibición de dinosaurios, que fue forzada a cerrar luego de un ataque de termitas hace cinco meses, se había reabierto recientemente gracias a una campaña de crowdfunding (microrrecaudación de fondos). BBC señala: “Río de Janeiro está en crisis.

La creciente violencia, el profundo declive económico y la corrupción política se han combinado para hacer que la ciudad sea una sombra de lo que fue alguna vez”. Además, en los Juegos Olímpicos de 2016 se invirtieron millones de dólares, pero casi nada para el museo.

¿Quiénes son las termitas en este juego macabro contra la desmemoria? La negligencia de los políticos hacia la cultura es más voraz que el fuego. Bien dice una pancarta en Río en estos días: “Ya no tenías futuro, ahora ni pasado”



lunes, 3 de septiembre de 2018

Pasaporte para un tal Simón, 2018/08/30


Patillas largas, pantalón pulcro y chaqueta que otro tiempo debió ser brillante, el joven acaba de llegar del monte Sacro de Roma donde ha hecho una promesa sobre el futuro de estas tierras indómitas, llenas de mosquitos. Lo acompaña un tipo algo viejo, de mirada astuta. Dice llamarse Simón Rodríguez y está algo chiflado por la educación.

Diga su nombre, le espeta el hombre del uniforme gris, mientras le pide el pasaporte con los escudos nebulosos: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, exclama el mozuelo sin dejo de aristocracia porque, un poco más allá, lo mira su otro preceptor que también hace fila, Andrés Bello, quien le enseñó bajo los chaparros de las sabanas la profundidad de la condición humana.

Un poco alejado, se encuentra su amigo Antonio José de Sucre, lleva también patillas largas y sus cabellos son ensortijados. Van camino hacia Quito. Qué raro, dice alguien más atrás, al mirar una bandera tricolor que flamea sobre un asta. Sí, que extraño, soñé una bandera así, piensa Francisco de Miranda, que lleva un morral de los llanos de Apure. Cae un poco el sol y la espera es larga. Solo en la memoria están las arepas pepiadas y el lenguaje suave de esa geografía que fue nombrada así porque sus casas con pilotes se les figuraron a los hombres de carabela que se parecía a Venecia.

En el centro de control alguien se ha colado para vender espejos. Se escucha una voz de voces: “Cuando el amor llega así de esta manera / uno no tiene la culpa”. Es el viejo Simón Díaz, con traje blanco y sombrero, acompañado de Soledad Bravo y José Antonio Abreu que saca su violín. Aplaude entusiasmado un joven Rómulo Gallegos. Está también Teresa Carreño que se une a los cánticos y ya quisiera tener su piano. A la distancia, sus otros hermanos se han adelantado por estos parajes que Alexander von Humboldt trazó en sus mapas y que no deberían tener fronteras, como los pájaros. Estas tierras tienen volcanes y ríos prodigiosos donde –como se figuran los viajeros– podrán un día continuar caminando al sol por estos desiertos, con los ojos claros.



Enrique Males, amauta de la luna, 2018/08/23


Desde el centro ceremonial de las tolas, los caranquis agradecen a los montes tutelares, al Taita Imbabura y la Mama Cotacachi, por el prodigio de las cosechas de maíz. Hay fiesta en el aire y los danzantes llegan al sonido de los pututus (strombus), ocarinas y rondadores. Estamos bajo los designios de la luna. Este señorío étnico milenario, constructor de 5.000 tolas, nunca creó un imperio porque –debido a los diversos pisos ecológicos– comerciaban con los pastos, quitus y cayambis.

En el siglo XVI llegaron los incas con su sol y los “humbracunas”, sobrevivientes de la masacre de Yahuarcocha, no se habían repuesto cuando arribaron las cabalgaduras de fuego desembarcadas hace poco de las carabelas, junto a los cristos agónicos. Después, cinco siglos pasaron sobre los ríos de la memoria. En la antigua heredad de los caranquis se fundó Ibarra en 1606. A inicios del XX, desde la comunidad de Quinchuquí, llegaron a la Villa los ancestros de Enrique Males Morales, de 75 años. Este músico acaba de ser galardonado con el Premio Nacional Eugenio Espejo, categoría creaciones, que recuerda al “Chusig”, que tuvo que ocultar su nombre.

En este caso, esta distinción –creada en el régimen del general Guillermo Rodríguez Lara, a quien se agradece– no se puede entender sin nombrar el legado caranqui porque Males es uno de sus representantes más genuinos porque ha revalorizado los instrumentos precolombinos, además de la ritualidad andina (sus puestas en escena tienen esa conexión con las cosmogonías que requieren ser documentadas en formato cine, para que se muevan por el mundo).

Males aporta su propia visión de lo norandino que antes, desde el indigenismo, fue construida por el entorno blanco-mestizo, para usar una categoría que también es racista. Más, su propuesta de estos años –como Biografías, el homenaje a Dolores Cacuango o la siguiente en torno al maíz- tiene otra figura: Patricia Gutiérrez, su compañera y danzarina. Males ha logrado un prodigio: devolvernos la voz de los amautas caranquis frente a las tolas milenarias, burlando al olvido. Y como todo cantor, es voz de voces rebeldes.


El libro en un país volcánico, 2018/08/09


La deuda con el libro viene desde la colonia, con un Benalcázar analfabeto. En la época de la hacienda estaban más orgullosos de tener un hato de ganado que una buena biblioteca. Los Gran Cacao, en muchos casos, se gastaron la plata en los cabarets de París (no trajeron ni un cuadro de Renoir), los bananeros -primeros exportadores mundiales también- no cuentan ni con un museo; los nuevos ricos viven de las apariencias. A nuestras pobres élites, muchas antinacionalistas, les da roncha cuando agarraban un libro, por lo demás peligroso. A un pueblo ignorante, cualquiera lo engaña, decía Simón Rodríguez.

El país es altamente exportador de materia prima y extractivista (ni un banano de exportación conocemos). Alvin Toffler señala que hay tres tipos de sociedades: agrarias, industriales y del conocimiento. ¿Cómo dar el salto? En la reciente Maratón del Cuento, en Ibarra, encuentro a Édgar Allan García, director del Plan Nacional de Promoción del Libro y la Lectura José de la Cuadra. Le pregunto a bocajarro: ¿Por qué Ecuador pasó -con el boom petrolero de los 70- literal del azadón a la tele, saltándose el libro? Los protestantes leían la Biblia y eso permitió afianzar el sistema educativo; acá los católicos tuvieron una Biblia casi oral, a punta de rosario. Es una de las causas. “A las élites les convenía tener una masa de peones que no sabían cuáles eran sus derechos y el catolicismo imperante contribuía con la enseñanza del catecismo”, dice casi iracundo.

¿Qué hacer? Cuenta que el Plan trabaja en la promoción -palabra que debe anclar en las industrias culturales- de los escritores ecuatorianos, pero enfrenta a una burocracia tipo kafkiana (los críticos también pueden ser escarabajos, como decía Nabokov). Obvio, la tarea es ardua e incomprendida. Es buena noticia, por eso, los denominados tambos de lectura en sitios clave y los mediadores con teatrinos, además de los progenitores que lean a sus hijos, desde el vientre. Hay aún una tarea pendiente: el gran catálogo en línea de los escritores e ilustradores contemporáneos. Eso sí sería pasar a la historia de este país volcánico.



martes, 7 de agosto de 2018

El primer graffiti de América, 2018/08/02


Una tarde en Ayacucho hallé un graffiti: “La única iglesia que ilumina, es la que arde”. Porque, hay que decirlo, además de la espada, la cruz y las cadenas –como sugiere Olmedo, en su largo poema- también llegó la palabra de Cervantes en carabela. Aquella del refranero de Sancho Panza y de los libros de caballería que leyó Alonso Quijano; de la sangrienta luna de Quevedo.

Por medio de la palabra, también de las leyes, se construyó otro sentido. Ángel Rama, en su libro La ciudad letrada, dice que los conquistadores españoles impusieron un tipo de orden en las ciudades, bajo su esquema: “Desde la remodelación de Tenochtitlan, luego de su destrucción por Hernán Cortés en 1521, hasta la inauguración en 1960 del más fabuloso sueño de urbe que han sido capaz los americanos, la Brasilia de Costa y de Oscar Niemeyer, la ciudad latinoamericana ha venido siendo básicamente un parto de la inteligencia, pues quedó inscrita en un ciclo de la cultura universal en que la ciudad pasó a ser el sueño de un orden y encontró en las tierras del Nuevo Continente, el único sitio propicio para encarnar”.

Hace referencia que los propios conquistadores pasaron de las ciudades medievales en que habían crecido a otros modelos, hasta que se halló con la ciudad barroca. De hecho, el primer graffiti –la palabra viene de grafito- que se tenga noticia fue propiciado por Hernán Cortés en una disputa por el reparto del oro, tras la derrota de Tenochtitlan, en 1521. Su cronista, Bernal Díaz del Castillo hace referencia a este hecho en su libro La verdadera historia de la conquista de la Nueva España:

“Y como Cortés estaba en Coyoacán y posaba en unos palacios que tenían blanqueadas y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir en ellas con carbones y otras tintas, amanecían cada mañana escritos muchos motes, algunos en prosa y otros en metro, algo maliciosos (...) y aún decían palabras que no son para poner en esta relación”.

Tras el debate encarnizado, Cortés lo cerró con el primer graffiti que se tenga referencia: “Pared blanca, pared de necios”.



El “Fakir”, primeros 100 años, 2018/07/26

Cuenca se ufana en ser la ciudad de los poetas. Hace poco, recorrí el museo en homenaje a Remigio Crespo Toral, en la Calle Larga. Más allá de los muebles antiguos, del traje de levita, del gusto afrancesado, hay una fotografía: el día en que es coronado con una aureola de laureles como Poeta Nacional, el 4 de noviembre de 1917. En el museo pregunté sobre algún poemario. Busque en internet, me dijo una amable guía. Obvio, no hay casi nada.

En esa época, en 1918 nacía César Dávila Andrade, pero su élite -la poesía era una representación- no estaba lista. El poeta acusado de borrachín quedaba tercero en los concursos florales y emigró de la “Atenas del Ecuador” a Quito. Otra vez el país -que había cantado tan admirablemente en Catedral Salvaje y lo había estrujado en Boletín y Elegía de las Mitas- le dio la espalda.

Mejor se fue a Venezuela donde, en un día aciago de 1967, se suicidó acaso frente al espejo.

¿Qué pasó, con este escritor que está a la altura de los grandes del orbe? En la antología meritoria de Xavier Oquendo Troncoso, para la colección Visor de Poesía, de Madrid, lo dice: “Si César Dávila Andrade hubiera llegado a París, habría llegado lejos”.

Y esto no se trata de una mirada provinciana sino de una realidad ineludible porque no es hora de ir a París. Ecuador lee medio libro al año (Colombia lee cinco) y un tiraje de 1.000 libros es casi un best seller. Obviamente, se agradece el trabajo de María Augusta Vintimilla o de Jorge Dávila Vásquez, además de otras voces que promueven su centenario, en estos días.

Pero el “Fakir” es un desconocido y necesita una difusión mundial, sin falsas humildades. Mire el lector lo que hace la Universidad de Chile en su sitio web con sus poetas, de Huidobro a Parra, o Perú con Vallejo, amén de publicaciones.

El país, y la Universidad de Cuenca en particular, tiene la palabra, no para momificarlo en un museo sino para que su obra esté viva. El único reconocimiento real a un poeta es que las nuevas generaciones lo lean. Lo otro, es el olvido.

“Amauta poderoso, toda verdadera canción es un naufragio”, nos legó el “Fakir”

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/fakir-poeta-cesar-davila-andrade

Bolívar y la misión del relámpago, 2018/07/19


En esta semana se conmemoran 195 años de la Batalla de Ibarra, cuando el Libertador Simón Bolívar dirigió la contienda contra los realistas de Pasto en 1823. Ahora que los hermanos venezolanos llegan a nuestras tierras, será preciso recordar que fueron también llaneros quienes nos quitaron el yugo colonial. Porque para eso sirve la historia, mirar al pasado pero no olvidar el presente, más allá de las ofrendas florales y los discursos de efemérides.

“Yo pienso defender este país hasta con las uñas”, dijo el Libertador, como si esa frase, en ese momento, no intuyera la ingratitud posterior, cuando los conjurados se repartieron la Patria Grande a dentelladas. De allí que se entiende lo que dijo Bolívar después: “Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderme en el vacío”.

Aquí una escena del 17 de julio de 1823. A las dos de la tarde, una patrulla de los realistas que cuidaba los caballos en el sector oriental de Yacucalle, donde había abrevaderos, fue alcanzada, habiéndose escapado dos hombres heridos que fueron a dar aviso. Y en ese momento una imagen perdurable: “Bolívar en persona con sus ayudantes de campo y ocho guías, iba a la descubierta”, como si la evocada mirada de Gabriel García Márquez también estuviera presente: “Y más allá del acorazado, fondeadas en el mar tenebroso, vio las tres carabelas”.

El secretario de Bolívar, Demarquet, da cuenta de la estrategia: “A más, conociendo S.E. el Libertador el estado de desesperación a que estaban reducidos los facciosos y no disimulándose la desigualdad que existía entre hombres aguerridos y obligados a vencer y unos milicianos que no tenían sino quince días de disciplina, quiso sacar al enemigo de sus riscos y atraerlos a algún campo raso para aprovechar las ventajas que presentaba nuestra caballería”. Las fuerzas del Libertador eran 1.500 hombres, de los cuales apenas 350 eran veteranos, mientras los pastusos tenían entre 1.500 a 2.000 hombres. Al final, 13 patriotas perdieron la vida, mientras los realistas tuvieron más de 800 caídos.


sábado, 14 de julio de 2018

África a la final del Mundial, 2018/07/12

La disputa futbolera entre Francia y Bélgica estuvo, en sus inicios, representada en el cómic: un cándido Asterix frente al aventurero Tintín y su infaltable perro fox terrier llamado Milú. Esa raza era utilizada para hacer salir a los zorros de sus madrigueras. Los ingleses, mientras imponían sus colonias y consolidaban su imperio, pusieron las reglas del fútbol. Francia y Bélgica tenían también posesiones coloniales en África.

Acaso el fútbol muestre hoy en día una realidad poco apreciada: los jugadores hijos de las excolonias nutren a esas selecciones cuyos gobiernos se enfrentan al dilema de la migración, cuando el Mediterráneo se llena de pateras mientras crean eufemismos como plataformas de acogida por no decir campos de refugiados.

Así se lee en el portal de CNN: “En Francia, de los 23 convocados que fueron a Rusia, 14 son de origen africano. En Bélgica, de los 23, 8 son de ascendencia africana. Varios de los jugadores de Inglaterra tienen origen jamaiquino y otro tiene nacionalidad nigeriana”. Veamos algunos casos.

Presnel Kimpembe, con doble nacionalidad que incluye la congoleña; Samuel Umtiti, nacido en Yaoundé, Camerún; Paul Pogba, aunque nació en Lagny-sur-Marne, Francia, tiene ascendencia y nacionalidad de Guinea por sus padres; Kylian Mbappé, la revelación del Mundial, tiene ascendencia camerunesa; Ousmane Dembelé nació en Vernon, pero su papá es de Malí y su mamá de Mauritania; Corentín Tolisso tiene nacionalidad de Togo; N’Golo Kanté vio la luz en París, pero también tiene nacionalidad maliense; Blaise Matuidi, aunque nació en Toulouse, tiene nacionalidad angoleña; Steven Nzonzi es congoleño; Steve Mandanda, el arquero suplente, es de Kinshasa, Congo; Adil Rami tiene ascendencia marroquí; Nabil Fekir se negó a jugar por su Argelia porque nació en Lyon; Djibril Sidibé, con ancestros de Malí; Benjamin Mendy es franco-senegalés.

Dejemos a un lado a los de Bélgica que están eliminados. Si gana Francia, es como si triunfara también África. ¿Y si en la próxima patera llega un futuro crack de piel de ébano, acompañado de un perro mestizo?


¿Los griegos jugaban fútbol?, 2018/07/05


Los persas se sorprendieron de que los griegos destinaran tanto tiempo al juego. De hecho, sus héroes eran, además de los poetas, los deportistas. De allí viene la rama de olivo colocada en la frente de los más destacados atletas. Lo hacían en la ciudad de Olimpia, siete siglos antes de nuestra era, y estaban marcados por la frase del poeta Píndaro: “El vencedor, el resto de sus días, tendrá una dicha con sabor de mieles”.

Como cuenta la historia, las mujeres tenían prohibido participar o asistir a las Olimpiadas, pero fue Calipatira, quien <br />-por mirar participar a su hijo- rompió esa regla. Fue descubierta al enredarse su túnica y quedar como Zeus la trajo al mundo. Aunque el castigo era la muerte, fue perdonada y desde allí, para evitar otros desafueros propios de la época, los competidores debían participar desnudos. Ahora, el fútbol también es parte de los Juegos Olímpicos, pero con pantalonetas.

Acaso, la honorabilidad de los antiguos griegos aún pueda respirarse, más allá de los jugadores que fingen en la cancha o se lanzan, literalmente, en la zona de candela para que el árbitro cobre un penal. Tal vez la imagen más notable de esa actitud positiva sea la que tuvo el portugués Cristiano Ronaldo con el atacante uruguayo Cavani cuando el primero lo asistió tras una lesión y lo acompañó hasta la línea. Otro gesto fue el de los jugadores nipones, quienes dejaron un cartel de gracias en ruso, además de limpiar su camerino. Igual hicieron sus seguidores en los estadios.

La nota discordante la tuvo un hincha argentino, quien indujo a una muchacha rusa a decir sandeces, aprovechándose del desconocimiento del idioma. Además, de algunos seguidores colombianos que mostraban su “viveza criolla”, introduciendo licor en binoculares.

En los dos casos, el repudio fue total, con expulsión de Rusia y pérdida del trabajo en Avianca. Esto demuestra que, cada vez más, el mundo no está para soportar estos desatinos, con unas redes sociales que los escarmientan. El fútbol es más que una pelota rodando por el césped, aunque los griegos no lo inventaron. ¿Pero quién inventó a los árbitros?