viernes, 29 de noviembre de 2013

El cuento: caracol del lenguaje

El cuento: caracol del lenguaje
Juan Carlos Morales, Escritor ecuatoriano
La tarde está opaca, como un espejo de alabastro. A lo lejos, los nubarrones son la promesa de una tormenta. No estamos en el descampado y la puerta es áspera. Adentro, no hay suficiente leña. En el libro, las primeras líneas traen la voz de las populosas calles. Una mujer pasa con abrigo rojo. Afuera, suena el relámpago. La mujer entra en un túnel, que es infinito. Sus pasos parecen bifurcarse como en un laberinto. De pronto, se escucha un rayo. Golpean la puerta: es un minotauro mojado. Creo que algo así es el cuento.
Por un lado, está esa socarrona forma de engañar al lector –contando una historia tribal- hasta conseguir un final sorprendente. De allí que Horacio Quiroga diga que el cuento es “una flecha que, cuidadosamente apuntada, parte del arco para ir a dar directamente al blanco”. De otro lado, está la utilización del lenguaje, como si se tratara de un artefacto, de una máquina engranada para seguir el cómputo (de allí viene su etimología del latín computus). No se puede eludir a los significados, refería Juan Bosch para afirmar: “Una persona puede llevar cuenta de algo con números romanos, con números árabes, con signos algebraicos; pero tiene que llevar esa cuenta. No puede olvidar ciertas cantidades o ignorar determinados valores. Llevar cuenta es ir ceñido al hecho que se computa. El que no sabe llevar con palabras la cuenta de un suceso, no es cuentista”.
Por eso afirmaba que la novela es extensa, el cuento es intenso, y Julio Cortázar –sabedor del box y del jazz- afirmaba: “los cuentos se ganan por knock-out, al contrario de las novelas que se triunfa por asaltos. Esto a propósito del reciente Premio Nobel de Literatura a la cuentista canadiense Alice Munro, que pone al cuento en otra dimensión, ante la impronta de la novela como género mayor.
Me propuse realizar un análisis de esta literatura presente desde tiempos antiguos a partir del texto Del cuento y sus alrededores, una excelente antología de la teoría del género; leí el prólogo de la famosaAntología de Literatura Fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; leí los mejores relatos que nos recomienda Ernesto Sábato. Volví a esa memoria renovadora que fue Edgar Allan Poe o Antonio Chéjov, pero encontré un texto, del propio Bosch que lo dice todo, así que dejo para otra ocasión la teoría y, mejor, le propongo al lector una antología para entrar en materia. Sin olvidar que Cortázar dijo que el cuento es el caracol del lenguaje, incluyo un cuento de dragones, que es mi preferido antes de que nos sorprenda el rayo. Por eso, coloco uno mío como ejemplo, claro está:
“El cuento es el tigre de la fauna literaria; si le sobra un kilo de grasa o de carne, no podrá garantizar la cacería de sus víctimas. Huesos, músculos, piel, colmillos y garras nada más, el tigre está creado para atacar y dominar a las otras bestias de la selva. Cuando los años le agregan grasa a su peso, le restan elasticidad en los músculos, aflojan sus colmillos o debilitan sus poderosas garras, el majestuoso tigre se halla condenado a morir de hambre.
 El cuentista debe tener alma de tigre para lanzarse contra el lector, o instinto de tigre para seleccionar el tema y calcular con exactitud a qué distancia está su víctima y con qué fuerza debe precipitarse sobre ella.
Pues sucede que en la oculta trama de ese arte difícil que es escribir cuentos, el lector y el tema tienen un mismo corazón. Se dispara a uno para herir al otro. Al dar su salto asesino hacia el tema, el tigre de la fauna literaria está saltando también sobre el lector”.
 

domingo, 24 de noviembre de 2013

El gallito de la Catedral

Dos libros fundamentales están atribuidos al divino Homero -algunos dicen que era un rapsoda ciego-, La Ilíada y La Odisea. El primero inicia así: “Diosa, canta del pelida Aquiles la cólera desastrosa que asoló con infinitos males a los griegos y sumió a la mansión de Hades a tantas fuertes almas de héroes que sirvieron de pasto a los perros y a todas las aves de rapiña”.
El segundo, que prefiero, relata las asombrosas aventuras de Ulises, quien no podía volver a la amada Ítaca, bajo la maldición de Poseidón: “Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes”. La Ilíada es un libro de guerras, de traiciones, de embustes de un prodigioso caballo; el otro, en cambio, nos muestra a los cíclopes y a las sirenas. El uno muestra las historias de las batallas y su épica, el otro de la mitología y sus seres fantásticos.
Son diferentes miradas desde la época de los griegos, con un Platón que defendía el mito ante un Aristóteles que profesaba la razón. Y esta razón pura -a lo Kant- ha sido declarada como valor absoluto de la cultura de Occidente. Por eso los relatos de los abuelos y abuelas pasaron a ser una superchería porque el mito dejó de ser considerado como una revelación de los dioses.
Habría que esperar que llegaran otras ciencias -como la etnología- para que estas sabidurías guardadas de manera oral salieran a mostrar sus encantos. Para Lévy-Strauss los mitos son una expresión de una lógica impecable, propia de una forma de pensar distinta al racionalismo moderno, presente en culturas que tienen una lógica distinta a la lógica formal.
Esto a propósito de la IX edición del festival ‘Ecuador: tierra de leyendas’, que acaba de realizarse por iniciativa del Pensionado Universitario y el aval del Municipio de Quito, que ha declarado a noviembre como el mes de los mitos. De hecho, los colegios participantes: María Auxiliadora, Academia Militar del Valle, Ángel Polibio Chávez, Ludoteca, Franz Schubert y los anfitriones -quienes realizaron versiones en video y en inglés- recibieron una estatuilla del famoso gallito de la Catedral.
Se presentaron ‘El Uñaguille’, ‘Los shuar y la yuca’, ‘El castillo del gringo loco’, ‘Zhiro’, ‘El árbol de guayaba de Galápagos’ y ‘Las brujas de Urcuquí’. Ojalá, algún día, la historia de nuestro país tenga más de mitología que de trajes de generales. Eso solo será posible si la mitología de Ecuador entra como materia indispensable, tan válida como el período liberal.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Caballero de fina estampa


Cada pueblo tiene sus personajes. En Ibarra, aún camina por sus calles Fausto Yépez Almeida. Cuando nació, en 1928, la urbe continuaba levantando imponentes edificios públicos, casas de paredes anchas por temor a un nuevo terremoto, en medio de buganvillas y palmeras, y contaba con varios periódicos, hechos con plata y persona, que tenían una idea fija: la salida al mar por San Lorenzo.
Cuando las beatas cerraban sus rendijas, se reunían en la casa de Fausto Yépez Almeida los mejores cantantes para grabar en su reluciente equipo de cinta.Años más tarde, el joven Yépez, de bigote, amplia sonrisa y zapatos lustrosos, acaba de sorprender a sus paisanos con una bicicleta a motor, que lo lleva por las empedradas calles, hasta los pacientes que esperan por una inyección. Durante décadas estará al frente de la botica Ibarra, en el parque Pedro Moncayo y la evocación de su ceibo, preparando, al inicio, pócimas con láudano, hasta ser conocido como el “Señor de los Remedios”, apelativo que le agrada, en medio de su colección de llaveros, estampillas, réplicas de cuadros famosos e imágenes religiosas, artilugios médicos y, en cierto momento, hasta un cóndor disecado. El otro amor es inclaudicable: Ibarra. Por eso, junto con la Asociación Cultural Amigos de Ibarra, fue el artífice de la publicación de ocho tomos sobre la historia de esta ciudad.
Por las noches, cuando las beatas cerraban sus rendijas, se reunían en la casa de Fausto Yépez Almeida los mejores cantantes de música nacional para grabar en su reluciente equipo de cinta, adquirido ex profeso, en un tiempo en que las melodías del violín de Armando Hidrobo parecían deslizarse más allá de las callejas. Las grabaciones de esa época de oro de la música ecuatoriana son, sin duda, su mejor legado. La otra actividad que ocupaba el tiempo de este personaje de traje pulcro y leontina al bolsillo fue su labor por la patria chica, desde concejal ad honórem, pasando por gobernador encargado.
Se reconoce socialista, de los hechos a la antigua y críticos al sistema de hacienda, tal como se lee enHuasipungo, de Jorge Icaza, y sus lecturas preferidas son los textos en torno a Ibarra. Estuvo casado con Teresa Collantes y tiene tres hijos, además de nietos, y es, acaso, el ibarreño quien a más eventos ha asistido, siempre puntual y por su labor ha recibido condecoraciones, como la impuesta por el presidente Gustavo Noboa Bejarano. Fausto Yépez Almeida podría ser la inspiración del vals de Chabuca Granda: Fina estampa, caballero / caballero de fina estampa / un lucero que sonriera / bajo un sombrero... Al mirarlo cruzar el parque, es como si el abuelo de todos caminara con dirección a una ciudad evocada en medio de la bruma.



FOTOS: Fausto Yépez Almeida, en la exposición del libro Imbabura, auspicio del Gobierno Provincial de Imbababura, Diego García Pozo, prefecto. 












 FOTO2. El joven Fausto, por las calles de Ibarra, en su bicicleta a motor.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Congos del Valle del Chota

Entre las hendiduras de los barcos negreros se colaron las evocaciones de atabales y tambores. Del África no desembarcaron los instrumentos, pero vino la memoria. En medio de grilletes y cadenas perduraron los antiguos cantos, en un contrabando de murmullos. Hablaban del cambio de las estaciones, de los rituales de paso, de la vida y la muerte, de la piedad y el heroísmo, del sueño y el sexo, de la siembra y la cosecha, en la tierra de los leones.

Los primeros negros africanos, como se decía en la colonia, fueron traídos como esclavos al Valle del Chota, merced a su adaptación al clima porque los indígenas morían agobiados del calor y el paludismo. En 1586 trabajaban en los algodonales, frutales y viñedos, estos últimos erradicados y llevados a Ica y Callao. Sin embargo, serían los curas jesuitas, en 1610, quienes introdujeron a estos pobladores arrancados directamente de las sabanas donde pacen los elefantes.

Los negros de Esmeraldas tuvieron mejor suerte: un barco encalló y se escaparon, hasta que se toparon con el hombre blanco

Los jesuitas, como señala Rocío Rueda Novoa, “pasaron a formar parte de las redes de comercio de esclavos de las compañías negreras, a fin de importar esclavos negros directamente de África”. Afirma que en 1690 compraron a los primeros carabalíes provenientes del golfo de Biafra; más tarde, en 1695, llegaron los primeros congos de África Central: “Hacia 1850, el 34 por ciento de los esclavos existentes en la provincia de Imbabura aún mantenía los nombres de origen africano, tales como carabalí, congo, mina y mondongo”. A muchos les adjudicaron el apellido del amo, más para reconocerlos, como una suerte de marca que no recibía herencia

Los negros de Esmeraldas tuvieron mejor suerte: un barco encalló y se escaparon como náufragos fugitivos hasta que, como siempre, se toparon con el hombre blanco.

Entre las 132 haciendas y propiedades de los jesuitas, en el actual Ecuador, nueve se encontraban en el sector del antiguo Valle de Coangue: Caldera, Carpuela, Chalguayaco, Chamanal, Concepción, Cuajara, Pisquer, Santa Lucía y Tumbabiro, donde ocho estaban destinadas para la siembra de caña de azúcar y tráfico de aguardiente, como bien señalaba el obispo de Ibarra, Federico González Suárez. Aquiles Pérez investigó que, en la época, existían 1760 esclavos traídos del continente del ébano.

No les fue mejor a los esclavos afros con la expulsión de los jesuitas, en 1767, porque pasaron –como si fueran bienes muebles– a la administración de la Junta de Temporalidades de la Corona española y, años después, a la venta de particulares, que eran peores que los jesuitas, porque –con el fin de ganar más dinero– aumentaron la presión sobre los esclavos.

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