sábado, 20 de junio de 2020

El llamado del fuego, 2020/06/18

Hay un libro admirable: Cultivando las raíces de la sabiduría. El texto refiere a aforismos, con énfasis en la práctica de la virtud, según las tres grandes tradiciones filosóficas de la China: el taoísmo, el budismo y el confucianismo.

“Hong Yinming, un hombre sin duda cultivado y erudito, perteneciente a la época de la dinastía Ming en el período Wanli (1573-1620), nos ofrece un conjunto de sabios pensamientos y consejos que le servirán de guía a aquellos que quieren vivir una vida digna y apropiada, en medio de una sociedad donde el continuo afán de competir y la búsqueda desenfrenada de bienes materiales es el pan de cada día”. 

Como en todos los tiempos, durante ese período la ética permanecía dormida y las falsas creencias se alzaban en boca de los charlatanes. Los filósofos, entonces, decidieron buscar en los saberes antiguos las esencias que estaban perdidas. Lo primero que pensaron es en el tema de la posesión del dinero. Nos advierten que es mejor estar en compañía de los ermitaños en lugar de los mercaderes.

“Al conducirse en sociedad, no hay que buscar con ansia el éxito: el no cometer errores ya es meritorio. Al tratar a los demás con benevolencia no hay que esperar gratitud a cambio: el que no se conviertan en enemigos ya es gratitud.

El mortificarse por realizar acciones virtuosas es una bella característica moral. Pero demasiados sufrimientos hacen que la tranquilidad del espíritu sea muy difícil. El despreciar el poder y la riqueza es una noble cualidad. Pero demasiadas privaciones que el ayudar a otros y beneficiar a la sociedad sea muy difícil.

Al juzgar a alguien que ha encontrado desventura y ruina se deben primero entender sus aspiraciones iniciales. Al encontrar a alguien que ha alcanzado el éxito, es necesario ver su situación final. Después de residir en un lugar bajo se conoce el peligro de ascender a las alturas. Después de estar en la oscuridad se sabe lo deslumbrante que es la luz”. (O)


https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/libro-aforismos-china

Esperando a los bárbaros, 2020/06/11

Pablo Picasso pintaba rodeado de máscaras africanas, porque admiraba esa síntesis de los pueblos llamados “primitivos”. Esas obras colectivas están diseminadas en los grandes museos del mundo, vistos como objetos antropológicos. Bélgica saqueó las máscaras cuando tenía su propia colonia privada en el Congo, 60 veces más grande que su propio territorio. Están las huellas del genocidio atroz cometido por Leopoldo II en aras de la civilización europea. Su estatua se retiró de Amberes y no hay una sola de Adolf Hitler que se creía ario, rubio y de ojos azules.

William Rubin, del Museo Moderno de Nueva York, según reseña Eduardo Galeano en el libro Patas arriba, la escuela del mundo al revés, emprendió junto con un equipo un cotejamiento del arte europeo con el legado de África. “El genio más alto del arte del siglo XX, Pablo Picasso, trabajó siempre rodeado de máscaras y tapices de África, y ese influjo aparece en las muchas maravillas que dejó. La obra que dio origen al cubismo ‘Las señoritas de la calle de Aviñón’ –en referencia a las cinco prostitutas barcelonesas– brinda uno de los numerosos ejemplos. La cara más célebre del cuadro, la que más rompe la simetría tradicional, es la reproducción exacta de una máscara del Congo, que representa una cara deformada por la sífilis, expuesta en el Museo Real del África Central, en Bélgica”. De Klee a Modigliani, de Max Ernst a Giacometti, la deuda con la cultura de África es innegable.

Tras escuchar el discurso del reverendo Al Sharpton “¡Quita tu rodilla de mi cuello!”, a propósito del asesinato de George Floyd, se entiende los 401 años de segregación en Estados Unidos, pero también en el mundo. Hay que leer otra vez Esperando a los bárbaros, de Coetzee, porque tal vez los “salvajes” reales sean quienes no dejaron entrar a Ella Fitzgerald en un bar de jazz en Hollywood, hasta que intervino Marilyn Monroe. Tal vez los bárbaros sean, como sugiere Cavafis, un pretexto para culpar al otro de sus propios complejos. (O)

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/belgica-museo-galeano


Todos somos George Floyd, 2020/06/04

El hijo de migrantes y casado con una eslava, Donald Trump blande –tal es la palabra- la Biblia frente a las protestas en un país que es “la tierra del libre y el hogar del valiente”, como cantan en su himno, tras desalojar a los manifestantes en Washington.

Él, que se ufana de tener un retrete de oro (váter dicen los peninsulares) en una de sus torres Trump, ha tenido que esconderse en el bunker de la Casa Blanca, construida por los esclavizados, arrancados de África, antepasados de George Floyd asesinado después de que el policía Derek Chauvín le asfixiara durante 8 minutos y 46 segundos en Minneapolis. Si no era por la valiente Darnelle Frazer –que recuerda a Rosa Parks que en 1955 se negó a ceder su asiento en un autobús de Alabama en plena segregación racial- quien filmó la escena no sabríamos que la vida de un afroamericano vale menos que los 20 dólares falsos por lo que le detuvieron al “gigante amable”.

Para entender a la tierra de Walt Whitman es preciso acudir al visionario James Baldwin, amigo entonces de los asesinados Martin Luther King, Malcolm X y Medgar Wiley Evers. Para él, según reseña Juan Gelman en Miradas, el problema radica en la necesidad del blanco de encontrar una forma de vivir con su compatriota negro. Esa necesidad lo ha empujado a aplicar sucesivamente el espanto de Lynch –de allí deriva linchamiento- o el Ku Klus Klan, mientras el jazz se expande por el mundo.


Aquí la clave: “Si bien el negro estadounidense ha alcanzado su identidad mediante un extrañamiento absoluto de su pasado, el blanco estadounidense todavía nutre la ilusión de que hay vías para recobrar la inocencia europea (de sus orígenes), para volver a un estado en que el hombre negro no existe”. Resuenan las palabras de Luther King: “La libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor; debe ser exigida por el que está siendo oprimido”. Curioso, hace 70 años otro blanco que se creía superior, Hitler, se escondía en el bunker de Berlín tras dejar una estela de 60 millones de muertos. (O)

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El escritor y sus fantasmas, 2020/05/28

¿Cuáles son los mecanismos de un escritor? ¿Por qué, mientras escribe angustiosamente sobre seres que no pertenecen a la realidad, curiosamente, estos relatos dan testimonio de la situación contemporánea? ¿Por qué es necesario ahondar sobre la existencia? ¿Para quién dejar un legado de largas horas de insomnio y tentaciones de un ser abrumado?

Eso es lo que se pregunta en el prólogo de 1961 el escritor argentino Ernesto Sabato, en su libro El escritor y sus fantasmas, que dedica especialmente a los jóvenes que inician en la literatura para que lean las cavilaciones de un narrador latinoamericano y las dudas y afirmaciones de un ser doblemente atormentado. “Porque si en cualquier lugar del mundo es duro sufrir el destino del artista, aquí es doblemente duro, porque además sufrimos el angustioso destino de hombre latinoamericano”.

“El pueblo de hoy no es esa fresca y virginal fuente de toda sabiduría y de toda belleza que imaginan ciertos estéticos del populismo, sino el alumnado de una pésima universidad, envenenado por el folletín de la historieta o la fotonovela, por un cine para oficinistas y por una retórica para chicas semianalfabetas y cursis”, clama un desolado Sabato.

Después, el autor apela al pasado, sobre los mitos, alfarería o danzas rituales (que por cierto, ahora despreciamos como el sentido del amor, de la piedad o del verdadero heroísmo). Ese sentido profundo de la existencia: el nacimiento y la muerte, la salida del sol, la adolescencia, el sexo y el sueño.


El pueblo está cosificado y su arte falsificado, dice Sabato. Está corrompido, agrega, por la peor literatura y por un arte de bazar barato (¿No son, acaso, las letras de Bad Bunny y de la Tusa quienes triunfan en las redes y en TikTok los jóvenes aprenden a contornearse a solas?). “No es en suma el artista el que está deshumanizado, no es Van Gogh o Kafka quienes están deshumanizados, sino la humanidad, el público”. (O)

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Los ladrones de muertos, 2020/05/21

Antes de 1832, en el Reino Unido, los únicos cadáveres que podían usarse para fines anatómicos eran de los condenados a muerte. En el siglo XIX, únicamente 55 personas fueron ahorcadas y las escuelas de medicina requerían unos quinientos cadáveres. De allí, con la Ley de Anatomía, el negocio del robo de cadáveres prosperó y los  “resurreccionistas” se enfrentaban a una pena menor, si dejaban intactas las pertenencias.

Jerry Cruncher, personaje de Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, tenía ese oficio; está El ladrón de cadáveres, de  Robert Louis Stevenson, y su adaptación cinematográfica protagonizada por el inigualable Boris Karloff. Existen los relatos de Lovecraft y, por supuesto, del inventor de la novela policiaca, Edgar Allan Poe.

Mas, el asunto de robar a los muertos es algo perturbador para la condición humana, aunque menor a la decapitación. Y un añadido, resulta aún más detestable cuando los ladrones se amparan ante una peste, mientras miles de compatriotas estamos aún velando a los deudos (mientras no se haga justicia).

Esto ha ocurrido en Ecuador. La corrupción ha ingresado a los hospitales (donde los médicos, enfermeras y enfermeros realizan una labor encomiable) para –aprovechando la situación del covid19- adquirir fundas para los cadáveres por $ 148,5, en los casos más graves como Los Ceibos de Guayaquil el lugar del epicentro, cuando el valor referencial es de $ 12, según investigación del diario El Comercio en varios centros hospitalarios del país.

Esto es solo la punta del iceberg del sistema, que envolvió a sus muertos con mortajas profanadas por las manos sinvergüenzas de sus propios hermanos. Sin ofensa, como decían los abuelos, ojalá por las noches les jalen las patas. Pero eso, es mucho pedir porque los peces gordos estarán riéndose otra vez, aunque no sepan la acepción de la palabra corrupto que es podrido, algo que está descompuesto y huele mal. Solo Lázaro resucitó perfumado. (O)

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