martes, 10 de mayo de 2016

El árbol de naranjo encantado, un mito originado en Guayaquil


En el siglo XVI, al fray Damián de Avendaño y Gamboa, prior del convento de Santo Domingo, le llegó una carta con unas semillas que alterarían a la ciudad.
Las noticias de los portentos del Nuevo Mundo llegan más rápidas que la pólvora. Se dice que hay una fruta llamada guanábana que es superior a la manzana y que su pulpa blanca -por más que se coma- no hace daño ni empacho. Por cartas, Gonzalo Fernández de Oviedo, habla del mamey y de la olorosa piña. Cuando se prueba el níspero, dice, queda en la cabeza zumbando un aroma que no el almizcle iguala. Cree que es la mejor fruta hasta que conoce a la dorada piña, y no halla palabras que merezcan sus virtudes.

Esta supera a todas, sentencia, como las plumas del pavo real resplandecen sobre las de cualquiera. Aún no se han pintado los fastuosos cuadros de la escuela quiteña, describiendo los prodigios de las frutas del Nuevo Mundo, pero todos hablan de esos portentos de la naturaleza, que florecen hasta sin cuidados.

Una anciana mujer, desde el puerto de Cádiz, ha traído con cuidado -desde sus heredades valencianas- un tesoro para enviarle a su hijo, a quien no ha visto hace años. Su hijo, Damián, ha cruzado el tenebroso mar, y después el mar de Balboa, hasta llegar a Santiago de Guayaquil, allá por el año de 1578.

Con ternura, escribe palabras perfumadas de lágrimas, contándole del niño que era en la villa de Cestona, allá en Guipúzcoa. Después regresa a ver y acerca sus manos como si con el postrer beso enviara también una bendición que pudiera burlar las distancias. Torna a mirar, por si la estuvieran espiando. Después, con celo, introduce esas diminutas joyas: son siete humildes pepitas de naranjo, que deben llegar a un remitente en Guayaquil: fray Damián de Avendaño y Gamboa, prior del convento de Santo Domingo, pero más que eso, su hijo.

Tras largos meses de travesías y burlando los calores y los mosquitos, la carta llega a su destino. Tras abrirla y leer con profusión las amadas líneas, las semillas son encontradas y contempladas como si se tratara de un prodigio. El prior no cabe de dicha al sembrar en el jardín del convento dominico ese precioso don que significa compartir las frutas venidas de allende el mar en carabela. Mientras riega las plantas piensa con qué orgullo repartiría las primeras frutas y después -con algo de vanidad- anhela que, acaso, su nombre se perpetuará con el recuerdo de esta hazaña. Sí, como ya se oye el nombre del franciscano fray Jodoco Ricke, quien introdujo el trigo en Quito y fue el primero en celebrar misa, con hostias hechas a la usanza del Viejo Mundo.

Desde que piensa en ese prestigio, no deja que nadie se acerque a los naranjos, que han encontrado una tierra más fértil que de donde vinieron. Con celo, a veces con temores infundados, el fray vigila sus siete plantas que aparecen lozanas. Anda por el convento, un mulatillo -como le dicen- llamado Martín, hijo de un español de abolengo, caballero de Alcántara, y de una guapa negra liberta de Panamá, de nombre Ana Velásquez. Su tutor es Mariano de la Hoz y el mozuelo parece una ardilla dentro del clerical recinto. Leguito morenilla, también le nombran, pero con cariño. Tañe campanas, enciende cirios, reza novenas, recoge limosnas, remienda los hábitos de los frailes y, de cuando en cuando, espía a fray Damián regando sus naranjos.

Una mañana, víspera de Santo Domingo, se escucha un escándalo. El padre Damián, quien parece poseído por una legión de demonios, lanza injurias y amenazas y levanta las manos al cielo. La comunidad acude presurosa. Entre gritos entrecortados saben la causa: uno de los siete primorosos naranjitos ha sido robado del jardín.

El truhán, no cabe duda, es alguien que pretende defraudar los legítimos derechos de primacía de fray Damián de Avendaño y Gamboa, más aún cuando la planta ha sido sacada en un cuadrado perfecto conservando sus raíces para que no sufra el posterior trasplante, en otro sitio de Guayaquil. Lo que más le preocupa al clérigo es que, acaso con esta alevosa afrenta, no será el primero en probar las delicias de las primeras jugosas naranjas.

Oiga padre Naranjo, perdón, padre Damián, dice el padre Melchor de Mendiola, aproveche que ahora sube al púlpito para arengar contra el villano, ladrón de la mata de naranjos. Desde el púlpito se escucha las fulminaciones del fray ultrajado, quien ofrece la excomunión a los autores, cómplices y encubridores del hurto de su arbolillo. Y más, un reservado especial en la profundidad del infierno a quien oculte noticias del suceso, que se sospecha es parte de una confabulación de los propietarios de las fincas cercanas que se han enterado de portentoso secreto. Eso sí, un generoso perdón y absoluta reserva a quién, en cambio, confiese la culpa o denuncie a los pérfidos.

Hace poco ha pasado la fiesta del patrono y no hay rastros ni olor de naranjos. El sacerdote descansa en su celda y muerde su ira. Alguien se acerca en actitud humilde. Es el lego Martín, quien habla:

Reprima la cólera, bondadoso fray Damián, por lo del naranjito. Con humildad, le digo, que por una disposición que viene de lo Alto, la dicha planta ha sido transportada al cerro del Carmen, que nos da abrigo y sombra. Allí permanecerá y quienes lo encuentren se regocijarán de su fragancia, recordando -eso sí- vuesa Paternidad, por hacer conocer tan magnífico fruto en estas tierras de América.

Pero no se preocupe, será de sus seis naranjitos, de rosados vientres, de donde saldrán miles de semillas que se engendrarán en estas heredades, salvando distancias y edades, por estas tierras de generosos ríos. El cielo no permitirá que el séptimo naranjo produzca hasta el año que su merced tenga su cosecha. Además, viva seguro porque el naranjo del cerro no contendrá jamás semilla y únicamente podrá comerse al pie del árbol, porque así acordado está con la Suma Sapiencia.

Fray Damián escucha atónito el vaticinio del leguito Martín y, sin saberlo, se encuentra abrazado con sus ojos llenos de lágrimas. Los cronistas cuentan que tal árbol existió y que los abuelos y abuelas solían acudir hasta el cerro del Carmen y se encontraban con una fragancia sin igual, que emanaba de tan asombroso naranjo. Después de saborear su fruta, corrían para dar aviso, pero al volver o no hallaban el sitio preciso o simplemente había desaparecido. ¿Quién era el lego Martín? No era otro que Martín de Porres, el primer santo mulato de América quien apagaba los incendios con su mirada y a quien el obispo de Lima le tenía prohibido tantas hazañas aunque no pudo impedir que viajara en una leyenda para hacer un milagro también en Guayaquil.

Bibliografía: Pino Roca, Gabriel, Leyendas, tradiciones y páginas de Guayaquil. Galeano, Eduardo, Memorias del Fuego, tomo I.

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: 
http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/7/el-arbol-de-naranjo-encantado-un-mito-originado-en-guayaquil

Conferencia sobre el Cuartel de Ibarra

El remodelado Centro Cultural El Cuartel cuenta con una investigación histórica realizada por Juan Carlos Morales Mejía, miembro de la Academia Nacional de Historia, quien presentará una conferencia sobre este tema, este jueves a las 11h00, en el auditorio del Centro Cultural del Ministerio de Cultura y Patrimonio ( Oviedo 6-39 y Sucre ).

Además, se presentará al público el libro El Cuartel de Ibarra, de autoría del mencionado escritor, quien –de manera didáctica- ofrecerá las diversas visiones en torno a este emblemático lugar, que inició su construcción en 1907, en plena época alfarista y que ahora constituye un referente cultural.

El evento es parte de la planificación anual de la Biblioteca del Ministerio de Cultura y Patrimonio, previsto para el Día del Libro, pero los sucesos en la costa ecuatoriana fue suspendido. Ahora, las unidades educativas que han sido invitadas, colegio La Inmaculada, San Francisco, o instituciones públicas y público en general, podrán apreciar, de primera mano, la historia de este ícono de Ibarra. El autor, como parte de su política de difusión del conocimiento, ha liberado en formato pdf dicha investigación, la misma que será colocada en el sitio web del Cabildo para toda la ciudadanía.

El evento, que tiene el aval del Municipio de Ibarra, quien auspició la publicación, estará acompañado de fotografías antiguas de la urbe, que también son parte del legado que ahora tiene el mencionado lugar, ubicado frente al parque La Merced. Por iniciativa del Departamento de Cultura del GAD-Ibarra, junto con Editorial Pegasus, se realizó anteriormente la teatralización guiada en este sitio, que cuenta con diversas salas. 

RESEÑA

Juan Carlos Morales Mejía (Ibarra, 1967) es un escritor, con más de 30 libros, especializado en Mitologías de Ecuador. Entre sus obras se destacan Fabulario del dragón, cuentos de literatura fantástica traducidos al francés y al inglés (premio latinoamericano Theobaldo de Negris, en Buenos Aires, Argentina), El poeta y la luna, o la serie sobre mitos; Quito en tiempo de campanas, Quito, las calles de su historia, Mitologías de Imbabura, Mitologías de Guayaquil, Leyendas de Ibarra, entre otros.

Pertenece a la Academia Nacional de Historia y es Magíster en Cultura, además de una especialización en Historia del Arte, por la Universidad Andina Simón Bolívar, de Quito. Su tesis de maestría, en el tema de historia, se titula: Estrategias de etnicidad: el caso de Don Leandro Sepla y Oro, cacique del siglo XVIII, en Licán.

Es fotógrafo por el Centro de Imagen de la Alianza Francesa. Su libro Graffiti: en clave azul, un recorrido por América Latina, fue su tesis de pregrado como periodista de la FACSO, de la Universidad Central del Ecuador. Fue becario de la UNESCO, en Buenos Aires, Argentina.
Es articulista del diario público El Telégrafo y miembro del Comité Editorial de Ecuador TV y la Radio Pública de Ecuador.

Para el tema de Ibarra ha realizado:

El Cuartel de Ibarra
El Libertador enfrenta al realista Agualongo, premio de ensayo del Parlamento Andino.
Libro inédito, Ibarra: destino de mar.
Leyendas de Ibarra, cuarta edición.
Cartografía mítica de Ibarra, ponencia a las Jornadas de Historia de Ecuador.
Imágenes de Ibarra libro para el Consejo Nacional de Cultura dentro de la serie Imágenes del siglo XX. Investigación del fotógrafo Miguel Ángel Rosales. 2013
Ibarra a inicios del siglo XX, investigación y muestra en cajas de luz.
Poeta de Ibarra, libro de poesías de Carlos Suárez Veintimilla.

FOTO. Fotografía de Miguel Ángel Rosales 
FOTO. Juan Carlos Morales Mejía

FOTO, Anónimo, Archivo Municipio de Ibarra




¿EL TELÉGRAFO es un pasquín?

Un asambleísta, en una entrevista difundida, dice que el diario público EL TELÉGRAFO es un pasquín, a propósito de las últimas oleadas de los ‘Papeles de Panamá’. Esto me recordó una clase con Bernard Lavallé, eminente historiador, autor de la biografía de Francisco Pizarro, “ese pícaro bastardo y analfabeto, quien siendo porquerizo llegó al Nuevo Mundo y asesinó a Atahualpa, todo por la codicia”, según relata la llamada leyenda negra.

Y esto porque Lavallé nos contó un día sobre el origen de la palabra pasquín. En Roma, los libelos aparecían en una serie de estatuas, seis en total, pero la más famosa era la de Pasquino. Se lee en la web: “Estas estatuas parlantes fueron y siguen siendo el arma con el cual Roma ha demostrado su descontento a la arrogancia y a la corrupción de las clases dominantes sin perder el sentido del humor característico de los romanos”. En el siglo XVI, al amparo de la noche, autores anónimos colocaban carteles que, aunque en su mayoría eran poemas, a veces “se llevaban a cabo verdaderos diálogos humorísticos entre las estatuas”.

La famosa estatua de la Plaza Navona de Pasquino, del siglo II antes de nuestra era, representaba a un gladiador romano donde, con el tiempo, se colocaban las sátiras conocidas como ‘pasquinadas’. Hay algunas famosas.

Durante la dominación napoleónica, hubo un diálogo entre Pasquino y Marforio. Este último preguntó: “¿Es verdad que los franceses son todos ladrones?”, Pasquino replicó: “No todos, pero Bona-parte”. Durante el fascismo de Benito Mussolini, en ocasión a los preparativos para la visita de Hitler a Roma, Pasquino dijo: “¡Pobre Roma mía de Travertino! / Te han vestido toda de cartón / para hacerte mirar por un pintor, / tu próximo patrón”. A la muerte del papa Pablo III, Pasquino dijo: “Aquí fue enterrado un tal Pablo / fraudulento, ‘vulpon’ (zorro), ladrón, asesino, / aquí famoso en boca de Pasquino / Allá doliente en la boca del diablo”. A la muerte del papa León X, famoso por la venta de indulgencias, Pasquino dijo: “En los últimos instantes que León había vivido, / no pudo tener sus sacramentos, pues los había vendido”.

La definición de pasquín es: “Escrito anónimo, de carácter satírico y contenido político, que se fija en sitio público”. Uno famoso fue colocado por Eugenio de Santa Cruz y Espejo, aunque algunos dicen que por su hermano, en las Siete Cruces de Quito: “Salva Cruce Liber Esto. Felicitatem et Gloriam consequto” (Felicidad y Gloria conseguiremos. Al amparo de la Cruz seremos libres). Hasta en La mala hora de Gabriel García Márquez se los cita:  “... En el puerto, un grupo de mujeres comentaba en voz alta el contenido de un nuevo pasquín puesto la noche anterior. Como el día amaneció claro y sin lluvia, las mujeres que pasaron para la misa de cinco lo releyeron y ahora todo el pueblo está enterado. El juez Arcadio no se detuvo...”.


En esta tónica, hay una pregunta que flota en el aire: ¿Qué haría usted si su banco le deposita casi un millón de dólares por error? A: Se va a farrear; B: Dona a los niños pobres; C: Devuelve el dinero; D: Ninguna de las tres primeras… (O)