domingo, 27 de enero de 2013

En bicicleta a Zumbahua

Se cuenta que Alejandro Magno tenía, bajo su almohada, “La Ilíada” del divino Homero y una espada. Esas dos armas, dice Borges. Su padre, Filipo de Macedonia, encargó a Aristóteles para que fuera su tutor. Además, irónicamente bajo su mando, el mundo griego pudo dominar al persa.

Además de la metafísica, ¿qué más pudo enseñarle Aristóteles a aquel joven que habría de conquistar un orbe? Acaso, en la alta noche, el sabio griego pudo repetirle una de sus máximas: “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo”.

Pienso en lo que Simón Rodríguez pudo inculcar al huérfano más rico de Venezuela, Simón Bolívar, al punto que, años después, frente a las siete colinas de Roma juraría que liberaría a un continente. Es posible que en la sabana le repitiera una frase: “Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra”.

Estas dos historias tienen un motivo: la búsqueda del maestro. Esto a propósito de la campaña electoral. ¿Qué tiene que ver? Simple, pienso en los preceptores de los candidatos, en lo que aprendieron en sus vidas, en lo que su historia personal definió la manera como entienden la política. Si alguien es capaz de levantar colchones o fundas de arroz, aunque nunca lo haya hecho, para entregar en un barrio pobre, algo nos dice de su historia; si por acullá, caminan por el barrio repartiendo sonrisas, aunque les arrastre la memoria del peor atraco a un pueblo, algún resquemor debe tener su alma… Si por el contrario, olvidaron que unos “forajidos” los libraron de morir en el intento, una extraña sensación deben sentir al caminar por ciertos lugares. En fin, hay otros ejemplos.

En esta época es bueno volver a Lao Tse: “Quienes pueden utilizar el poder de los demás son aquellos que pueden ganar los corazones de la gente. Aquellos que pueden ganar los corazones de los demás son siempre personas que están en paz consigo mismas. Aquellos que están en paz consigo mismos son flexibles y complacientes… Las obras de aquellos que ganan a sus iguales mediante la complacencia son insondables. Así, pueden amasar ‘no victorias’ en una gran victoria”.

Esta campaña tiene varios caminos, uno es irnos de bruces hacia el pasado, otro es consolidar una etapa, una época. Los retos son nuevos, pero una señal nos da el candidato que va en bicicleta por un país que no es el mismo. ¿Qué maestros recordará de sus orígenes en Zumbahua? ¿Que no hay cambio sin la praxis liberadora del pueblo, como decía Taita Leonidas Proaño?

El artículo original está publicado en:
http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/en-bicicleta-a-zumbahua.html

jueves, 24 de enero de 2013

La caja de Pandora, entrevista a Juan Carlos Morales

Sábado 20h00, 26 de enero, Ecuadortv, La caja de Pandora, entrevista al escritor Juan Carlos Morales.
La Previa
 
Entrevista Completa
http://www.ecuadortv.ec/programasecuadortv.php?c=1389
 
Juan Carlos Morales Mejía (Ibarra, 1967) realiza el proyecto Mitologías de Ecuador, que reúne investigación mitológica, desde la vertiente literaria. Como parte de este proyecto, de Editorial Pegasus, sobre mitos de Ecuador ha publicado: Mitologías de Imbabura, Leyendas de Ibarra, Los dioses mágicos del Amazonas (mitos shuar, cofanes, siona, quichuas, huahoranis) y los cuadernillos de: La Caja Ronca, El duende de Intag, El duende de San Vicente y el texto El Gobierno de San Pedro y San Pablo, traducido al inglés y francés.
Es Magíster de Estudios Latinoamericanos, mención Cultura, por la Universidad Andina Simón Bolívar; periodista por la FACSO, de la Universidad Central; fotógrafo por el Centro de Imagen de la Alianza Francesa y ha sido becario de la UNESCO.
Realizó un acercamiento a la vida del músico popular Segundo Rosero, con el libro Cómo voy a olvidarte. Es co-guionista e idea original del film del mismo nombre que se rodó en septiembre de 2003 en Imbabura.
Efectuó una antología de literatura y fútbol en Historia de Pelotudos. Escribió tres libros sobre historial local, para los 200 años del Reasentamiento de Riobamba, para Editorial Pedagógica Freire: Riobamba: del Luterano al terremoto; Riobamba: la villa peregrina y Riobamba: antiguos oficios. Es autor de Fabulario del dragón, libro de cuentos fantásticos, traducidos al inglés y francés, ilustrado por el artista Jorge Porras. Ha publicado La campana en el espejo (poesía) y está inédito el poemario Arquero de Luna y Circus. Editó el audiolibro La Marcha del Ratón, con ilustraciones de Pablo Caviedes, y música del autor, sobre los derechos de los niños en época de migración.
Recorrió parte de América Latina para escribir el libro: Graffiti: en clave Azul. Ha trabajado en los diarios La Verdad, de Ibarra, Hoy y El Comercio, de Quito, durante diez años. Escribe crónicas de viajes para la revista Criterios. Fue galardonado, por la Fundación Octaedro, en el Festival de Cortometrajes Déjate Ver, con su proyección Crónica Rosa.
Como cantautor, ha musicalizado textos de Borges, Huidobro, Vallejo, Whitman, Dávila Andrade, Carrera Andrade, Preciado, Euler Granda, Loinaz, Benedetti, Cardenal. 
En la actualidad vive la vida poética, dedicado al pastoreo de su rebaño de cabras salvajes.

sábado, 19 de enero de 2013

En bicicleta al Lechero


Los spots de campaña también muestran el país que somos. Mientras los antiguos banqueros andan por los barrios, los otros nos auguran que harán plata (como enviados de Dios). Más allá, nos ofrecen reabrir las universidades cerradas, pero también nos cuentan -otro candidato- sobre su carácter rebelde. Hay, incluso un pastor que habla del pecado...
Hay, de estas propuestas, una que evoca algo distinto: un candidato que recorre el país en bicicleta, hasta finalizar en el sitio denominado el Lechero, frente a la laguna Imbacocha, conocida actualmente como San Pablo, en Imbabura. Obviamente, trataré el profundo significado que tiene este lugar en la geografía sagrada de los antiguos pueblos.
En primer término, el Lechero es parte de una línea imaginaria que conecta el original asentamiento de Otavalo, que ha sido documentado por Chantal Caillavet, en su libro “Etnias del Norte, etnohistoria e historia del Ecuador”, ediciones Abya Yala, 2000, que lo sitúa en la vertiente norte del macizo de Mojanda, hasta la orilla sur del lago San Pablo, en las zonas hoy denominadas como San Roque y Villagranpugro.
Por eso, en el caso del antiguo Otavalo, este lugar único está asociado a las mayores huacas (lugares sagrados) como son la laguna de Imbacocha (actualmente lago San Pablo) y los montes Imbabura, considerada deidad masculina, como también el Cotacachi, una deidad femenina. En el Otavalo precolombino existían los tres componentes: los vivos, representados por los jefes étnicos; los difuntos, conocidos como malquis/huancas, y los antepasados míticos, como lagunas y volcanes.
Por este motivo, los antepasados eligieron estos parajes, donde el lago, deidad también femenina, está entrelazada con el monte, además de la colina de Rey Loma, donde hasta ahora acuden las mujeres en busca de los ritos de la fertilidad, al pie del árbol del Lechero. “Esta carga simbólica coincide exactamente con el paisaje geográfico.
Expresa el concepto andino del tiempo, contemplar el pasado delante de sí”, además de que la dualidad sexual, de montes machos y lagunas hembras, es considerada como el principio básico en que se asienta la cosmología andina. Esto se explica porque aún hoy existen los mitos que refieren al nacimiento del agua, donde el antiguo Lechero fue en verdad un joven convertido en árbol por el Taita Imbabura, mientras que una mujer simboliza a la laguna de Imbacocha o lago San Pablo.
Los acontecimientos, aunque sean aparentes propagandas políticas, están llenas de simbolismo. Un hombre, en una bicicleta, en el mítico Lechero nos dice muchas cosas de un país posible.







domingo, 13 de enero de 2013

Sennin, de Ryunosuke Akutagawa

Comparto uno de los mejores cuentos que he leído (Sennin=persona inmortal)

Sennin[Cuento. Texto completo]
Ryunosuke Akutagawa


Un hombre que quería emplearse como sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. No sé su verdadero nombre, lo conocían por el nombre de sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para cualquier trabajo.
Este hombre -que nosotros llamaremos Gonsuké- fue a una agencia de COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO, y dijo al empleado que estaba fumando su larga pipa de bambú:


Por favor, señor Empleado, yo desearía ser un sennin1. ¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?

El empleado, atónito, quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su cliente.
-¿No me oyó usted, señor Empleado? -dijo Gonsuké-. Yo deseo ser un sennin. ¿Quisiera usted buscar una familia que me tome de sirviente y me revele el secreto?
-Lamentamos desilusionarlo -musitó el empleado, volviendo a fumar su olvidada pipa-, pero ni una sola vez en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que buscar un empleo para aspirantes al grado de sennin. Si usted fuera a otra agencia, quizá...

Gonsuké se le acercó más, rozándolo con sus presuntuosas rodillas, de pantalón azul, y empezó a argüir de esta manera:
-Ya, ya, señor, eso no es muy correcto. ¿Acaso no dice el cartel COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO? Puesto que promete cualquier trabajo, usted debe conseguir cualquier trabajo que le pidamos. Usted está mintiendo intencionalmente, si no lo cumple.
Frente a un argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:
-Puedo asegurarle, señor Forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto -se apresuró a alegar el empleado-, pero si usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana. Trataremos de conseguir lo que nos pide.

Para desentenderse, el empleado hizo esa promesa y logró, momentáneamente por lo menos, que Gonsuké se fuera. No es necesario decir, sin embargo, que no tenía la posibilidad de conseguir una casa donde pudieran enseñar a un sirviente los secretos para ser un sennin. De modo que al deshacerse del visitante, el empleado acudió a la casa de un médico vecino.

Le contó la historia del extraño cliente y le preguntó ansiosamente:
-Doctor, ¿qué familia cree usted que podría hacer de este muchacho un sennin, con rapidez?

Aparentemente, la pregunta desconcertó al doctor. Quedó pensando un rato, con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplando vagamente un gran pino del jardín. Fue la mujer del doctor, una mujer muy astuta, conocida como la Vieja Zorra, quien contestó por él al oír la historia del empleado.
-Nada más simple. Envíelo aquí. En un par de años lo haremos sennin.
-¿Lo hará usted realmente, señora? ¡Sería maravilloso! No sé cómo agradecerle su amable oferta. Pero le confieso que me di cuenta desde el comienzo que algo relaciona a un doctor con un sennin.

El empleado, que felizmente ignoraba los designios de la mujer, agradeció una y otra vez, y se alejó con gran júbilo.
Nuestro doctor lo siguió con la vista; parecía muy contrariado; luego, volviéndose hacia la mujer, le regañó malhumorado:
-Tonta, ¿te has dado cuenta de la tontería que has hecho y dicho? ¿Qué harías si el tipo empezara a quejarse algún día de que no le hemos enseñado ni una pizca de tu bendita promesa después de tantos años?
La mujer, lejos de pedirle perdón, se volvió hacia él y graznó:
-Estúpido. Mejor no te metas. Un atolondrado tan estúpidamente tonto como tú, apenas podría arañar lo suficiente en este mundo de te comeré o me comerás, para mantener alma y cuerpo unidos.

Esta frase hizo callar a su marido.
A la mañana siguiente, como había sido acordado, el empleado llevó a su rústico cliente a la casa del doctor. Como había sido criado en el campo, Gonsuké se presentó aquel día ceremoniosamente vestido con haori y hakama, quizá en honor de tan importante ocasión. Gonsuké aparentemente no se diferenciaba en manera alguna del campesino corriente: fue una pequeña sorpresa para el doctor, que esperaba ver algo inusitado en la apariencia del aspirante a sennin. El doctor lo miró con curiosidad, como a un animal exótico traído de la lejana India, y luego dijo:
-Me dijeron que usted desea ser un sennin, y yo tengo mucha curiosidad por saber quién le ha metido esa idea en la cabeza.
-Bien señor, no es mucho lo que puedo decirle -replicó Gonsuké-. Realmente fue muy simple: cuando vine por primera vez a esta ciudad y miré el gran castillo, pensé de esta manera: que hasta nuestro gran gobernante Taiko, que vive allá, debe morir algún día; que usted puede vivir suntuosamente, pero aun así volverá al polvo como el resto de nosotros. En resumidas cuentas, que toda nuestra vida es un sueño pasajero... justamente lo que sentía en ese instante.
-Entonces -prontamente la Vieja Zorra se introdujo en la conversación-, ¿haría usted cualquier cosa con tal de ser un sennin?
-Sí, señora, con tal de serlo.
-Muy bien. Entonces usted vivirá aquí y trabajará para nosotros durante veinte años a partir de hoy y, al término del plazo, será el feliz poseedor del secreto.
-¿Es verdad, señora? Le quedaré muy agradecido.
-Pero -añadió ella-, de aquí a veinte años usted no recibirá de nosotros ni un centavo de sueldo. ¿De acuerdo?
-Sí, señora. Gracias, señora. Estoy de acuerdo en todo.

De esta manera empezaron a transcurrir los veinte años que pasó Gonsuké al servicio del doctor. Gonsuké acarreaba agua del pozo, cortaba la leña, preparaba las comidas y hacía todo el fregado y el barrido. Pero esto no era todo, tenía que seguir al doctor en sus visitas, cargando en sus espaldas el gran botiquín. Ni siquiera por todo este trabajo Gonsuké pidió un solo centavo. En verdad, en todo el Japón, no se hubiera encontrado mejor sirviente por menos sueldo.

Pasaron por fin los veinte años y Gonsuké, vestido otra vez ceremoniosamente con su almidonado haori como la primera vez que lo vieron, se presentó ante los dueños de casa.
Les expresó su agradecimiento por todas las bondades recibidas durante los pasados veinte años.
-Y ahora, señor -prosiguió Gonsuké-. ¿quisieran ustedes enseñarme hoy, como lo prometieron hace veinte años, cómo se llega a ser sennin y alcanzar juventud eterna e inmortalidad?
-Y ahora ¿qué hacemos? -suspiró el doctor al oír el pedido. Después de haberlo hecho trabajar durante veinte largos años por nada, ¿cómo podría en nombre de la humanidad decir ahora a su sirviente que nada sabía respecto al secreto de los sennin? El doctor se desentendió diciendo que no era él sino su mujer quien sabía los secretos.
-Usted tiene que pedirle a ella que se lo diga -concluyó el doctor y se alejó torpemente.

La mujer, sin embargo, suave e imperturbable, dijo:
-Muy bien, entonces se lo enseñaré yo, pero tenga en cuenta que usted debe hacer lo que yo le diga, por difícil que le parezca. De otra manera, nunca podría ser un sennin; y además, tendría que trabajar para nosotros otros veinte años, sin paga, de lo contrario, créame, el Dios Todopoderoso lo destruirá en el acto.
-Muy bien, señora, haré cualquier cosa por difícil que sea -contestó Gonsuké. Estaba muy contento y esperaba que ella hablara.
-Bueno -dijo ella-, entonces trepe a ese pino del jardín.

Desconociendo por completo los secretos, sus intenciones habían sido simplemente imponerle cualquier tarea imposible de cumplir para asegurarse sus servicios gratis por otros veinte años. Sin embargo, al oír la orden, Gonsuké empezó a trepar al árbol, sin vacilación.
-Más alto -le gritaba ella-, más alto, hasta la cima.
De pie en el borde de la baranda, ella erguía el cuello para ver mejor a su sirviente sobre el árbol; vio su haori flotando en lo alto, entre las ramas más altas de ese pino tan alto.
-Ahora suelte la mano derecha.
Gonsuké se aferró al pino lo más que pudo con la mano izquierda y cautelosamente dejó libre la derecha.
-Suelte también la mano izquierda.
-Ven, ven, mi buena mujer -dijo al fin su marido atisbando las alturas-. Tú sabes que si el campesino suelta la rama, caerá al suelo. Allá abajo hay una gran piedra y, tan seguro como yo soy doctor, será hombre muerto.
-En este momento no quiero ninguno de tus preciosos consejos. Déjame tranquila. ¡He! ¡Hombre! Suelte la mano izquierda. ¿Me oye?

En cuanto ella habló, Gonsuké levantó la vacilante mano izquierda. Con las dos manos fuera de la rama ¿cómo podría mantenerse sobre el árbol? Después, cuando el doctor y su mujer retomaron aliento, Gonsuké y su haori se divisaron desprendidos de la rama, y luego... y luego... Pero ¿qué es eso? ¡Gonsuké se detuvo! ¡se detuvo! en medio del aire, en vez de caer como un ladrillo, y allá arriba quedó, en plena luz del mediodía, suspendido como una marioneta.
-Les estoy agradecido a los dos, desde lo más profundo de mi corazón. Ustedes me han hecho un sennin -dijo Gonsuké desde lo alto.

Se le vio hacerles una respetuosa reverencia y luego comenzó a subir cada vez más alto, dando suaves pasos en el cielo azul, hasta transformarse en un puntito y desaparecer entre las nubes.
FIN


A bordo del Titanic


¿De qué le sirve a alguien tener dinero a bordo del Titanic? Esa puede ser la pregunta clave cuando se habla del capitalismo. El ensayista Noam Chomsky señala la profunda contradicción que encierra el concepto de democracia capitalista. Dice que es un concepto que abarca dos opuestos: la democracia reivindica la igualdad, pero el capitalismo genera desigualdad.
El ejemplo más gráfico hay que mirarlo precisamente de quienes defienden el capitalismo, como lo que suministra Samuel Huntington: “El problema para estabilizar la democracia es lograr que la demanda social sea lo más baja posible, es decir que la población participe lo menos posible de la vida democrática, así estas demandas no interfieren con la necesaria eficiencia empresarial”.
Los chamanes de la globalización -como Milton Friedman, Francis Fukuyama y Peter Drucker- recomiendan un traje de talle único para todos: mismo modelo, misma confección y misma tela. En general, estos economistas son o han sido altos empleados de las grandes corporaciones multinacionales (en nuestro país no fue casual que los ex ministros de Finanzas, de la llamada partidocracia, terminaran en el Banco Mundial).
Pero el propio capitalismo genera sus contradicciones. Multimillonarios impiadosos, como George Soros o James Goldsmith, ya están alertando sobre los peligros que esto trae. Soros asegura que “la globalización está generando una inestabilidad que podría destruir la revolución del mercado”. Y lo que es más sorprendente aún: “El capitalismo es la peor amenaza para Occidente. La magia del mercado abrió la puerta del vale todo”.
Eisuke Sakikabara, ex ministro de Finanzas de Japón,  recomendó a los países del sudeste asiático -incluidos China y Vietnam- no seguir el modelo norteamericano. En las naciones donde se aplica, alertó, aparecen inmediatamente tres rasgos característicos: mayor brecha en la distribución del ingreso, inmediata adoración del dinero y vulgarización de la cultura. Chomsky dice: “La cultura del presente es la mirada más pobre que ha existido sobre el hombre en toda la tradición occidental desde los griegos hasta hoy”.
El magnate inglés James Goldsmith es más gráfico al referirse a los optimistas apóstoles del mercado, a los cultores del aquí y ahora, a los creyentes del eterno presente: “Los que se proclaman vencedores, dice, son como ganadores de una partida de póker... a bordo del Titanic”. Esto a propósito que los camuflados banqueros, con sombrero de Montecristi, han salido por las calles del barrio. ¿Quién era el que también tenía la metáfora del Titanic, hasta que nos hundió?



sábado, 5 de enero de 2013

Defensa de Don Burro


Amarrado con una soga azul, corbata y sombrero de paja toquilla, Don Burro -como así lo llaman sus seguidores- es el hazmerreír porque pretendían inscribirlo como candidato. “Por lo menos sabemos que él solo va a rebuznar a la Asamblea y no solo va a alzar la mano para dar el voto”, explicó Daniel Molina, quien lo promociona en las redes sociales.
Pensé en qué diría sobre el asunto Fernando Vallejo, ese sí defensor de los animales y autor de “La puta de Babilonia”, quien cuando recibió el homenaje en Guadalajara nombró al burro, uno de los personajes clave en el pesebre de Belén. Ni hablar del asno de Sancho Panza.
Un poco más relajado, consulté el inicio de esa obra magistral de Juan Ramón Jiménez, escrita en 1917: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal”…
Recordé el poema de Walt Whitman: “Creo que podría vivir con los animales / son tan secretos y tan plácidos / me detengo y me demoro mirándolos… / Ni uno solo anda en esa locura de tener cosas/ Ni uno solo es más decente o más desdichado, en toda la faz de la Tierra”. En este punto, me dije que no valdría la pena escribir a la Sociedad Protectora de Animales porque -a fin de cuentas- quién se iba a preocupar por un burro arrastrado por las populosas calles.
Como acabo de publicar un libro titulado “Animalanzas” –adivinanzas en torno a los animales, donde se incluye a un borrico- creo tener cierto conocimiento de estos menesteres y por eso miro no el hecho político de mofa sino las cuitas que debe estar pasando el jumento. Eso me recuerda a ese extraordinario libro “El asno de oro”, de Apuleyo, escrito en el siglo II de nuestra era, donde detalla las aventuras del joven Lucio que tras su búsqueda de la magia es transformado en burro y, desde esos ojos, puede hacer una crítica en tono picaresco de la sociedad de su época.
Esa misma estructura, ese mismo detonante, pero esta vez en el personaje de Ximen Nao, un terrateniente que es llevado al inframundo donde lo condenan a reencarnarse en un burro, es utilizada por el reciente Nobel de Literatura Mo Yan en su novela “La vida y la muerte me están desgastando”, una hilarante historia que deberían leer los seguidores de Don Burro. Porque esta es la pregunta en cuestión: ¿con qué ojos mirará el borrico a quienes pretendían conducirlo a una curul? Don Burro tiene la palabra.

miércoles, 2 de enero de 2013

Ecuador: megapaís


El país, tras el conflicto con el Perú de 1941, quedó devastado. Poco sirvieron las promesas de recuperar el territorio ni las arengas y no pasaría una década hasta que se compuso esa suerte de entierro simbólico que es “Vasija de barro”, a ritmo de danzante: “Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados / en el vientre oscuro y fresco / de una vasija de barro”. Curiosamente, los versos fueron redactados en las contrasolapas del libro “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust, según cuenta Oswaldo Guayasamín -e indica el libro- en un video que reposa en el Archivo del Ministerio de Cultura.
Carrión pensó en la teoría de la patria pequeña que podía ser salvada por la cultura: “Si no podemos ser una potencia militar y económica, podemos ser, en cambio, una potencia cultural nutrida de nuestras más ricas tradiciones”. Pensó en pueblos con una geografía pequeña, pero que, a lo largo de la historia, habían demostrado que en la diferencia radica también una propuesta al mundo.
¿Qué imaginario, sobre bases reales, podemos pensar ahora de Ecuador, un país que representa el 0,17% de la superficie del planeta? Primero saber que somos un megapaís, sin esa retórica chauvinista. Ecuador posee el 11% de vertebrados de la Tierra, pero si se compara esto por unidad de superficie (tamaño del país), tenemos el mayor número, con casi 11 especies por cada 1.000 km². Con apenas una extensión de 256.370 km² ha sido calificado entre los 17 países más biodiversos del mundo.
Una hectárea promedio del Parque Nacional Yasuní contiene más especies de árboles (655) que todas las especies nativas del territorio continental que abarcan los Estados Unidos y Canadá juntos, sin contar que en esa misma hectárea viven 100.000 especies de insectos, esto es la diversidad estimada (plantas o animales) más alta del mundo.
Eso dice el prólogo del libro “Megapaís”, del Ministerio del Ambiente, que concluye que Ecuador alberga una mayor cantidad de animales y plantas por kilómetro cuadrado que el resto de países del mundo, convirtiéndolo en el país más megadiverso de nuestro planeta azul.
No es casual que el profesor Robert Armstrong, citado por el futurólogo Alvin Toffler en su libro “La revolución de la riqueza”, afirme que vamos hacia una economía basada en la biología, donde los “genes sustituirán al petróleo”. Y lo señala claramente en su importante informe: “En un mundo basado en la biología, nuestras relaciones con Ecuador (por citar un país representativo…) serían más importantes que con Arabia Saudí”. Hay que tomar nota de esta propuesta.