sábado, 14 de noviembre de 2020

Tambores africanos en USA, 2020/11/12

 


No tengo casa, no tengo zapatos / No tengo dinero, no tengo clase… / No tengo país, no tengo educación / No tengo amigos, no tengo nada… cantaba en los contestatarios años sesenta, del siglo pasado, una Nina Simone de mirada desafiante y combativa.

Se puede leer en la red: “El 15 de septiembre de 1963, miembros del Ku Klux Klan hicieron explotar  una bomba en la Iglesia Baptista de la Calle 16 de Birmingham, Alabama, asesinando a cuatro niñas, llamadas Addie Mae Collins, Cynthia Wesley, Carole Robertson y Carol Denise McNair. Nina Simone compuso en menos de una hora Mississipi Goddam, un rabioso tema antirracista, a la memoria de los activistas y las niñas de Birmingham”.

“Señor, ten misericordia de esta tierra mía / todos lo conseguiremos a su debido tiempo / no pertenezco aquí / yo no pertenezco allí”, se puede escuchar en esa música que recuerda a África que los antiguos esclavos crearon como un hermoso patrimonio del orbe, donde sobresale el jazz. Esto está presente ante la victoria de Joe Biden –quien igual se alió con los británicos en la guerra de las Malvinas y promovió la guerra contra Irak- contra Donald Trump, quien curiosamente no representaba al complejo militar-industrial, sino a la manera de hacer “negocios”, que más nos recuerda a un bravucón de barrio (alardeando su inodoro de oro) que al gentil Vito Corleone, quien no colocaba muros.

Acaso, más cambios que Biden –en término de derechos civiles y humanos- lo conseguirá la vicepresidenta Kamala Harris, hija de migrantes como Trump y Biden, pero de los clasificados como de segunda categoría desde la visión “blanca” decadente. Para que esto suceda, Rosa Parks, una afroamericana, se negó a dar el puesto a un “blanco” en 1952; Ruby Nell Bridges, escoltada, fue la primera niña afro en asistir a una escuela “blanca” en 1960; y millares de activistas han luchado y muerto para que Kamala pueda tener presente el discurso de Martin Luther King: “Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter…”

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/tambores-africanos-en-usa

 

sábado, 7 de noviembre de 2020

Jorge Núñez Sánchez, in memoriam, 2020/11/05


El fundador de la Academia Nacional de Historia, Federico González Suárez, allá por 1909 –época del denostado “indio” Alfaro, acusado también de masón-, no dudó en señalar al poder clerical, siendo él mismo un religioso (en la colonia los jesuitas tenían 4 grados geográficos de tierras en sus 132 haciendas). Tras Juan de Velasco, del siglo XVIII, a quien le correspondió idear un país donde incluyó dinastías, Gonzáles Suárez sintió la necesidad de ser consecuente con los cambios de su época.

¿Cuál debería ser el papel de un historiador? Esta pregunta queda flotando tras la partida de Jorge Núñez Sánchez, nacido en la provincia de Bolívar en 1947 y fallecido el 1 del 11 mes a las 11h11, como una señal secreta. Quizá su legado esté en lo que postuló Walter Benjamin: “El sujeto de la historia: los oprimidos, no la humanidad. El continuum es el de los opresores. Hacer saltar el presente fuera del continuum de tiempo histórico: tarea del historiador”.

Siguiendo el ejemplo del primer director, Núñez en su medio centenar de libros develó no el oropel de las estatuas sino, por ejemplo, los oligopolios de este país que aún no se percata de las causas de su atraso, donde el control económico inequitativo ha estado en poder de unas élites acomplejadas que siempre han mirado para afuera. Núñez además abrió las puertas de la centenaria institución para que entraran los representantes de los pueblos originarios y provincianos –ninguneados por el centralismo y regionalismo-, pero además procuró que otras visiones históricas tuvieran cabida, como la mitología, igual de valiosa según Lévi-Strauss. Fue un ser humano de pasiones y compromisos, amante de la música nuestra, librepensador y cosmopolita, sin olvidar a nuestra América, referente para este Ecuador que anda en tinieblas con un pie en la colonia… Hay que volver al texto Sobremesa de Julio Cortázar para evocar al amigo Jorge: ojalá aquel que ahora nos mira desde lejos nos siga interpelando en la Academia “mientras nace el alba en la profunda selva”, en este país de nubes que nos ha tocado vivir. (O)



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La tierra de Carapaz, 2020/10/29

 


Ahora, que miramos las hazañas de los ciclistas carchenses por el mundo –especialmente de Richard Carapaz-, deberíamos conocer algo más de su tierra. Por lo demás, no es posible entender esa aparente facilidad en las cuestas, en las competiciones, sin atisbar su geografía y sin saber su historia no se explica su tesón. Aquí, un acercamiento.

Contemplar los matices de los sembradíos en las colinas es una fiesta para los ojos. Como si se trataran de grandes lienzos que ascienden hasta las montañas, esta luminosidad de la naturaleza va desde un verde esmeralda de los pastizales hasta la intensidad del verde de los bosques, que se pierden en un estallido de nubes. Los páramos y los bosques constituyen el 92 por ciento de la superficie provincial de 3.605 km2 y una población de 152.939 habitantes, según el último censo, aunque el 50% de su población ha migrado.

En Carchi hasta el frío es intenso, con temperaturas de 10 a 12 grados centígrados, aunque tiene zonas, como las bajas en la Cuenca del Mira, a 1.400 m.s.n.m., o Tobar Donoso a 300. Esta geografía agreste, donde únicamente el 8 por ciento es planicie, acoge a un pueblo de una religiosidad que se desborda, porque está íntimamente vinculada con el agro, no exento de antiguos conflictos pero también de una férrea unión de sus habitantes. El aislamiento histórico, curiosamente, produjo un sentido de imaginario de lo “carchense”.

Está presente el imaginario de las mingas provinciales, que constituyen parte del Patrimonio como “pueblo minguero por excelencia”. Se lee en un periódico del 14 de agosto de 1947: “La mayoría, casi la totalidad de las vías carrosables que unen a los pueblos de la provincia del Carchi, deben su ejecución al sacrificio de sus propios hijos”.

Se refiere al intenso trabajo realizado por los carchenses para unir con una carretera las ciudades de Ibarra y Tulcán, en una empresa auspiciada por el Ministerio de Obras Públicas de la época y que contó, en jornadas de hasta 15.000 personas, con el fervor de la provincia. Por algo Carapaz no olvida sus orígenes en El Carmelo. (O)

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