El abuelo Juan José nació en 1897. A los 20 años,
junto a su hermano menor Eduardo, emprendió un viaje a mula hacia Guayaquil,
desde su pueblo de Bolívar en Carchi. Ya viejo, contaba que la ciudad olía a
cacao, en el sector del antiguo malecón. También, entre risas, hablaba sobre un
recuerdo que llevó hasta su pueblo para que sus paisanos le creyeran que miró
el río Guayas y los barcos mercantes. Era una caja de habanos. Sí, un puro,
porque en sus tierras no faltaban los tabacos artesanales. Así que pudo presumir
durante largo tiempo. Esa es la primera imagen que tengo de Guayaquil.
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Muchas ocasiones fui a Guayaquil, pero no fue hasta
que sentí su literatura que pude desentrañar esta ciudad, donde un día dejé
-junto a Segundo Rosero- unas flores en la tumba de Julio Jaramillo. Fue merced
a un encuentro con el poeta Ángel Emilio Hidalgo. Entonces, los dos, éramos
jóvenes y creíamos que eso de ser poetas era para toda la vida (es curioso, lo
seguimos creyendo). Parados en el entonces destartalado barrio Las Peñas, nos
propusimos que cada uno haría un poema a esta urbe. “¿En dónde habitas? /
espejo de lumbre, / río…”, fue un verso que hasta ahora recuerdo de Hidalgo (el
sí con nombre de poeta). El mío comenzaba así: “Sosegados. Casi a hurtadillas,
/ los líquenes / avanzan en los meandros del Guayas. / Río descoyuntado sobre
un sol de plomo, / y río viejo bajo las caracolas nómadas”.
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Con el tiempo, tras un proyecto de mitologías de
Guayaquil, auspiciado por el Cabildo porteño, realicé una antología de sus
poetas. Solange Rodríguez dice: “Ciudad desdibujada, cara y cruz de suerte /
Cuerda y delirante, según sea descrita…”. Fernando Cazón Vera clama: “Cuando
llegué a la redonda floración del naranjo / y un río de anchas voces me devolvió
el trimestre, / recogieron mi amor tus manos de madera / y hallé en tu nueva
altura de líneas levantadas / el recuerdo apacible de una infancia de caña”. El
irreverente Fernando Nieto Cadena escribe: “Deambulando nomás sobre este puerto
/ esta ciudad donde mi amigo, mi bróder, mi compañero / quiso vender tarjetas
en la iglesia y le dijeron que no…”.
Augusto Rodríguez, quien realizó parte de la selección
poética, canta: “Hablo de aquella edad que nos otorga / la sensación de verse
en un mundo inmediato, / la ciudad que nos llama / en los mismos lugares, / en
las mismas penumbras…”. En Guía turística para Guayaquil, Miguel Antonio Chávez
exclama: “Guayaquil es una galleta con olor a mangle que vive entre las fauces
de su golfo homónimo”. Y la voz viva de Carolina Patiño: “Mi estero y sus
sirenas me saludan / y se entrelazan entre los manglares, / me guiñan el ojo en
un coqueteo sutil”.
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Y, claro, también la
voz de Rafael Díaz Icaza: “Cuando te conocí / corrías persiguiendo al
carricoche / de Chile para el sur / con trenzas y con faldas. Doncellita / no
te vi más así / pero tú eras la misma, Guayaquil, chiquilla vieja”. Eduardo
Morán: “Guayaquil frenética corre, vuela, estalla. / ¿Habrá quien le ponga un
hasta aquí?”. Esto quería decirte ciudad bruja y te dejo un micropoema:
“Guayaquil: / por el manso río / viaja sin rumbo / el último pirata”.
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