sábado, 24 de junio de 2017

Todos somos cocodrilos de altura

En 1868 Francis Galton publicó El genio hereditario. Su primo, Charles Darwin, creía en la evolución de las especies y era retratado como mono. Eran tiempos duros. Galton, según señala Eduardo Galeano, “fue el padre de la eugenesia, método científico para impedir la propagación de los ineptos”. Dijo: “Un cocodrilo jamás podrá llegar a ser una gacela, ni un negro podrá llegar a ser miembro de la clase media”.

Era el siglo XIX. En el siglo XXI el racismo sobrevive. El presentador peruano Phillip Butters exclamó: “Los ecuatorianos son cocodrilos de altura. Tienen bíceps en las pestañas…” y añadió: “Ustedes le hacen una prueba de ADN a Felipe Caicedo y no es humano, es un mono, un gorila… son unos negros apretados que si te muerden te da ébola”. En cierto argot futbolero los caimanes serían los jugadores de piel de ébano. La excongresista afroperuana Martha Moyano le increpó: “Tú eres afrodescendiente y no lo puedes negar”.

Butters, según dice, tenía una nana ‘negra’ llamada Mercedes Noriega Islas, allá en Trujillo, donde le decían ‘zambo’.

¿Quién es este personaje repudiado en los dos países y que podría enfrentar una condena severa? De niño, sus travesuras fueron muchas “desde meter un mono a la refrigeradora, hasta quemar un pollito…”, según un reportaje de la revista Caretas. Ahora, tiene una “estampita de la Virgen María” en su mesa de noche, miró de lejos a Ted Turner, el multimillonario a quien admira, cree que es una ‘huachafería’ pensar que Chile es un país hermano, le tientan por la alcaldía de Lima y, a veces, solo a veces, tiene una pesadilla recurrente: “Sueño muchas veces que me agarran a balazos en el piso, pero no logro ver quién me dispara”.

Es aliado del recalcitrante arzobispo de Lima Juan Luis Cipriani, quien polemizó sobre la ‘ideología de género’, aunque fue Butters quien presentó la propuesta de ‘desmariconizar la TV peruana’, ante las críticas de los grupos LGBT. Como muchos, nunca estudió periodismo, donde se enseña ética y deontología. Habla tanto de fútbol que apostó contra su propio país frente a Uruguay. Perdió el desafío y fue rapado.

Hernán Migoya en Perú 21 lo desenmascara: “Hace tiempo que Phillip Butters decidió que él se erigiría en vocero de una de las figuras más detestables que existen en el espectro poblacional de todas las sociedades y países: la del ignorante orgulloso de serlo y que tiene a gala ostentar su fanatismo, ya sea en forma de aversión a los países vecinos, belicosidad injustificada contra opiniones discrepantes, intolerancia al que es -solo en apariencia- distinto, etc. La xenofobia y el machismo del siglo XIX son sus señas de identidad más visibles y suponen un retroceso transcendental en todos los avances sociales y de convivencia para un país moderno”.

No habrá tregua ante la agresión a los más excluidos; a lo largo de los siglos, quien no tiene de inga, tiene de mandinga. Como siempre, es el agraviado quien nos da la lección. “Tengo claro que este señor no representa a Perú, solo representa la falta de valores, complejo y odio de alguien que sufre por los demás”. Así es, ‘Felipao’, usted es un caballero de fina estampa. (O)



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Fiestas del Ecuador profundo

Las festividades del solsticio -que se llaman sanjuanes, jatunpunchas y últimamente intiraymis- muestran a un país agrario en todo su esplendor. Ese Ecuador profundo, lamentablemente, aún no es conocido por quienes viven en las ciudades y, hay que decirlo, todavía existe un racismo soslayado al tratarse del mundo andino.

Por lo demás, no son fiestas exclusivas de una etnia, en este caso los indígenas, porque también participan los llamados mestizos (una muestra son las celebraciones en Cayambe y Tabacundo). Como toda celebración, existen elementos importantes, como la entrada de rama, los priostes, la chicha, la música y las coplas o la abundante gastronomía. Hay variaciones a lo largo de la serranía ecuatoriana.

Como parte de la cultura popular tiene muchas interpretaciones, Luis Enrique Cachiguango, en Aya-Uma: un símbolo de la cultura indígena, señala: “La tarde del 28 de junio (vísperas de San Pedro), aproximadamente desde las 16:00, en todas las casas quemamos y hacemos humo para que el San Juan Aya (la fuerza espiritual de la fiesta de San Juan) retorne a la normalidad y vuelva el equilibrio sobre la tierra. Con el fuego y el humo purificamos la casa. Tenemos que alejar a todas las cosas malas que nos hayan ocurrido en el año y disponernos para otro año más de crianza de la chacra”.

Carlos Coba Andrade, en Persistencias etnoculturales en la fiesta de San Juan en Otavalo, IOA, también concuerda: “El fuego es un elemento purificador y germinador de la tierra, bajo la acción incubadora del calor aparecen los primeros organismos en una larga cadena de fuerza germinativa, desde los especímenes primarios hasta el mismo hombre. En las persistencias etnoculturales encontramos al fuego como un ingrediente vivificador y purificador, por eso se quema la zarapanga (hoja seca de maíz), se prende la sarta, las camaretas, los ‘papatruenos’, los petardos y voladores (fuego de artificio); además, el calor del sol abriga la tierra y se crea el principio germinativo de vida continua”.

Pero no solamente el fuego está presente, otro elemento fundamental es el agua. Porque se trata, en definitiva, de una renovación del ciclo agrario para que la tierra vuelva a nacer.

En el caso de la Sierra norte, el culto al maíz está presente desde los tiempos preincásicos, como señala Coba Andrade: “Este, el maíz, es otro elemento persistente en la festividad de San Juan, conjuntamente con la chicha, los cuales tienen connotaciones rituales y de sacralización. Estas creencias tienen su origen en las culturas preincaicas de la Sierra norte”. Waldemar Espinosa Soriano, en Los Cayambes y Carangues: Siglos XV-XVI. El Testimonio de la Etnohistoria, indica que existían “unas figurinas conocidas como conopas o amuletos en piedra, a las que se les atribuía poderes mágicos para la proliferación del maíz. Carangue, tierra fructífera en sembríos de maíz, sus cosechas eran abundantes”. Hernán Jaramillo Cisneros señala: “Es la festividad más… tiempo en el que finaliza el año agrícola con la cosecha del maíz”. (O)


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Fiestas al ‘Taita’ Imbabura

Nuestros antepasados empezaron a leer la inmensa cartografía de las estrellas antes de escribir en la arena. Desde todos los confines, subidos en montes y atalayas, los antiguos astrónomos -que también eran magos- descubrieron la ruta de las constelaciones y calcularon, con sorprendente exactitud, el calendario de los solsticios y equinoccios.

Estas destrezas se tradujeron a la hora de la siembra y la cosecha, cuando -después de ser nómadas- pasaron a aprovechar la agricultura. Una época importante fue el solsticio de junio -a Imbabura, por estar en el hemisferio norte, le corresponde el solsticio de verano-, donde el agradecimiento a la Madre Tierra por los dones recibidos aún pervive en una fiesta que, aunque tiene muchos nombres, posee un símbolo: la fecundidad. Además del agradecimiento al dios dador de vida, por el agua, el ‘Taita’ Imbabura y la ‘Mama’ Cotacachi.

Esta celebración solar no es exclusiva de los incas, como parecen creer quienes alientan esas reminiscencias olvidando que los caranquis -señorío étnico que construyó más de 5.000 tolas desde el Valle del Chota a Guayllabamba- poblaron estas tierras y florecieron desde el 1250 al 1550 de N.E., antes de las sucesivas invasiones de los cuzqueños y españoles, en el siglo XVI. De allí que el término Inti Raymi -por lo demás declarado patrimonio en Perú- acaso no sea el mejor nombre para estas festividades que, para Imbabura, implican las deidades del tutelar monte Imbabura, dador de agua, así como cascadas, vertientes, ríos y árboles.

Carlos Coba Andrade, en Persistencias etnoculturales en la fiesta de San Juan en Otavalo, en Sarance, 20, del Instituto Otavaleño de Antropología, señala: “La fiesta del Solsticio de junio tiene orígenes antiquísimos, antes de la breve presencia incásica y la posterior colonización española. El culto al Sol no fue exclusivo de los cuzqueños, como se demuestra en la cultura de la Tolita y sus máscaras solares. El otro elemento es que el agua se configura en sagrado, como las vertientes conocidas como pugyu cuna, a las que se ofrenda con frutas y claveles rojos; las cascadas o pacchas son poseedoras de poderes sobrenaturales, a las que acuden los líderes conocidos como aya uma cunas”.

Obviamente, una fiesta no es estática y con la llegada de los nuevos dioses católicos, estos se incorporaron incluso con sus propios santos. Los así llamados sanjuanes han enriquecido con sus particularidades, presentes en las niñas que cantan loas subidas a caballos con cintas de colores y estrellas de oropel. La fiesta del Solsticio, además, es un ritual donde se evidencia la transformación de estas sociedades microrregionales no exentas de principios de reciprocidad y redistribución, donde los priostes se confunden con los aya humas.


Sin embargo, en lo profundo del Jatun Puncha, como también se llama, sobrevive uno de los elementos que modificaron la historia de la humanidad: el fuego. No es descabellado dar un nombre: Nina Raymi, Fiesta del Fuego. No hay que olvidar que desde todos los orbes se encendían fogatas ante el temor de que el Sol se alejara de la Tierra. (O)

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sábado, 3 de junio de 2017

La venganza de Remedios, la bella

El inicio de los cuentos de influencia medieval nos llevan a un no lugar: “Érase una vez, cuando los animales hablaban”. Desde el primer párrafo, casi podemos advertir la tensión. Allí está el Quijote: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.

Según la revista francesa Lire el mejor inicio de novela del siglo XX fue Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, que en estos días cumple su primera edición de 8.000 ejemplares, allá en Buenos Aires, y ahora supera los 50 millones de libros vendidos y más de cien ediciones sobre la mítica familia de los Buendía en un Macondo que podría ser nuestra América.

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. La escritora Cristina Rivera Garza, en estos días, parece haber encontrado una similitud de este primer párrafo con un fragmento de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, que influyó en el escritor de Aracataca.

“El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de la cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo” (Fragmento 39).

Otro inicio memorable es el de La metamorfosis, de Franz Kafka, a quien el escritor colombiano lo leyó siendo joven en las soledades y el frío de Bogotá: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto…”. Además, de William Faulkner, quien también tuvo un abuelo coronel en la Guerra de Secesión, en Estados Unidos.

En la edición de la Real Academia Española (RAE) hay notables ensayos para entender este libro abierto. Señala Claudio Guillén: “Es evidente que Cien años es una invención sincrética que supone la existencia de buen número de géneros literarios previos –la poesía épica, Las mil y una noches, el libro de caballerías, la crónica de explorador o descubridor, el cuento oral o popular, el cuento culto novella, el costumbrismo del siglo XIX, la novela de los siglos XIX y XX, incluida la novela de aventuras, la poesía simbolista o postsimbolista, como así mismo de antiguos mitos bíblicos y grecolatinos”.

Obviamente, cada lector tendrá su propia interpretación de esa magia que es Macondo, aunque poco se ha insistido en que muchas de las novelas, incluida El amor en los tiempos del cólera, tienen como detonante lo que el pequeño Gabo vivió con su abuelo, además del sistema matriarcal de la casa, con personajes como aquella Úrsula que encuentra el sendero para salir de la ciénega.

De los capítulos hay uno memorable, cuando los habitantes de Macondo tienen que colocar letreros a las cosas porque han olvidado cómo nombrarlas. En fin, el asunto de la memoria transcurre por este libro donde Melquiades, como si fuera un cuento borgiano, trama su historia en un pergamino. Y, claro, allí está Remedios, la bella, matando de amor con sus desaires. (O)



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El tren de la esperanza

Hace una década, llegar de San Vicente a Bahía de Caráquez en gabarra podría tardar más de una hora, por la espera. Pasadas las siete de la noche, unas tres horas y media, por Vuelta Larga y, claro, los más arriesgados en frágiles lanchas. Ese era el país y parecía normal. Muy cerca, en la isla Corazón, decían que habitaba el duende con las patas al revés para despistar a sus perseguidores.

Desde San Vicente, las luces de Bahía estaban tan cercanas y a la vez inalcanzables. Más de medio siglo pasaron los políticos aventando sus promesas de un puente. Todo era desconfianza. Un asambleísta llegó a decir: “Primero veo volar a un burro antes de que el sueño se haga realidad”.

Ahora, sobre el río Chone, se levanta el puente Los Caras, de 1.980 metros de longitud, ejecutado por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército a un costo de $ 102 millones. Cruzarlo no demora más de 5 minutos.

En el siglo XIX, ir desde Guayaquil a Quito a lomo de mula era una aventura de 15 días, cuando no llovía. En 1908, el tren de Eloy Alfaro, a quienes los políticos conservadores tanto denostaron, permitió cubrir esa distancia en un día y medio. La ‘obra redentora’, no solo porque acercaba a las regiones, constituyó un orgullo de la época. Claro que existió oposición, no solamente de la vía férrea sino por los cambios profundos en las relaciones de poder entre los agroexportadores, terratenientes e incluida la Iglesia, voz parlante desde sus púlpitos. Alfaro terminó junto a sus coidearios en la ‘Hoguera Bárbara’.

Como señala Kim Clark, la transformación más profunda se dio en la esfera del espacio-tiempo. Es decir que, al acortar las distancias, el país ya no fue el mismo, incluida su identidad. Por eso Alfaro quería un tren hasta la Amazonía para unir a los ecuatorianos, desde su visión geopolítica.

Y eso ha pasado ahora en Ecuador. En vialidad mundial se pasó del puesto 82 al 25, y a nivel regional al primer lugar, superando a Chile y Panamá. Aunque aún no se ha estudiado este fenómeno, es posible dar unas pistas. Además de la obvia cercanía y ahorro del tiempo, está algo inasible: el país comenzó a reconocerse, a saber quién era, de dónde venía: claves de la identidad.

Las carreteras son solo un ejemplo, pero también están -siguiendo la comparación con la época alfarista con 43 jóvenes que fueron a estudiar en el extranjero- los 20.000 jóvenes becarios, muchos en las mejores universidades del mundo. Es posible referir a las cifras económicas, pero los cambios culturales son más profundos. Es como si los textos sobre la identidad ecuatoriana necesitaran una urgente revisión. De allí la importancia de que esos nuevos relatos tengan una visión contemporánea, porque simplemente el país ya no es el mismo. El espejo del pesimismo se ha roto.


Es un país en transformación -como un choque de trenes- siempre se encontrará oposición, pensamiento obsoleto, añoranza del pasado y, obvio, falta de autocrítica. Decía el maestro Arturo Andrés Roig: “Nosotros, los latinoamericanos, no podemos darnos el lujo de la desesperanza”. El tren, otra vez, se pone en marcha y hay sitio para todos. (O)

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San Pedro y su bronca con Quito, 2017/05/27/


A finales del XX apareció un grafiti: ‘Los ríos crecen, no porque aumenten las lluvias sino porque el país se hunde’. Este lunes, Quito vivió sus peores aguaceros en 42 años: 65 mm de precipitación. El alcalde Mauricio Rodas señaló: “La estructura urbana de la capital difícilmente puede soportar semejante diluvio”.

Existieron 38 eventos de inundaciones. Uno saltó a la luz: la  flamante Plataforma Financiera que con 3 mm de agua en el subsuelo 1 ya operó al siguiente día. Posibles causas: cambio en el diseño de uno de los colectores que colapsaron. Pero las redes sociales ya crearon un culpable: el Gobierno Nacional, aunque casi nadie dijo que estamos en pleno fenómeno El Niño costero, que afecta con fuerza a Perú y Ecuador, incluida la serranía.

Llegaron los memes y comentarios. Desde montajes de fotografías de una supuesta piscina, un delfín saltando, caricaturas quejándose del ‘tremendo despilfarro’ (aunque allí funcionan las principales instituciones del ramo también para futuros gobiernos), hasta ironías que más parecen una réplica del país indolente que miraban los viajeros del XIX, cuando encontraban los tambos llenos de piojos. Un tuitero escribió: “Esta revolución ha hecho lo imposible. Ha hecho una obra que se inunda a 2.800 metros sobre el nivel del mar”. ¿Teoría del caos?

El libro Los mestizos ecuatorianos, de Manuel Espinosa Apolo, dice que tras el represamiento de la ira aparece un estallido y un desfogue (tal vez porque algunos aún consideran que siguen en campaña electoral). “Por lo general, el desfogue colectivo adquiere una forma de transgresión permanente y cotidiana a las normas y símbolos que regulan el convivir social, manifestándose preferentemente en la destrucción y denigración de los bienes considerados públicos y frágiles”. Entonces, ya no es un bien público de todos sino, por poco, un edificio construido por los ‘gobiernistas’. ¿De quién sería la culpa si se cae una pared en el Palacio de Carondelet? ¿Por qué Quito no sufre como Lima las tragedias por lluvias? se pregunta el diario peruano El Comercio y explica: pese a que Quito ha registrado 118 emergencias por inundaciones y 121 deslizamientos “cuenta con un sistema de alcantarillado y planificación para evitar que el agua sobrepase los límites de la urbe”.

“Sin embargo, la capital del vecino país tiene cubierto el 93% de su territorio en alcantarillado, unos 6.000 km de redes y colectores (donde vierten sus aguas diversas ramificaciones del sistema subterráneo). En Perú, el citado fenómeno ya ha causado 62 muertos, 7.974 casas colapsadas y más de 62.000 damnificados”, refiere el matutino.


 No sé si en Perú se hacen memes de su tragedia o si acá algunos estarán algo satisfechos de nuestra prevención, porque la indolencia ha saltado la línea roja. Es como si en el fondo más íntimo existieran personas que se relamieran el alma a la espera de algún desastre. Obvio, sabemos que San Pedro no nos tiene bronca. Rubén Blades lo canta: “Quien apaga un cigarrillo en un charco de sangre, / por su indiferencia se condenará”. (O)

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