“Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”, inicia
su soneto el poeta mexicano Enrique González Martínez ante una poesía que,
aunque era el modernismo iniciado por Rubén Darío, precisaba de nuevos aires.
Así como la pintura, donde una corriente interpela a la anterior y después,
caso curioso, regresa a los clásicos, la literatura no es una pieza de museo.
El siglo XX le debe mucho a Chile: Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente
Huidobro, Gonzalo Rojas y una vuelta de tuerca más a la palabra: Nicanor Parra,
quien acaba de morir a los 103 años en su ley: la antipoesía, palabra
subversiva. Por eso hay las voces que claman en el desierto. Son los proscritos
y profetas, a quienes muchos piden sus cabezas.
En Versos de Salón escribió: “Durante medio siglo la
poesía fue el paraíso del tonto solemne. Hasta que me instalé con mi montaña
rusa. Suban si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por
boca y narices”.
En el prólogo de la antología Poemas para combatir la
calvicie, Julio Ortega da con la clave: “Si César Vallejo para armar su dicción
transformó normas de habla codificada que provenía de la liturgia, la antítesis
quevediana, el arrebato del himno, y que incluía fórmulas regionales y
familiares, Parra ha tenido en cuenta la canción octosilábica, la tradición
métrica -especialmente el endecasílabo-, la dicción isabelina y el dialoguismo
civil de la moderna poesía inglesa; por otra parte, el esquema y el diagrama
propio de los lenguajes de la ciencia y la lógica”. En Manifiesto, cuando dice
que los dioses bajaron del Olimpo, se lee: “Nosotros repudiamos / la poesía de
gafas obscuras / la poesía de capa y espada / la poesía de sombrero alón. / Propiciamos
en cambio / la poesía a ojos desnudo…”.
Leila Guerriero, en una crónica de El País, cuando lo
entrevistó en su casa donde soportaba la indiferencia, escribió: “Es un hombre,
pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a
un terremoto”. Cuenta que cuando tenía 55 años asistió a un encuentro de
escritores en Washington y que, a mala hora, inesperadamente la mujer de Nixon
les invitó a tomar el té. Ahí nomás llegaron las denostaciones, mientras ardía
Vietnam. Así somos, no solo matamos a nuestros héroes sino también olvidamos a
nuestros poetas, hasta que se cumplen 100 años de nacidos. “La derecha y la
izquierda unidas jamás serán vencidas”, dejó como sentencia el antipoeta ‘Don
Nica.
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