En lo profundo de cada pueblo subyace su mitología. Sus
orígenes configuran un destino. Quién soy yo, de dónde vengo, se preguntaban
los griegos hace más de dos milenios. Buscaban esas huellas de su pasado para
proyectarse al futuro. Lo que encontraban era un poderoso reflejo de sus
ancestros.
“Haya luz”, y hubo luz, se lee en el
<em>Génesis</em>, el libro fundamental de la cultura occidental,
pero también hay otras visiones del mismo momento, como los makiritare, que
sueñan que los dioses los están soñando. Al igual que todos los pueblos -desde
los nórdicos que nombraron a Thor que después fue el trueno o Saturno que
devoraba a sus hijos- nuestro país tiene muchos mitos cosmogónicos, cuando todo
era caos.
Friedrich Nietzsche, en su obra El origen de la tragedia, rescatará toda la fuerza del mito, como
la única posibilidad de la existencia humana capaz de hacer superable el
nihilismo y la muerte de Dios. Malinowski refiere que los mitos permiten
expresar y realzar las creencias, y salvaguardar los preceptos de orden moral;
gracias a ello la tradición adquiere mayor valor y prestigio, hasta lograr su
fortaleza. “Permiten una evasión del tiempo real o la temporalidad existencial
del ser humano con una realidad cruda y terrible: la muerte”, escribió el autor
de Los argonautas del Pacífico Occidental.
La Amazonía ecuatoriana aún tiene esa memoria. Está
Jempe, el colibrí que entrega el fuego a los shuar o la historia de Kujánchan,
con sus alas. Aquí, una de sus mitologías del noroccidente, de un tiempo donde
moran los astros:
“Más arriba de las copas de los árboles vive Chiga. No es
hecho de nada. A veces, cambia a la gente en animales. Con el tiempo, el dios
de los cofanes ha mirado desde lejos los asuntos de sus hijos. Sin embargo, a
veces, parece que traspasa la luminosidad del follaje y llega hasta donde
caminan las hormigas.
Un día, Chiga trajo una pelota de tierra. En el primer
instante, de la pelota brotaron hojas de platanillo y palos. Después los
arbustos se mecían. En ese tiempo, de la pelota de tierra salieron millares de
pájaros que se remontaron más allá de las nubes.
Desde el vientre redondo volaron palomas de cuerpos
tersos y ojos vivaces. De la pelota de tierra nacieron todas las cosas para que
los cofanes pudieran vivir: plumas ceremoniales o la bebida, la danta o el
paujil, que tiene la cresta como un pavo. A medida que salían los elementos la
pelota de tierra se hizo más grande…”.
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