La
biblioteca es un laberinto. En el inmenso espacio cuelgan los nombres
antiguos: Sócrates, Platón, Cervantes o Shakespeare. Dicen que existían
900 mil títulos y que el bibliotecario estaba fatalmente ciego: “Nadie
rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios,
que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche”.
Los
libros no están, pero está su presencia. Antes, otros bibliotecarios
quedaron ciegos, Groussac fue el penúltimo. Miro absorto, como si
estuviera en las entrañas de un dragón o de un leviatán hermoso. Recorro
en silencio
esta entidad y llega una catarsis, lejos del ruido del neón de Buenos
Aires, en la calle México.
Borges
entendía que el Paraíso debía tener la forma de una biblioteca y en un
texto que se refiere a Babel salva la biblioteca y mata al hombre
(Umberto Eco -siguiendo esa trama- salva al hombre e incendia a la
biblioteca en El nombre de la rosa, donde curiosamente Jorge de Burgos tiene algo de Borges).
El
maestro ciego es un nuevo Homero, con una intrincada literatura que
está construida de artificios y de seis metáforas que rigen al mundo
desde lo antiguo, pero que el
poeta habla desde nuestro tiempo. En su obra hay cuentos, ensayos y
poemas memorables. “He cometido el peor pecado que un hombre puede
cometer... no he sido feliz”, “El nombre de una mujer me delata, me
duele una mujer en todo el cuerpo”; “Que yo recuerde, mis trabajos
empezaron en un jardín de Tebas Hecatómpylos, cuando Diocleciano era
emperador”, como se lee en El inmortal.
Sin duda un cuento memorable es Tlön, Uqbar, Orbis Tertius:
“Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que
nuestra vida es apenas el recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda
falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia
del universo -y en ella nuestras vidas y el
más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un
dios subalterno para entenderse con el demonio”.
Pero
la biblioteca que trae los pasos, como la lluvia, es una certeza. Me
acerco cauteloso tocando insistentemente los anaqueles vacíos, como
cuencas de ojos visionarios. Hay lágrimas. Maestro, estoy aquí, la
palabra Borges no es un artificio, pronuncio y esto lo entenderán mejor
quienes han seguido sus inagotables páginas. En Fragmentos de un evangelio apócrifo Borges
dice: “No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su
esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz”. En un tanka escribe:
“Alto en la cumbre / todo el jardín es luna, / luna de oro. / Más
precioso es el roce / de tu boca
en la sombra”.
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