Corre el año 2356. Quito es una ciudad destruida, no por
las predicciones de santa Marianita de Jesús. Apenas se divisan las cúpulas y
las gárgolas. Hay ceniza en el aire. En esa ciudad del futuro, unos amantes de
la música hurgan viejos papeles. Llevan instrumentos metálicos. En un pueblo
cercano hallan partituras y la primera frase: “Yo quiero que a mí me entierren
/ como a mis antepasados…”. Como un milagro, surge ‘Vasija de barro’, escrita por cuatro poetas
en la contrasolapa del libro <em>En busca del tiempo perdido</em>,
de Marcel Proust.
Esos jóvenes, por primera ocasión escuchan ese fox
incaico que habla de un mundo ahora recuperado. Corre el año 2018. Ibarra,
tierra de los norandinos. El retablo de la Catedral es de pan de oro y tiene al
arcángel Miguel. Hay un cuadro simbolista de Mideros. Al fondo, el órgano
tubular. Al frente el coro Cantus Firmus, dirigido por el maestro Gustavo
Lovato y en los teclados, el maestro Miguel Juárez, quien por 12 años ha puesto
en el lenguaje de nuestro tiempo el esplendor de la música barroca, encontrada
en los denominados Manuscritos de Ibarra,
que contiene villancicos, romances y chanzonetas, del Archivo de la Diócesis de
Ibarra de los siglos XVII y XVIII: “Atención a la fragua amorosa / a donde sus
yerros el hombre redime…”.
La comparación con el primer párrafo es evidente porque
representa un hito histórico contra la desmemoria como país. Debieron pasar
varios siglos para que esta música sonara otra vez. Es herencia del alto
barroco europeo con las mixturas de nuestra América. Tuvo sus orígenes en la
escuela de San Andrés, con los frailes de Flandes, quienes también trajeron el
trigo.
Los folios pertenecieron a las monjas del monasterio de
la Limpia Concepción, en una Ibarra destruida por el terremoto de 1868.
En 1991 el historiador Jorge Isaac Cazarlo los ubicó.
Algunos prominentes músicos e investigadores se interesaron, pero fueron Mario
Godoy, en 1994, junto a Pablo Guerrero, según se lee en la página 23, quienes
solicitaron una transcripción a notación musical moderna a Robert Stevenson y,
posteriormente, al músico sueco Peter Pontvik. Además, Godoy en 2006 recurrió a
Miguel Juárez, quien culminó este proceso.
Ahora, en edición de lujo, se presentan los dos tomos,
junto a tres discos compactos, el trabajo minucioso de Lovato y Juárez, con el
auspicio de la Casa de la Música, además de generosos mecenas que nos devuelven
nuestra historia.
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