Bajo la sombra de los volcanes, caminando por las arenas
innúmeras; desde la selva –donde siempre hay alguien que mira desde la
espesura-, frente a una cascada; divisando las iguanas de las islas, atrapando
el primer olor del páramo en la Serranía… acabamos de vivir días de recorrer el
país. Los más afortunados se han acercado a la naturaleza. Esto recuerda lo que
dijo el poeta francés Henri Michaux: “El que no ame las nubes que no vaya a
Ecuador”.
En Quito hay recorridos turísticos de mitos, donde los
diablos y Cantuña se pasean por los aleros. Allí, en la calle de las Siete
Cruces, que ahora acertadamente es peatonal, se divisa al gallito de la
Catedral, otra de las mitologías de una urbe que tenía a un fraile que se
escapaba por los hombros del Cristo. Ecuador está lleno de mitos: Jempe, el
colibrí, que entrega el fuego a los shuar, las brujas norandinas, fray Simplón
y las palomas de Guayaquil, los duendes, la escurridiza Tunda de Esmeraldas,
los cañaris que conocieron a las guacamayas durante la época del diluvio, los
amores de los montes y las deidades del agua…
Más, la mitología es aún una tarea pendiente, porque se
ha privilegiado la historia de las batallas. Como si Occidente únicamente
tuviera La Ilíada (perfidias y muertes) sin percatarse también de La Odisea
(sirenas y cíclopes), las dos obras del divino Homero.
Por suerte, en el siglo XX llegó la etnología. Para
Claude Lévy-Strauss los mitos son una expresión de una lógica impecable, propia
de una forma de pensar distinta al racionalismo moderno, presente en culturas
que tienen una lógica distinta a la lógica formal.
Estas nuevas interpretaciones, de no mirar a la historia
como una situación lineal, está presente en la obra de Mircea Eliade con el
concepto illo tempore, es decir, “un tiempo pasado siempre presente”. En el
libro “El mito del eterno retorno”, Eliade asume que “la mayoría de los mitos
constituyen una historia ejemplar para la sociedad humana”.
Eliade afirma que el mito es, pues, un elemento esencial
de la civilización; lejos de ser una vana fábula, es, por el contrario, una
realidad viviente a la que no se deja de recurrir… Mishel Meslin nos recuerda
que merced al mito los humanos pueden hablar con los dioses y se lamenta que
Homero no realizara una recopilación exhaustiva de los mitos porque –él
también- pensó que su “público” era el patriarcal y guerrero. Siempre hace
falta magia en el mundo.
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