Patillas
largas, pantalón pulcro y chaqueta que otro tiempo debió ser brillante, el
joven acaba de llegar del monte Sacro de Roma donde ha hecho una promesa sobre
el futuro de estas tierras indómitas, llenas de mosquitos. Lo acompaña un tipo
algo viejo, de mirada astuta. Dice llamarse Simón Rodríguez y está algo
chiflado por la educación.
Diga
su nombre, le espeta el hombre del uniforme gris, mientras le pide el pasaporte
con los escudos nebulosos: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios
Ponte y Blanco, exclama el mozuelo sin dejo de aristocracia porque, un poco más
allá, lo mira su otro preceptor que también hace fila, Andrés Bello, quien le
enseñó bajo los chaparros de las sabanas la profundidad de la condición humana.
Un
poco alejado, se encuentra su amigo Antonio José de Sucre, lleva también
patillas largas y sus cabellos son ensortijados. Van camino hacia Quito. Qué
raro, dice alguien más atrás, al mirar una bandera tricolor que flamea sobre un
asta. Sí, que extraño, soñé una bandera así, piensa Francisco de Miranda, que
lleva un morral de los llanos de Apure. Cae un poco el sol y la espera es
larga. Solo en la memoria están las arepas pepiadas y el lenguaje suave de esa
geografía que fue nombrada así porque sus casas con pilotes se les figuraron a
los hombres de carabela que se parecía a Venecia.
En
el centro de control alguien se ha colado para vender espejos. Se escucha una
voz de voces: “Cuando el amor llega así de esta manera / uno no tiene la
culpa”. Es el viejo Simón Díaz, con traje blanco y sombrero, acompañado de
Soledad Bravo y José Antonio Abreu que saca su violín. Aplaude entusiasmado un
joven Rómulo Gallegos. Está también Teresa Carreño que se une a los cánticos y
ya quisiera tener su piano. A la distancia, sus otros hermanos se han
adelantado por estos parajes que Alexander von Humboldt trazó en sus mapas y
que no deberían tener fronteras, como los pájaros. Estas tierras tienen
volcanes y ríos prodigiosos donde –como se figuran los viajeros– podrán un día
continuar caminando al sol por estos desiertos, con los ojos claros.
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