Con
diferentes nombres los duendes y su mitología están presentes en todo el orbe.
En España, en la zona norte, se llaman trasgos, y solo piden un abrigo cada año
y un pozuelo de leche; están los elfos nórdicos; los gnomos. En Ecuador, hay de
varios tipos: riviel, en Esmeraldas, tintín en Manabí, chuzalongos en Imbabura…
Cada uno tiene su diferencia.
Los
duendes de Carchi son melódicos y enamoradizos: les encanta la música y son
bailarines. Por eso viven cerca de las cascadas, donde permanecen en sus
mágicas celebraciones. Viven en sitios inaccesibles y “pesados”, es decir de
mala energía. Cuando alguien los ve, no pasa nada. Pero cuando un duende o una
duenda mira primero, inmediatamente la persona queda “enduendada”.
Por
ese motivo acuden a sus llamados en lo que se denominan las malas horas: seis y
doce, de la mañana, tarde y noche. Aparentemente, son atraídos por la
maravillosa música que entonan y los duendes -como en todo el mundo- son
traviesos. Estos seres mágicos los colman de obsequios y de pasteles, pero
cuando el “enduendado” llega feliz a su casa, las tortas son en realidad majada
de ganado, aunque el encantado siga insistiendo lo contrario, así lo cuenta
Rosa Cecilia Ramírez, una incansable promotora de la cultura de Mira.
A
diferencia de los duendes de características indígenas, como el chuzalongo, que
vive en la Sierra central y que es un tanto sátiro, los duendes de la zona de
Mira son más bien juguetones. Su rostro no tiene verrugas y son hermosos. Las
duendas, según dicen, tienen la cabellera larga. La música es de apariencia
celestial, porque los duendes son espíritus o ángeles caídos.
Tienen
un sombrero de ala ancha y sus trajes son de colores brillantes. Eso sí, se
desplazan a varios centímetros del suelo y cuando escuchan aullidos
desaparecen. Acaso, los duendecillos que viven en Carchi se acercan más a la
mitología europea que a la andina. Por eso, no hay que olvidar llevar un collar
de ajo para que los duendes corran despavoridos.
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