Una de las formas más hermosas de la
literatura son los haikus, esos mínimos poemas japoneses. En un temprano poema
Borges refiere que el haiku fija en unas pocas sílabas un instante, un eco, un
éxtasis. Escribió: ¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?
Octavio Paz acotaba que estas extrañas perlas literarias muestran la
precariedad de la existencia.
Desde el primitivo katauta del siglo
VIII la poesía nipona llegaría al haiku y su esplendor en el XVII, donde se ama
la sugerencia, a veces como búsqueda espiritual, en desmedro de la
ornamentación tan cara a Occidente. Era una poética que buscaba lo instantáneo
del satori o la iluminación con recursos mínimos. Sigue emparentada con el zen,
sin olvidar al sintoísmo. Esos son sus orígenes, tras la contemplación. Como
toda lírica, está en transformación incesante y nos pertenece a todos. Roland
Barthes decía: “El haiku nos hace recordar aquello que jamás nos ha sucedido;
en él reconocemos una repetición sin origen, un acontecimiento sin causa, una
memoria sin persona, un habla sin amarras”. Observaba que esta escritura sutil
posee evidentemente algo de música (música de los sentidos y no forzosamente de
los sonidos). “El haiku es la rectitud del trazo, sin estelas, sin margen, sin
vibración; tantos comportamientos pequeños... tiene la vocación de pintura, de
miniatura. Es un rasguño de luz”. Es un navajazo ligero trazado en el tiempo,
concluía. Uno de sus exponentes fue Kobayashi Issa: La lejana montaña / se
destaca / en los ojos de la libélula. También escribió: De no estar tú /
demasiado grande / sería el bosque. Y aquí su más famoso: Vente a jugar /
conmigo / gorrión sin padres. En el Círculo de Poesía leemos: “Cuando era
pequeño, los demás niños se burlaban de él por no tener a su madre, por lo que
generalmente jugaba solo. Al ver a este gorrión cerca de él, Issa interpreta
que se encuentran en la misma situación y lo invita a jugar, tal y como hubiera
deseado que lo hicieran los niños de su edad”.
Esto a
propósito de culminar una mínima obra en esta línea que obviamente ahora se
llaman micropoemas, porque no siguen la regla del haiku y, acaso, buscan su
contemplación. Compartiré uno que se titula ‘La muralla’: Un beso suyo / y se
desmorona / todo el imperio. El verso evoca un texto borgiano que refiere “que
el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel
primer emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemaran todos los
libros anteriores a él”. Los historiadores nos dicen que el emperador prohibió
que se mencionara a la muerte y que, entonces, la muralla sería una
construcción mágica para detenerla. Acaso, un acto de amor lo habría salvado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario