En el pequeño libro Tao te Ching, de Lao-Tsé, encontramos el capítulo 33:
“El que conoce a los hombres es sabio; / el que se conoce a sí mismo está
iluminado. / El que vence a los otros es fuerte; / el que se vence a sí mismo
es poderoso. / El que se contenta con lo que tiene es rico; / el que obra con
determinación tiene voluntad. / El que es capaz de mantener su posición
resistirá mucho tiempo; el que es capaz de mantener su influencia vivirá después
de su muerte”.
Según la leyenda, el viejo sabio -mientras se dirigía a la última frontera-
dejó estas palabras a un guardia, quien le pidió que compartiera estas humildes
enseñanzas. El Tao es, de cierta manera, un libro extraño porque apela al
desprendimiento y al espíritu de no aferrarse a las cosas. Algo que golpea con
un muro de otros valores actuales: el reconocimiento social, no importa el
método (no olvidemos el capítulo 8 de Maquiavelo), la arrogancia e incluso la
soberbia de quienes han caído en la idolatría del Becerro de Oro: “Tanto
tienes, tanto vales…”.
Occidente, por centurias, ha despreciado estas enseñanzas. Casi no las
conoce. Tengo en mis manos el libro Wen-Tzu, que significa ‘Comprender los
misterios’, editado por Edaf, Madrid, en 1995. Como señala el prólogo, en esta
versión de Thomas Cleary, estuvo casi perdida en medio del holocausto causado
por los guerreros combatientes. Precisamente es un libro que aborrece la
guerra: “Conseguir un ejército de mil hombres no es tan bueno como escuchar a
una única palabra adecuada”. Más adelante señala: “La Virtud reside en lo que
das, no en lo que recibes. Por ello, cuando los sabios quieren ser valorados
por otros, primero valoran a los demás; cuando quieren ser respetados por
otros, primero los respetan. Cuando quieren superar a otras personas, primero
se superan a sí mismos (...)”.
Hay muchas referencias a esa situación difícil que es el ejercicio del
poder: “El gobernante es el corazón de la nación. Cuando el corazón está bien,
todo el cuerpo está cómodo; cuando el corazón está ansioso, todo el cuerpo está
perturbado”. Hay que recordar que el taoísmo es una filosofía de vida. Lin
Yutang, en La importancia de vivir, lo resume: “Estas enseñanzas comprenden la
sabiduría de lo insensato, las ventajas del disfraz, la fuerza de la debilidad,
y la sencillez de lo verdaderamente complicado”. Hay una frase que muestra ese
desprendimiento: “Nada importa, al que dice que nada importa”. Esa supuesta no
acción es como un bálsamo: “Quien mejor usa a los hombres procede como si fuera
su inferior”.
Acaso, la diferencia entre la percepción de Oriente y
Occidente sobre el poder está en el hecho de que mientras Julio César deseaba
ser el primero en una aldea, Lao-Tsé aconsejaba: “Nunca seas el primero en el
mundo”, para recordarnos que las aves que primero van al matadero son
precisamente las de más hermoso plumaje. Estas líneas a propósito de esa
corriente de libros de autoayuda que han olvidado a los clásicos. “El que está
de puntillas nunca estará de pie”, advertía desde el siglo IV, antes de Nuestra
Era, el ‘viejo bribón’ de largas barbas.
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