Dicen que una ocasión dos personas encontraron dos enormes tanques. El uno
estaba cerrado. ¿Qué es lo que guardan? Dijo uno. Son cangrejos japoneses, dijo
el otro, y está cerrado porque todos quieren salir a trabajar. A un lado,
estaba un tanque abierto. ¿Quiénes están ahí? Dijo el curioso. Está lleno de
cangrejos ecuatorianos, afirmó el otro. ¿Por qué está sin cuidado? No hay
peligro, replicó, nunca se escapan, porque al cangrejo que está saliendo los
otros le jalan las patas. Esta es una trágica metáfora aplicable a algunos
congéneres.
Los que saben de estos temas dicen que los envidiosos son mediocres porque
se preocupan más del prójimo que de su propia labor. Eso de mirar la viga en
ojo ajeno, que nos dicen los libros sabios, es un acierto. La otra máxima está
en el perro del hortelano, que no come ni deja comer.
Por estos lares, cada círculo que se conoce es altamente proclive a la
envidia. El estratega deportivo Francisco Maturana dejó una sentencia: “En
Ecuador, el mejor deporte es dispararle al que está al frente”. Esto tiene un
sentido: es preferible, literalmente, embarrar al prójimo que mirar sus propios
errores. Napoleón Bonaparte dijo: “La envidia es una declaración de
inferioridad”. Otro que se preocupó de estos asuntos fue Arthur Schopenhauer:
“La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante
atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren”.
De los gremios -si se puede llamar así- quienes más envidia sienten, al
parecer, son los pintores. Acaso porque no entienden que cada cual es un mundo
y que las influencias -siempre beneficiosas- están presentes en el arte. Menos
en los músicos, que son gente más simpática que, al fin de cuentas, debe tocar
en grupo. En los escritores existen envidias escondidas, pero es de mal gusto
criticar textos que a veces ya ni vienen a la memoria. Un proverbio árabe nos
dice: “Castiga a los que tienen envidia haciéndoles bien”. El maestro Miguel de
Unamuno advertía: “La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque
es hambre espiritual”. Víctor Hugo señala: “¿Qué es un envidioso? Un ingrato
que detesta la luz que le alumbra y le calienta”. “La envidia va tan flaca y
amarilla porque muerde y no come”, escribió Francisco de Quevedo, para
recordarnos que los envidiosos, por lo general, están comiendo su propia
ponzoña.
Al parecer, el envidioso más contumaz es aquel que
combina con la hipocresía. Hay que verlos hablar mal del anfitrión y después
lanzar una sonrisa. En la historia hay prototipos de envidiosos, el más
destacado es Caín, sin embargo también esconde otra historia, que no involucra
a Abel. El dios de los hebreos prefiere más al cazador y pastor -que ofrece
sacrificios de sangre, en este caso Abel- que al agricultor que es Caín (es una
antigua y última venganza del nómada contra el sedentario, en este caso del
relato bíblico que deja en entredicho a Caín). Así que hasta los dioses tienen
envidia.
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