¿Por qué, en la actual provincia
de Imbabura y el norte de Pichincha, se construyeron 5.000 tolas? ¿Quiénes eran
esos hombres y mujeres que eligieron los valles templados para sembrar maíz?
¿Por qué adoraban a los montes, como el Taita Imbabura, y -como sucede en la
actualidad- reverenciaban a las lagunas y las cascadas? ¿Qué les motivó a
comerciar entre hermanos y preferir la redistribución de los recursos antes de
crear un imperio? ¿Quiénes fueron estos hombres y mujeres que resistieron la
expansión incásica, la fuerza más organizada del mundo andino, durante casi dos
décadas, hasta perecer en Yahuarcocha?
Estas preguntas tienen una clave:
los caranquis, uno de los señoríos étnicos del norte de Ecuador, tuvieron la
sabiduría de controlar los diversos pisos ecológicos -conocidos como
microverticalidad- por medio de una infraestructura agrícola de canales,
camellones y terrazas.
La distribución y ubicación de
sitios de montículos está íntimamente relacionada con el control de los pisos
ecológicos y las grandes obras de infraestructura agrícola, nos dice uno de los
ensayos de este libro. A cada piso ecológico le corresponde un sistema de
producción; el páramo, a 3.600 msnm, está destinado para la cacería y
recolección de paja; a 3.000 msnm se encuentran las sementeras de papas, oca,
melloco y quinua; los valles templados de 2.000 a 3.000 msnm están destinados
al cultivo intensivo de maíz, además de zambo, fréjol y chocho, por lo que
podemos decir que los caranquis, los señores de las tolas, son también los
hijos del maíz; debajo de los 2.000 msnm y en las cuencas de los grandes ríos,
además del intercambio intrarregional, está el algodón, ají y coca, por lo
demás exclusiva de los yachacs o sabios andinos.
¿Para qué nos sirve esta
información? Precisamente para conocer que los caranquis entendieron la
profunda relación entre su medio ambiente y esto podría darnos la clave para
nuestro actual desarrollo, puesto que -como no es de otra manera- seguimos
habitando esta geografía intensa y maravillosa, ahora extendidos a las
provincias de Sucumbíos, Esmeraldas y Carchi, además de Pichincha e Imbabura,
lo que actualmente conforma la Zona I.
Pero el otro punto clave está en
el conflictivo tema de la identidad: la verdadera historia debería ser contada
por los perdedores, nos sugiere Albert Camus. Y eso precisamente fue lo que
ocurrió con los caranquis, casi exterminados por los incas y después por la
conquista española. Su actual pueblo, como todos, aún anda buscando sus
rastros. Esto porque la historia de Ibarra, lamentablemente, inicia desde su
fundación en 1606, cuando los caranquis estaban presentes desde el 500 de
nuestra era.
Por eso, ojalá algún
día podamos encontrar en las enseñanzas de los constructores de tolas uno de
nuestros destinos como pueblo, mientras el tutelar monte Imbabura continúa
mirando estas tierras, desde su penacho de nubes.
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