Con lo acontecido -lamentable y condenable, por
cierto- en la masacre de los caricaturistas franceses de la revista Charlie
Hebdo a manos de fanáticos musulmanes, Occidente tiende a condenar a toda una
cultura. El islamismo, judaísmo y cristianismo, religiones nacidas en el
desierto, tienen, como el mundo, múltiples vertientes.
No es lo mismo, por ejemplo, un combatiente de Isis,
un ultraortodoxo judío, un cura pederasta, que Malala Yousafzai, la joven
Premio Nobel de la Paz; el músico hebreo Idan Raichel, que promueve un diálogo
intercultural; o el cura José Maeso, quien trabaja en Esmeraldas con pandillas y
ha creado un circo social.
Sin embargo, aún pensamos que los musulmanes son
únicamente quienes llevan dinamita en sus mochilas.
Frecuentemente olvidamos que, gracias a los árabes y
su vasta cultura, aquellos que se asentaron en los califatos al sur de España,
el mundo griego -merced a sus traducciones- pudo volver con un vigor tal que
sustentaron lo que sería el Renacimiento europeo.
La herencia mora, por supuesto, también llegó a
América (basta ver el artesonado mudéjar de nuestras iglesias o la palabra aljibe).
Hay un libro memorable: El último de los abencerrajes, del vizconde de
Chateaubriand, que narra los últimos momentos antes de que fueran expulsados,
justo el año en que Colón se encontraba con América.
El mundo islámico también ha tenido sus propios
Quijotes, uno de ellos es Nasreddin, quien al igual que Diógenes el cínico, se
lo asocia con la despreocupación y buscando, subido en un asno, la verdad con
una lámpara y en pleno día.
Nasreddin es un Mulá (maestro) que protagoniza una
larga serie de historias-aventuras-cuentos-anécdotas, representando distintos
papeles: agricultor, padre, juez, comerciante, sabio, maestro o tonto, nos dice
la web.
Es un humor de contrasentidos y aparentes absurdos.
“Sus enseñanzas, que han sido y son utilizadas por los maestros del sufismo,
van desde la explicación de fenómenos científicos y naturales, de una manera
más fácilmente comprensible, a la ilustración de asuntos morales”. Nada mejor,
entonces, que compartir dos de sus fábulas, contadas por Idries Shah:
Un ladrón entró en la casa de Nasreddin y se llevó
casi todas las pertenencias del Mulá a su propia casa. Nasreddin había estado
observando todo desde la calle.
Después de unos minutos tomó una manta y lo siguió.
Una vez que llegó a la casa del ratero, entró, se acostó y fingió dormir.
“¿Quién es usted y qué hace aquí?”, le preguntó el ladrón.
“Pues bien -dijo el Mulá-, nos estábamos mudando de casa, ¿no es así?”
En el cuento ‘La razón’, nos dice: El Mulá fue a ver a un hombre rico. -Deme
algo de dinero. -¿Por qué habría de hacerlo? -Quiero comprar... un elefante.
-Sin dinero mal puede mantener un elefante. -Yo vine -dijo Nasreddin- en busca
de dinero, no de consejo.
Para terminar, diré que de las filosofías de Oriente,
una de las que más llama la atención es precisamente la de los sufíes del
islam. Son, por así decirlo, como los taoístas chinos, despreocupados y
vagabundos.
Lamentablemente, poco se habla de esto en Occidente.
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