Las mitologías, como los dioses, se parecen mucho a los pueblos que
las construyen. En el mito griego está la historia del minotauro,
encerrado en un laberinto ideado por Dédalo, aquel constructor que burló
al Olimpo.
El mismo que, junto a su hijo Ícaro, se ve obligado a escapar de la
furia porque el animal es hijo de la aberración entre Pasífae y el toro
de Creta. Debemos a Borges un relato angustioso en La casa del
Asterión: “Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal
vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo)
son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es
verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y
noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera”.
Ícaro es el prototipo del héroe joven que, una vez con la magia del
poder, parece imparable. En la mitología shuar, debido a que los mitos
también son fundacionales, está el relato de Kujánchan, al que el dios
Étsa le proporciona alas, con la advertencia de no salir por las noches
ni frecuentar mujeres. Al igual que Ícaro, el intempestivo personaje
sufre la tragedia.
Entre los mitos de los shuar hay la historia del sapo Kuartam. Hay
que volver a Walt Whitman para entender a estos animalillos, como se lee
en Hojas de hierba: Creo que una rana es una obra maestra digna, de las
más altas. Por lo demás, nuestro país con la mayor biodiversidad del
planeta tiene un compromiso con esta especie prodigiosa. Aquí mi versión
del mito:
Un shuar iba de cacería e incrédulo imitó el canto del sapo
Kuartam, que vive en los árboles. "Kuartam-tan, Kuartam-tan", lo retó en
medio de la noche, pero nada pasó. "Kuartam-tan, Kuartam-tan, a ver si
me comes", dijo y rió.
No lo hagas, le había dicho su mujer, porque puede transformarse en
un tigre. No le creyó. Kuartam, el sapo, se convirtió en felino y lo
comió. Nada se escuchó de su ataque, pero la mitad del cuerpo del shuar
había desaparecido.
Al alba, la muchacha decidió matar a Kuartam. Llegó hasta el árbol
donde el batracio cantó la noche anterior. Tumbó el árbol que al caer
mató a Kuartam, que se había convertido en un sapo con un estómago
inmenso.
La mujer cortó rápidamente la panza de Kuartam y los pedazos del shuar rodaron por los suelos.
La venganza no le devolvió la vida al shuar, pero su mujer pudo contar que nunca es bueno imitar a Kuartam.
A lo lejos de la tupida floresta se escuchó un nuevo: "kuartam-tan,
kuartam-tan", sin saber si era un sapo o un shuar a la espera de un
tigre.
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