A inicios del siglo XIX, el viajero alemán
Alexander Von Humboldt llegó a un territorio que aún no se llamaba Ecuador. Su
aguda inteligencia lo llevó a una conclusión paradojal: es un pueblo que se
alegra con música triste y vive sentado en una mina de oro, pero no lo sabe,
dijo, después de maravillarse con el locro.
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Habría que esperar varias décadas para que el
país entrara en lo que se llamó el auge cacaotero aunque, como cuando se sigue
el destino de un producto, a costa de mucha inequidad. En el primer cuarto del
siglo XX, la “pepa de oro”, como se
la llamaba, produjo alianzas y desencuentros, donde los poderosos Gran Cacao
construyeron en Vínces, en la provincia fluminense, una réplica de la Torre
Eiffel, de un París que añoraban y donde derrocharon sus fortunas. Sin contar
que tenían, entre dos familias, haciendas del tamaño de la actual provincia de
Los Ríos ni que el dinero se emitía en sus propios bancos. Para despecho de los
banqueros el 9 de julio de 1929 aconteció la Revolución Juliana y,
después, con llegada del presidente Isidro Ayora, se institucionalizó el país.
Al fin, había un Banco Central del Ecuador.
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Ayora, quien de joven partió durante cuatro años
a Alemania había sido uno de los seis becarios del gobierno liberal de Eloy
Alfaro, no tuvo inconvenientes en recibir asesoría de la misión Kemmerer, que
también estuvo por Colombia. Pero el cacao, como toda materia prima que no se
industrializa, fue cediendo a otras geografías.
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Como había sucedido con el caucho, en la antes
poderosa Manaos, en Brasil, los productores de cacao no lograron crear fábricas
de chocolate (como sí lo hicieron los suizos) y, poco a poco, otros mercados se
abrieron debilitando al país, además sumido –como todo el orbe- en la recesión
y en la locura de la Segunda Guerra Mundial.
Pero el Ecuador, como siempre, intentó salir con
nuevo producto: el banano, originario de Asia. Se dice que un gobierno
progresista –así como hicieron los ingleses con el caucho y llevaron sus
semillas a Indochina- envío a una pequeña delegación a África para traer
variedades que fueron plantadas desde los años 40, del siglo XX. Como sea, para
la década del 50 ocurrió una serie de plagas y huracanes en Centro América,
donde se plantaba la fruta, que benefició al mercado ecuatoriano. El Ecuador,
como había sucedido antes con el cacao, se convirtió en el primer productor
mundial de la fruta. La historia, otra vez se repetiría: únicamente materia
prima, sin industrialización.
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Precisamente esa búsqueda de cambiar de materia
prima a una con valor agregado –vía conocimiento- es la clave de la matriz
productiva. De allí la importancia de recordar este más de un siglo que el país
buscó infructuosamente el desarrollo. A diferencia de los seis becarios que
tuvo la Revolución liberal, ahora hay más de 8000 jóvenes ecuatorianos que se
preparan en el exterior. Y no solo eso, acá en el ámbito nacional las
universidades que se crean contribuirán a transformar sustancialmente al país
que conocemos. Porque el cambio de la matriz productiva también implica una
apuesta por la matriz cultural. Porque el verdadero tesoro está en el
conocimiento.
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