Las ciudades primigenias
-en el ámbito europeo- estaban construidas con inmensas fortificaciones, para
evitar el asedio de los enemigos. Está el caso de la mítica Troya, encontrada
merced a la arqueología. Están las hermosas descripciones en las leyendas de
Gustavo Adolfo Bécquer, para el caso de Toledo, donde, en el relato de El beso,
nos habla de los soldados franceses, quienes fueron a dormir en una vieja y
desolada iglesia, y lo que aconteció con las estatuas.
Cuando los
conquistadores llegaron a nuestra América la arquitectura cambió (La ciudad
letrada, de Ángel Rama, es fundamental sobre estos tópicos). Primero, porque no
tenían el asedio de los moros. Lo que no constituía como parte de la urbe,
fundada con horca en medio de la plaza, pasaba literalmente a ser considerado
como extramuros. Aunque, claro está, nuestras ciudades coloniales no tenían
esos muros al estilo de Ávila.
La Caja
Ronca y su diablo también recorrían el tradicional barrio ibarreño de San Juan
Calle, donde se encuentra el actual cementerio.
Al realizar un estudio cartográfico de
los mitos de las ciudades, la leyenda de la Caja Ronca –aquella procesión del
infierno, que lleva a penitentes y cadenas– se ubica precisamente en los
extramuros.
Ilustración José Villarreal, La Caja Ronca
Ilustración José Villarreal, La Caja Ronca
El recorrido del
siniestro cortejo fúnebre era, para el caso de Ibarra, por el denominado Quiche
Callejón, en las actuales calles Maldonado y Colón, un lugar donde terminaba la
ciudad. El sector se llamaba antiguamente el barrio de San Felipe y, antes del
terremoto de 1868, que devastó la urbe, se sabe que estaba colocada una cruz,
que no es otra cosa que el indicio de una probable pacarina, es decir, un sitio
sagrado para la cultura prehispánica. En lo referente a Quito, este mito se
ubicaba arriba de la Cruz Verde y, como notará el lector, otra vez aparece la
simbología de la cruz que desterró a los antiguos sitios de veneración de las
culturas ancestrales.
En la temprana
colonia, los curas doctrineros tenían como costumbre poner los símbolos
cristianos –grutas o cruces– para disuadir a los antiguos habitantes de sus lugares
sagrados especialmente relacionados con el agua, dadora de vida. Como sea, la
Caja Ronca y su diablo también recorrían el tradicional barrio ibarreño de San
Juan Calle, donde se encuentra el actual cementerio.
Ese mundo insano del
extramuros sería también una manera de exclusión del mundo andino y de sus
mitos (los duendes viven únicamente en las quebradas o cascadas). Porque en el
centro, en la Catedral, era el lugar de la Viuda o la Vergonzante del Pretil,
que son visiones más coloniales. Mas hay extramuros simbólicos aún presentes en
nuestras ciudades: el centro y la periferia, el lugar del shopping center y el
lugar del chaquiñán.
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