Desde la Amazonía nos llegan las voces de los
abuelos. Como todas las culturas, su génesis devela esa magia de los tiempos en
que recién se nombraban a los animales. Cada región del mundo, además, tiene su
propio diluvio: si en el mundo judeo-cristiano está el arca de Noé, nosotros
tenemos el mito de las guacamayas y los cañaris. Aquí el relato:
Al principio no había animales. Solo Chiga
habitaba el mundo. El dios de los cofán miraba plácido caer las tardes sobre la
selva y era él quien haría nacer a los humanos.
Un hombre solía pintarse la cara con los
rasgos del tigre. Chiga salió del monte y lo encontró y el cofán pintado tuvo
miedo, como si las manchas que tenía en la cara no fuera suficientes para
sostener su coraje.
¿Tú vienes para ser jaguar?, le dijo Chiga y
allí mismo al hombre le crecieron las garras y las huella en su rostro fueron
verdaderas. Después, unos rugidos largos despertaron a la selva.
Fue en esos días que Chiga hizo nacer al
tucán. Era también una persona que tenía un collar blanco y más abajo uno rojo.
Usted nacerá “secu”, le profirió Chiga y fue
así que al hombre le nacieron plumas y se fue volando. Un poco más distante
había un cofán que hablaba a gritos. Chiga regresó a mirar y le dijo: Usted
grita como guacamayo, y esa persona sintió que un pico le brotaba y que sus
chillidos se volvían más agudo. Era como si la palabra de Chiga fuera el pregón
de las transformaciones, como si el hecho de nombrar fuera el preludio de las
creaciones.
Y fue así que Chiga de un collar en forma de
cruz hizo nacer al caimán. También a “betta”, como se le conoce al oso
hormiguero. Y esto sucedió porque un día Chiga encontró en la selva a una
persona que entre más dormía más le agradaba. Chiga lo miró colgado en un árbol
y le dijo: Usted parece oso hormiguero. Después de la siesta, el hombre tenía
tanta pereza que ni se preocupó que ahora sus manos eran garras encaramadas a
los árboles que un día también habían nacido de Chiga. (O)
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