Hace tres
años, reseñan las noticias, el papa Benedicto XVI advirtió que, al contrario de
lo que sostenía el físico Stephen Hawking en su último libro, El gran diseño,
Dios sigue siendo necesario para explicar el origen del universo. “No debemos
dejar que nos limiten la mente”, dijo entonces Joseph Ratzinger. Y ahora ha
sido su sucesor, el papa Francisco, quien el pasado lunes ha vuelto a insistir
sobre aquella tesis: “El Big Bang -la teoría científica que explica el origen
del universo- no se contradice con la intervención creadora divina, al
contrario, la exige”.
Entonces,
hay que volver al libro Stephen Hawking: una vida para la ciencia, de Michael
White y John Gribbin. Así, el Santo Grial de la física moderna es una Teoría
del Todo (TdT) que combine la relatividad y la teoría cuántica (que dice que el
universo, en su nivel más profundo, opera en forma indeterminada) en un solo
paquete; un conjunto de ecuaciones que explique la totalidad de los fenómenos
que ocurren en el universo, desde la Gran Explosión hasta los átomos de los que
estamos hechos.
Albert
Einstein procuró encontrar la TdT, pero fracasó, pues era incapaz de aceptar el
carácter aleatorio de la teoría cuántica. “No puedo creer que Dios juegue a los
dados con el cosmos”, había señalado en una ocasión.
Hawking
fue más lejos, al rebatir la famosa frase de Einstein, dijo: “Dios no solamente
que juega a los dados con el universo, si no que a veces los arroja a donde
nadie puede verlos”.
En los
primeros años de la década de los ochenta empezó a preguntarse si en realidad
hubo un principio del tiempo. Al comienzo supuso que tras la Gran Explosión el
universo se expandiera hasta alcanzar cierto tamaño y luego, al cabo de
millones de años, la gravedad lo haría derrumbarse sobre sí mismo, en lo que
podría llamarse la Gran Contracción. El tiempo tendría, pues, un principio y un
fin.
Pero
Hawking propuso una teoría más radical. Tomando en consideración la teoría
cuántica, desarrolló su concepto de ‘ausencia de fronteras’, según el cual no
existe ningún punto absoluto en el que el universo haya comenzado.
El
espacio y el tiempo, la energía y la materia se convierten así en un paquete
autocontenido. Esta idea parece eliminar la necesidad de un dios.
Sin
embargo, Hawking, al igual que muchos científicos, no siente que exista un
verdadero conflicto entre la religión y la ciencia. El doctor Jonh
Polkinghorne, miembro de la Sociedad Real y presidente del Queen’s College de
Cambridge, dijo: “Uno puede creer en la cosmología de la Gran Explosión, y
creer también que esta ocurrió por la voluntad de Dios, el Creador”.
Hawking
explicó: “Mi trabajo sobre el origen del universo se halla en la frontera entre
la ciencia y la religión, pero yo procuro mantenerme al lado de la ciencia.
Vivimos en un planeta pequeño que gira en torno a una estrella como muchas
otras, situada en el extremo de una entre 100.000 millones de galaxias. Es
difícil creer en un dios que se ocupe de nosotros”.
No obstante, añadió: “Es posible que Dios actúe
en formas que no pueden explicarse por medio de leyes científicas”. Seremos un
sueño que Dios está soñando, diría Borges.
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