Este
relato lo encontré en manuscrito hace muchos años y data de 1946. La
investigación es de la primera mitad del siglo anterior, de Aníbal Buitrón, y
lo publicó la Casa de la Cultura, Núcleo de Imbabura, en 2012. Hay un trabajo
importante de 1989, de José M. Chávez, en Imbabura Taita Parlan, de la CCE,
Quito. Esta es mi versión de este mito cosmogónico de los caranquis.
Cuentan
que en los tiempos antiguos las montañas eran dioses que andaban por las aguas,
cubiertas de los primeros olores del nacimiento del mundo. El monte Imbabura
era un joven apuesto y vigoroso. Se levantaba muy temprano y le agradaba mirar
el paisaje en el crepúsculo. Un día, decidió conocer más lugares. Hizo amistad
con otras montañas a quienes visitaba con frecuencia.
Mas,
una tarde, conoció a una muchacha-montaña llamada Cotacachi. Desde que la
contempló le invadió una alegría como si un fuego habitara sus entrañas. No fue
el mismo. Entendió que la felicidad era caminar a su lado vislumbrando las
estrellas. Fue así que nació un encantamiento entre estos cerros, que tenían el
ímpetu de los primeros tiempos.
El
Imbabura llevaba a su amada la escasa nieve de su cúspide. Era una ofrenda de
estos colosos envueltos en amores. Ella le entregaba también la escarcha, que
le nacía en su cima. Después de un tiempo estos amantes se entregaron a sus
fragores.
Las
nubes pasaban contemplando a estas cumbres exuberantes que dormían abrazadas,
en medio de lagunas prodigiosas. Esta ternura intensa fue recompensada con el
nacimiento de un hijo. Yanaurcu, lo llamaron, en un tiempo en que los pajonales
se movían con alborozo.
Mas,
el Imbabura se volvió viejo. Le dolía la cabeza. Por eso hasta hoy permanece
cubierto con un penacho de nubes. Cuando se desvanecen los celajes, el Taita
contempla a su amada Cotacachi, que tiene sus nieves como si aún un
monte-muchacho le acariciara el rostro. (O)
Esta
noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la
siguiente dirección: https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/15/taita-imbabura-mama-cotacachi
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