Corría
el año de 1978. Bogotá acogía a Jorge Luis Borges. Lo declaraba ciudadano
meritorio. Apenas iniciaba su reconocimiento, con premios internacionales.
Había que eternizarlo. La grabación de su propia voz fue toda una hazaña. En
sus últimos años de vida, Borges perdió paulatinamente la vista, así que para
lograr la grabación la emisora HJCK tuvo que tomarse varios días.
Fue
la primera radio privada cultural fundada en 1950, especializada en música
clásica. Creo que cuando fui hace tantos años, a finales de los noventa, me
recibió el mismísimo Álvaro Castaño Castillo, quien había entrevistado al
bardo, quien vivía en la penumbra. Estaba interesado en adquirir una copia de
la voz de Borges recitando sus poemas. La entrevista fue cordial y, de paso, me
contó una anécdota.
Repitió
lo difícil que fue grabar a Borges. Aunque el escritor tenía una prodigiosa
memoria -basta escucharlo ahora disponible en la web la serie de conferencias
desde la ceguera al libro-, obviamente no podía repetir todos los volúmenes de
su poesía. Así que, en la mayoría de los casos, los párrafos eran dichos
primero por el programador y después se grababa, editaba, ecualizaba y demás
menesteres propios de la época.
Al
final, el director de la radio entregó gentilmente a Borges una copia
magnetofónica con la condición de que era para su uso exclusivo. Aún no habían
terminado de editar el material cuando al mes Castaño se enteró de una noticia
impactante: su amada producción radial estaba ya disponible en Buenos Aires.
Obvio,
Borges había faltado a su palabra. Tomó el primer vuelo, me dijo Castaño, ya
con esa cara de contar algo sin importancia. Iba enfadado. Encontró a Borges
firmando autógrafos. Se acercó. –Maestro –le dijo–, ¿se acuerda de mí? –¿Quién
sos? –Soy el de la radio HJCK, usted me ha hecho un gran daño entregando la
copia que le di. –Vos tenés la culpa –le espetó Borges con esa sonrisa
irónica–, por hacer trato con cretinos.
Esto
a propósito de una relectura de Culturas
híbridas, de Néstor García Clanclini, sobre el papel de la cultura de
masas. Acá, en cambio, por ahí anda perdida la voz de César Dávila Andrade,
porque ni eso hemos logrado difundir.
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