“Las
monjitas carmelitas se fueron a Popayán, a buscar lo que han pedido, debajo de
un arrayán”, cantábamos los niños mientras jugábamos al florón. Más temprano,
el abuelo Juan José me había llevado hasta el cercano claustro de las
carmelitas en Ibarra para -a través del torno- adquirir las aguas medicinales
de rosas.
En
la misa se escuchaban canciones dulcísimas, remembranzas de aquellas que
recientemente se acaba de recuperar de la música de los siglos XVII y XVIII,
que pertenecieron a las monjas del monasterio de la Limpia Concepción, destruido
en el terremoto de 1868.
No
fue fácil tampoco antes para las carmelitas, quienes llegaron desde Popayán en
1866 -tras 50 días de infatigable marcha- huyendo de la persecución religiosa
emprendida por el presidente Tomás Cipriano Mosquera. Como la música barroca,
el antiguo monasterio de El Carmen -concluido en 1877- permaneció en los últimos
años sin destino fijo.
Era
como si un aparente maleficio desde sus orígenes se cerniera sobre estos
edificios que aún nos resultan extraños porque unos pocos -enclaustrados de por
vida- piden por la salvación del mundo, como sus antecesores los ermitaños,
quienes, inspirados en el profeta Elías, se retiraron al monte Carmelo, en
Palestina.
Mas,
ahora otro claustro -siguiendo la segunda etimología- se abre para Ibarra. La
Universidad Técnica del Norte, que cumple 33 años, inaugura un nuevo campus
que, junto con el también patrimonial edificio adjunto del antiguo hospital San
Vicente de Paúl, revaloriza el patrimonio republicano de la capital de
Imbabura. Si antes estuvo dedicado a la fe, ahora el lugar -ya sin torno y sin
celdas- se abre a la ciencia. Será un centro multifuncional del conocimiento y
un referente de la Zona 1.
El
taoísmo señala que la gratitud es la memoria del corazón. Así, en el acto se
agradeció al actual rector Marcelo Cevallos por el impulso a la obra, pero
también a Miguel Naranjo Toro, exrector y actual vicerrector como artífice de
este sueño cumplido, junto con un equipo amante del terruño. Los rezos de las
carmelitas dieron sus frutos, más allá del arrayán payanés.
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