Juan Carlos Morales, Escritor ecuatoriano
La
tarde está opaca, como un espejo de alabastro. A lo lejos, los
nubarrones son la promesa de una tormenta. No estamos en el descampado y
la puerta es áspera. Adentro, no hay suficiente leña. En el libro, las
primeras líneas traen la voz de las populosas calles. Una mujer pasa con
abrigo rojo. Afuera, suena el relámpago. La mujer entra en un túnel,
que es infinito. Sus pasos parecen bifurcarse como en un laberinto. De
pronto, se escucha un rayo. Golpean la puerta: es un minotauro mojado.
Creo que algo así es el cuento.
Por
un lado, está esa socarrona forma de engañar al lector –contando una
historia tribal- hasta conseguir un final sorprendente. De allí que
Horacio Quiroga diga que el cuento es “una flecha que, cuidadosamente
apuntada, parte del arco para ir a dar directamente al blanco”. De otro
lado, está la utilización del lenguaje, como si se tratara de un
artefacto, de una máquina engranada para seguir el cómputo (de allí
viene su etimología del latín computus).
No se puede eludir a los significados, refería Juan Bosch para afirmar:
“Una persona
puede llevar cuenta de algo con números romanos, con números árabes,
con signos algebraicos; pero tiene que llevar esa cuenta. No puede
olvidar ciertas cantidades o ignorar determinados valores. Llevar cuenta
es ir ceñido al hecho que se computa. El que no sabe llevar con
palabras la cuenta de un suceso, no es cuentista”.
Por
eso afirmaba que la novela es extensa, el cuento es intenso, y Julio
Cortázar –sabedor del box y del jazz- afirmaba: “los cuentos se ganan
por knock-out, al contrario de las novelas que se triunfa por asaltos.
Esto a propósito del reciente Premio Nobel de Literatura a la cuentista
canadiense Alice Munro, que pone al cuento en otra dimensión, ante la
impronta de la novela como género mayor.
Me propuse realizar un análisis de esta literatura presente desde tiempos antiguos a partir del texto Del cuento y sus alrededores, una excelente antología de la teoría del género; leí el prólogo de la famosaAntología de Literatura Fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y
Silvina Ocampo; leí
los mejores relatos que nos recomienda Ernesto Sábato. Volví a esa
memoria renovadora que fue Edgar Allan Poe o Antonio Chéjov, pero
encontré un texto, del propio Bosch que lo dice todo, así que dejo para
otra ocasión la teoría y, mejor, le propongo al lector una antología
para entrar en materia. Sin olvidar que Cortázar dijo que el cuento es
el caracol del lenguaje, incluyo un cuento de dragones, que es mi
preferido antes de que nos sorprenda el rayo. Por eso, coloco uno mío
como ejemplo, claro está:
“El
cuento es el tigre de la fauna literaria; si le sobra un kilo de grasa o
de carne, no podrá garantizar la cacería de sus víctimas. Huesos,
músculos, piel, colmillos y garras nada más, el tigre está creado para
atacar y dominar a las otras bestias de la selva. Cuando los años le
agregan grasa a su peso, le restan elasticidad en los músculos, aflojan
sus colmillos o debilitan sus poderosas garras, el majestuoso tigre se
halla condenado a morir de hambre.
El
cuentista debe tener alma de
tigre para lanzarse contra el lector, o instinto de tigre para
seleccionar el tema y calcular con exactitud a qué distancia está su
víctima y con qué fuerza debe precipitarse sobre ella.
Pues
sucede que en la oculta trama de ese arte difícil que es escribir
cuentos, el lector y el tema tienen un mismo corazón. Se dispara a uno
para herir al otro. Al dar su salto asesino hacia el tema, el tigre de
la fauna literaria está saltando también sobre el lector”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario