Entrar a la ciudad antigua era como percibir una alucinación
dominada por la cal y el abismo. Así inicia el texto Creta, del libro
“Islas en la bruma”, de José Villarreal, que alude al minotauro, aquel
desventurado que vaga en el eterno laberinto, donde una vez se perdió
María Kodama, según el poema.
Esto, a propósito de su reciente muestra plástica Trópico de Jano,
que se inaugurará el próximo 6 de junio en la Casa de la Cultura, en
Quito, donde este artista -que pinta casi como un asceta en Chorlaví-
logra dotar a sus lienzos de un concepto: el retorno a las raíces. Por
un lado, la visión que nos llama desde la selva –como conocedor de la
Amazonía, por haberla recorrido hasta sus orígenes- y por otro el legado
de la pintura de Occidente, que dio un viraje desde el Renacimiento.
Estas dos matrices están unidas en un solo lienzo que es la obra de toda
una vida, utilizando técnicas que incluyen moler sus propios pigmentos,
cosechar en su chacra el dulce maíz, y no haber pactado con el vértigo
de la vanidad.
Es un pintor que lee y, además, escribe interrogando a los clásicos.
Hay que decirlo: muchos de quienes manejan este oficio carecen de
referentes, por lo que sus obras, coloridas sin duda y hasta costosas,
carecen de conceptos hasta volverse como figurillas fabricadas en serie
para los centros comerciales. Basta leer algo de la Historia del Arte,
siguiendo a Ernst Gombrich, para entender que atrás de una propuesta
existe una búsqueda y que el arte no está regido por el azar.
Villarreal es un virtuoso dibujante, de línea y soporte, y nos trae
una pintura exenta de bordes, pero henchida de luz y de atmósfera, que
es una elegía y una obra abierta. Es decir, algunas de las metáforas que
rigen desde tiempos antiguos y que, por esos mismos motivos, son
perdurables: la muerte, el nacimiento, el mito, el bosque… las preguntas
que un día los humanos nos hicimos ante la hoguera y que, con el
tiempo, devino en los altares de las deidades. Villarreal es un pintor
de óleo, en un momento en que nos enfrentamos en un arte que apela a la
sorpresa que trae el susto, pero también la desmemoria.
La muestra alude al latino Jano, aquel de las dos, pero también al
trópico, es decir la presencia poderosa de esta parte del mundo, donde
los ríos tienen aún el sabor del primer día en el Paraíso.
El relato termina: “Cuando Ariadna regresa, Teseo murmura a su oído
que él solo rozó con la punta de su lanza el hombro del minotauro, y que
el agua y el aceite en el piso de mármol hicieron lo demás”.
Villarreal, en silencio, construye una obra que puede burlar al tiempo.
http://www.telegrafo.com.ec/ opinion/columnistas/item/ tropico-de-jano.html
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