La pederastia no tiene cura, podría ser un grafiti para estos días,
cuando la cúpula de la Iglesia -no las ovejas del hombre que caminaba
por las aguas y repartía los panes y los peces- entra en el cónclave
(con llave), allá en el Vaticano, que bendice ejércitos, como escribe
Borges en
su poema “Cristo en la cruz”: “¿De qué puede servirme que aquel hombre /
haya sufrido, si yo sufro ahora?”.
No hay que
olvidar que tanto Benedicto XVI, el “Bulldozer de Dios”, y Juan Pablo
II, quien desmanteló el comunismo, persiguieron a la Teología de la
Liberación, la opción de los pobres, y se encerraron en la búsqueda de
la verdad, dejando a un mundo cada vez más injusto. Desde hace siglos,
todos los papas viven prisioneros de ese Estado fastuoso con guardias
suizos y pinturas deslumbrantes de Miguel Ángel, que fueron cubiertas
por pudor.
Sin embargo, hay que
decir, la Iglesia del pueblo sigue viva, como cualquier religión que
trata de no olvidar los preceptos de sus fundadores. Se sabe, como dice
Isaac Asimov, que fue San Pablo quien institucionalizó a esos hombres y
mujeres que vivían en las catacumbas y que, con el tiempo, esa Iglesia
que propugnaba el amor entre hermanos terminó en las Cruzadas, o
trayendo en procesión a Santiago Matamoros hasta convertirlo en Santiago
Mataindios.
¿Qué queda de aquellos seguidores
de Jesús, que nos hablaba en parábolas y que solo una vez escribió en la
arena? El Jesús histórico, al igual que Sócrates o Pitágoras, era un
maestro oral. No habría escrito jamás una encíclica ni habría quemado a
las brujas. Él, que aventaba mercaderes del templo, no se habría callado
ante
las atrocidades del nazismo o de los desaparecidos en el Cono Sur.
Claro
que hay curas y curas, como aquellos ultimados en las dictaduras de
Centroamérica o los misioneros del Paraguay, buscando el Paraíso.
El
tema “El padre Antonio y su monaguillo Andrés”, de Rubén Blades, dice:
“El padre no funcionaba en el Vaticano, / entre papeles y sueños de
aire acondicionado; / y fue a un pueblito en medio de la nada a dar su
sermón, / cada semana pa’ los que busquen la salvación”.
El
Vaticano vive en el siglo XVI mientras su rebaño busca una luz, bajo el
brillo del dios del oro, que campea por el shopping center. La otra
Iglesia está levantándose en las barriadas o en los pueblos olvidados,
con esa mirada que tenía taita Leonidas Proaño, que reposa en Puca
huaico (curiosamente significa Quebrada roja), a la espera de la
Resurrección definitiva. El nuevo Papa debería volver al Sermón de la
Montaña, pero es como esperar un milagro.
-http://www.telegrafo.com.ec/ opinion/columnistas/item/la- barca-de-pedro-a-la-deriva. html
El padre Antonio y su monaguillo Andrés, Ruben Blades.
El padre Antonio y su monaguillo Andrés, Ruben Blades.
Cristo en la cruz
Jorge Luis Borges
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual
altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa
en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la
espada,
la inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro con los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?
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