El mundo de la religión, como todo, se mueve por símbolos. Una
gaviota se posó, poco antes del anuncio del papado de Jorge Bergoglio,
sobre la chimenea del Vaticano. Eso fue un augurio. Después, cuando se
supo que tomaría el nombre de Francisco no hubo duda: el nuevo Papa
sería el seguidor del joven de Asís amigo de los animales y de la
hermana Luna, es decir defensor de la ecología.
Pero como buen jesuita –que siempre a una pregunta responden con
otra- talvez no estaba pensando en quien cuestionó los lujos de los
clérigos, quienes habían olvidado las enseñanzas del hombre que caminó
por las aguas. Acaso pensó en Francisco Javier, ese otro jesuita que
expandió la religión a la mítica China, en el siglo XVI.
De ser ese el caso: prepárense para una expansión más allá de las
murallas y olvídense de la opción de los pobres, como es la clave de la
Teología de la Liberación, que los mismos camaradas de Bergoglio
quisieron aniquilar, llevando incluso a Leonardo Boff a la misma silla
de Galileo, en tiempos del ahora emérito Joseph Ratzinger, quien lo
interrogó en persona.
Aunque no fue quemado vivo como Giornado Bruno, ni pidió perdón a la
fuerza como Galileo, Ratzinger condenó a Boff al silencio, que es otro
martirio. Pero no pudieron aplacar sus ideas. Para Boff, la jerarquía es
para él ‘un resultado de la terrena necesidad de institucionalizarse’,
‘una mundanización’ al ‘estilo romano y feudal’. De aquí se deriva la
necesidad de un ‘cambio permanente de la Iglesia’; hoy debe surgir una
‘Iglesia nueva’.
¿Cambiará en algo la Iglesia al mando de Bergoglio, aunque algunos se
alegren de que sea latinoamericano? Otro símbolo: en estos días, en
Córdova, los represores de las dictaduras, en la sala del juicio, han
asistido con símbolos vaticanos. No hay que olvidar que el nuevo Papa ha
sido acusado de mantener silencio ante las atrocidades cometidas en el
Cono Sur y aún pesan las historias de Orlando Yorio y Francisco Jalics,
quienes hacían trabajo social en la villa de Flores y fueron
secuestrados en mayo de 1976, al inicio de la dictadura. Fueron
liberados cinco meses después, luego de sufrir la tortura de los
interrogatorios de la ESMA. Estaban bajo el mando de Bergoglio, por eso
no todos los caminos conducen a Roma.
Una cosa es el Cristo encerrado en la Capilla Sixtina, frente a los
desnudos de Miguel Ángel, y otro el Jesús que camina por las calles de
nuestra América, como los jesuitas de las misiones o quienes murieron en
manos de los dictadores, en la tierra de Arnulfo Romero, quien, por
cierto, nunca será santo aunque viva en nuestros corazones.
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