Cuando el diablo, con barba de chivo viejo y patas de cabra, retiró su mano izquierda, Francisco Cantuña tuvo una corazonada porque el Maligno se parecía más a los demonios medievales amigos de las gárgolas que al temible Samael, parte de los ángeles caídos. Ya era tarde, porque el apretón de manos había sellado un pacto firmado con sangre.
Mas, el sagaz Cantuña notó en este ser algo muy diferente a los temibles espíritus del famoso cuadro del Infierno que existía en la cercana Compañía de Jesús, pintado en 1626, por Hernando de la Cruz, donde los condenados de ojos desorbitados –entre llantos y crujir de dientes- eran devorados por lenguas de fuego más allá de la eternidad.
Claro que Cantuña estaba preocupado, al fin y al cabo era su alma la que estaba en juego, además de su prestigio como constructor, porque en breve debían llegar tres legiones de diablillos a terminar el atrio de la iglesia de San Francisco aquella noche sombría en la ciudad de las campanas, Quito, en esos aciagos días de 1667. (Fragmento del prólogo).
Cantuña y los mil diablillos, Juan Carlos Morales Mejía; Roger Ycaza (ilustraciones), Editorial Pegasus, Quito, 2024"









El Centro Cultural se llenó de magia con la presentación de cuentos, leyendas y relatos, a cargo del Mgs. Juan Carlos Morales Mejía, periodista, fotógrafo y artista multidisciplinario.
Entre los relatos destacados estuvo la legendaria historia de Cantuña y los mil diablillos, contada en forma de soneto y con toques de hip hop, además de otras leyendas como La caja ronca, Las brujas voladoras de Urcuquí, La viuda, y relatos sobre el nacimiento del fuego y sus simbolismos ancestrales. 

Los estudiantes participaron con entusiasmo, realizaron preguntas y, al final... ¡ganaron libros!

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