La
exposición es, acaso, una vuelta de tuerca de un largo camino que se abrió con
el indigenismo, que pasó por el deslumbramiento del muralismo mexicano, hasta
la corriente que se llamó ancestralismo, con figuras prominentes como Enrique
Tábara o Gilberto Almeida, donde lo matérico fue una de sus claves.
Precisamente, Sierra pasó largos meses interrogando los museos del norte de
Ecuador, como la Casa del Alabado, con publicaciones claves como Ecos del
Tiempo con textos de Rodolfo Kronfle. Pero también las descripciones de las culturas
antiguas de Santiago Ontaneda Luciano o Galo Ramón Valarezo. La obra de Sierra
es interesante porque toma dos vertientes, por un lado, las asombrosas figuras
Pastos, pero también el legado textil de los caranquis para mostrarnos un nuevo
lenguaje atravesado por la plástica, desde una visión contemporánea, es decir
alejada del uso del folclorismo como ancla de la identidad. La obra es un
regreso a sus propias raíces porque Sierra nació precisamente en Huaca, Carchi,
cuyo nombre, más allá del significado del sepulcro de los mayores, representa
también el renacer de un arte que ha permanecido oculto, bajo la lógica de
Occidente.
Ojalá
que junto con el renovado directorio de la Red Ecuatoriana de Museos también se
incluyan estos trabajos, que son válidos en la medida en que nos devuelven
desde estas épocas un legado que está más allá de una vitrina. El arte siempre
está en movimiento y en esta ocasión se incluye el concepto para hacerlo
perdurable.
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