lunes, 30 de abril de 2018

Troya y Villarreal develan a Ibarra, 2018/04/19


Ibarra, en 1868, sufrió un terrible terremoto que destruyó la ciudad totalmente. Tras casi cuatro largos años, en 1872, los ibarreños -por iniciativa del presidente Gabriel García Moreno- retornaron a sus heredades. Tras 150 años del sismo, la urbe conmemora en estos días a los 550 sobrevivientes que levantaron la ciudad desde las cenizas.

Un cuadro y un mural se acercan a esos dos momentos: tragedia y esperanza. La pintura al óleo del terremoto de Ibarra, de Rafael Troya, representa una expresión del paisaje histórico propio del neoclasicismo y su “gran estilo sublime”.

Xavier Puig Peñalosa, en Rafael Troya: estética y pintura de paisaje, analiza este cuadro que se encuentra en el Centro Cultural El Cuartel: “Grises, ocres y marrones acrecientan con su cromatismo ese paisaje de muerte y desolación. El blanco marfil resalta a los cadáveres y el timbre de blanco casi inmaculado de las vestimentas de los socorristas nos obligan a fijar nuestra atención en ellos y, por consiguiente, la macabra ‘carga’ que acarrean. Al fondo, la verde hilera de la arboleda que permanece incólume, parece una cruel ironía de/en la propia naturaleza: solo la naturaleza se salva de la devastación de la propia naturaleza, ajena al sufrimiento humano. Al tiempo, la gradación en la escala de los personajes y las ruinas de los edificios (de mayor a menor, según nos alejamos del primer plano) dota de profundidad a la obra”.

En cambio, el mural “El retorno” que se encuentra en la Casa de la Cultura, núcleo de Imbabura, realizado por José Villarreal Miranda (Ibarra, 1957), hace una recapitulación del muralismo mexicano como lenguaje plástico. Al frente, precisamente, se encuentra otra obra en gran formato que trae al presente al señorío étnico de los caranquis y los rituales del maíz.

El niño es una evocación de la tradición etrusca porque llega en la pequeña hornacina a los dioses tutelares, porque donde ellos van está la ciudad. Se sabe que los romanos tenían un puñado de tierra de sus antiguos lares. En este caso el culto sería a San Miguel Arcángel, patrón de la urbe.


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